El regreso de los dioses

Las Tzitzimimes.

 

El cielo comenzó a oscurecerse, a teñirse de rojo escarlata, el sol había sido eclipsado, y parecía que había sucedido una masacre en el reino de los dioses, pues el color de la sangre teñía sus suelos.

—¿Qué esta pasando? —se preguntaban todos desconcertados y el miedo comenzó a invadir a los mexicas.

—Ya comenzó…—Externó Tzilacatzin apretando los puños y se apresuró a incorporarse con sus soldados.

—¿Por qué tiene esa cara? —les preguntó Kaibil Balam al ver que Lucia y sus amigas parecían absortas.

—Es ella….alguien la ha liberado. —expresó Lucia incrédula. 

—¿De quien habla señora? —le preguntó Kaibil y Nikté su esposa le respondió temblorosa de rabia.

—Su abuela es la causante de todo esto, ella es la amenaza, ella es la noche sangrienta.

—¿Quién se atrevió a liberar a esa bruja? —Patricia estaba furiosa, la abuela de Lucia era muy peligrosa, su corazón era perverso y solo buscaba destruir.

—Este es el fin del mundo….—se decían así mismos los mexicas, mientras caían de rodillas ante el horror de ver el cielo bañado en sangre.

Existía una leyenda sobre el fin de los tiempos, la destrucción del mundo se llevaría acabo por los demonios que impedirían la salida del sol, las protagonistas de tal catástrofe eran las Tzintzimime, entidades muy parecidas al dios del inframundo Mictlantecuhtli, en sus cuerpos huesudos y aterradores llevan corazones humanos y manos en un collar que llevan en el cuello, con garras en sus manos y pies, con ojos de mirada penetrante en todas sus articulaciones;  según los aztecas, habitaban en uno de los trece cielos.

Cada cincuenta y dos años se terminaba el ciclo solar y por esta razón, se llevaba a cabo el ritual del fuego nuevo, una ceremonia muy importante de su cultura, pues creían que de esa acción dependería su bienestar y su destino.

Cada Mexica debía apagar las luces de sus hogares, se decía que las Tzintzimimes bajaban a la tierra en busca de carne humana para devorarlos y añadir extremidades y corazones a sus terroríficos collares, las mujeres embarazadas eran las que más corrían peligro, pues si eran atacadas por una tzintzimime, podía convertirse en una de ellas.

La forma en la que debían protegerse, era usando máscaras de maguey para que los demonios celestiales no marchitaran sus extremidades al verlas a los ojos, el maguey era una planta que purificaba y tenía una simbología especial para ellos.

Tzitzimitlí era el nombre de su abuela, el demonio celestial que quería impedir al salida del sol, Tezcatlipoca la había liberado para causar destrucción al pueblo mexica y distraerlos de otra gran amenaza, que era la conquista de los invasores,   Tzitzimitlí apareció con su verdadera forma, su rostro era cadavérico y un gran cabello largo y blanco le caía como una cascada, una corona de estrellas le adornaba la cabeza y su piel era azulada, usaba un vestido blanco transparente y tenía garras en las manos y los pies de color negro, de espaladas aprecia una mujer hermosa y curvilínea, pero si se daba la vuelta su rostro esquelético llenaba de terror a quién al veía.

Cuando ella se manifestó la tierra tembló, era enorme, un gigante infernal y siniestro, que poco apoco tomaba la estatura de una mujer normal, extendió sus brazos y debajo de ellos salieron sus estrellas demoniacas, sus ayudantes para impedir la salida del sol y devorar a la humanidad, las tzitzimimes reían a carcajadas, sabiendo todo el mal que harían y que les estaba permitido hacer.

—Abuela…. —Lucia apretó los dientes y gritó a voz en cuello. —¡No se quien te ha liberado de tu prisión! ¡pero no dejaré que lastimes a mi gente!

—Mayahuel, esa no es la manera en la que debes hablarle a tu abuela, deberías venir y ayudarme a destruir al astro rey, deja de jugar a ser una mediocre humana, es tu deber como un ser celestial cumplir con tu propósito de destrucción, eres la diosa de la luna, si el sol desaparece, tu reinarás en su lugar, ven conmigo, tu abuela solo quiere lo mejor para ti.

—No importa cuanto te esfuerces en endulzar tu voz, se perfectamente quien eres y recuerdo con detalle todo lo que me hiciste, jamás voy a perdonarte por haberme asesinado, por haberme arrebatado la vida así sin más… no te bastó con encerrarme en la oscuridad por miles de años, cuando viste que empezaba a ser feliz, enfureciste y me arrancaste como una planta, pero se te olvidó arrancar también la raíz, para tu mala suerte, sigo con vida.

—¿Tienes alguna idea de porqué lo hice? Seguro que te lo has preguntado hasta el cansancio, pero ninguna hipótesis será mejor que mi respuesta.

—No la escuches Mayahuel, no dejes que te provoque, lo que quiere es lastimarte y atraerte hacia ella. —le dijo Nikté agarrándola del brazo.

—¡Cierre la boca maldita anciana! ¡ya le hizo suficiente daño! —expuso Yamil llena de colera.

—Era de esperarse que estrellas con tan poco brillo se dejaran llevar por el corazón tibio de mi nieta, su deber era cuidar de ella para que no escapara de su jaula y terminaron encariñándose con ella, que patéticas he inservibles son, se les olvida que solo yo tengo el poder de regresarlas de nuevo al firmamento y encerrarlas en rocas celestiales sin propósito alguno.

 Tzitzimitlí extendió sus manos y Yamil y Nikté cayeron de rodillas y comenzaron a retorcerse de dolor, la abuela las estaba apagando, les devolvió su forma divina de estrellas y comenzó a extinguir poco a poco sus brillos.

  —¡Yamil! ¡Nikté! ¡déjalas en paz abuela! Te juro que si las lastimas iré por tu cabeza, nunca te lo perdonaré ¡así que déjalas en paz!

—¡Nikté! —Kaibil Balam corrió a auxiliar a su esposa y al querer tocarla este fue arrojado con violencia.

Al ver que este se puso de píe a pesar de haberle lanzado un golpe mortal, Tzitzimitlí se sorprendió.

—¿Como es que sigues vivo humano?




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