Parecía que el fin del mundo estaba cerca, las estrellas demoniacas estaban sueltas, buscando llenar sus estómagos con la carne de los humanos, reían como brujas que se regocijaban en el mal que provocaban, aquellos que las miraban perdían sus extremidades, se secaban y les quedaban inservibles, a las mujeres embarazadas que eran mordidas por ellas se convertían en otras tzintzimimes, les arrancaban el corazón y las manos a sus victimas y se las colgaban en el cuello, había llanto y desesperación en todo Tenochtitlan.
El tlatoani estaba en uno de sus aposentos con toda su familia siendo resguardados por sus soldados, pero no estaba la princesa, Tezalco su madre pensaba que aquellas criaturas la habían asesinado y lloraba su muerte a voz en cuello.
—Cálmate, mujer, seguro esta escondida en algún lugar, nuestra hija es muy inteligente, estoy seguro que la volveremos aver.
—¿Cómo estás tan seguro? ¡desde que esa diosa se infiltró entre nosotros no han ocurrido más que desgracias! ¡el fin del mundo ha caído sobre nosotros! ¡la diosa del maguey esta maldita!
—¡Cállate! ¡no digas más! Si los dioses te escuchan entonces si quedaremos desamparados, la diosa no ha hecho más que protegernos, malagradecida, no importa cuanto la desprecies, ella es una de nosotros. —le dijo Moctezuma cansado de su comportamiento.
Tezalco siguió llorando y el miedo se apoderó de todos con el segundo temblor.
Mientras tanto, en el reino de los dioses.
—¿Qué esta sucediendo? ¿Quién de ustedes liberó a esa bruja? —preguntó Quetzalcóatl enardecido.
—Ninguno de nosotros lo hizo, todos estuvimos a favor de que se mantuviera encerrada. —exclamó Tlaloc mirándolo fijamente.
—¡Solo un dios podía liberarla!
—Fue ese bastardo de Tezcatlipoca ¿Quién más? Se ha encargado de azotar a los humanos con todo tipo de tragedias, debemos ponerle un alto y aprisionarlo por sus muchos pecados. —exclamó Huitzilopochtli furioso.
—¡Debemos ayudar a los humanos y librarlos de este mal! Ellos solos no podrán contra ella, aunque Mayahuel este con ellos, su poder aun sigue reprimido por ella, morirá otra vez si no intervenimos.
—Esta tragedia es una oportunidad para que su poder por fin se reestablezca, dependerá de ella florecer en la adversidad y por fin reunirse con nosotros. —expresó Ometeotl padre de Quetzalcóatl.
—¿Otra vez piensan abandonarla? ¡Cuando fue asesinada nadie de ustedes intervino! ¡nadie hizo nada cuando su abuela la mantenía cautiva! Querían su planta y su poder y al ver que no pudieron conseguirla, le dieron la espalda.
—No pensamos darle la espalda, si no la oportunidad de renacer verdaderamente, Ometeotl tiene razón, esta podría ser la oportunidad perfecta para que Mayahuel sea realmente libre. —añadió Chimalma con voz suabe y tranquila.
—Hijo mío, puedo ver tu dolor y tu frustración, pero coincido con nuestros hermanos dioses, Mayahuel puede salir victoriosa si se le da la oportunidad de pelear sus propias batallas. —manifestó Coatlicue, la madre de Quetzalcóatl.
—No dejaremos solos a los humanos, los protegeremos desde aquí, coloquemos un campo protector que evite que al mirar a las tzintzimimes sus extremidades se pierdan, no podrán morderlos y además les brindaremos la fuerza necesaria para luchar por sus vidas. — manifestó la esposa de Mictlantecuhtli.
—Esta noche ningún mexica entrara al Mictlán, pero sugiero que ustedes tres vayan y encierren a esos hermanos en el abismo. — exclamó Mictlantecuhtli refiriéndose a Quetzalcóatl, Tlaloc y Huitzilopochtli.
—Van a ser sumergidos en la peor oscuridad. —Los dioses ayudaron a la humanidad de esa manera y Coatlicue bajó a la tierra a bendecir a su protegido.
—Saludos guerrero, como siempre te encuentras arriesgando tu vida por tu gente.
Al verla Tzilacatzin se arrodillo ante ella, la diosa que lo favorecía y lo apreciaba tanto.
—¡Mi señora! ¿Qué al trae a estos disturbios?
—Vine a bendecirte y a encomendarte una misión especial.
—¿Qué desea de mí?
—Acompaña a la mujer que amas en la batalla y pase lo que pase, confía en el proceso de los regalos que puede traer la muerte, solo así volveremos a la vida.
Coatlicue desapareció dejando a Tzilacatzin pensando en aquellas palabras y se dirigió rápidamente a buscar a Lucia, Tzitzimitlli había bajado a la tierra para enfrentarse a su nieta en batalla, no había por que retrasar más este encuentro.
—Si me derrotas, ganaras la paz de estas tierras, pero si yo gano, volverás conmigo a los cielos y permanecerás encerrada como castigo por tu desobediencia, asesinaré a todos los que amas y no volverás a ver la luz del sol jamás ¿Qué dices?
—No pienso perder contra ti, eres perversa y un peligro para los que amo, ten por seguro que la que permanecerá encerrada en el abismo, serás tu junto a mis hermanos.
—jajaja ¿Dónde esta tu planta ahora? ¿No fue Quetzalcóatl quien causó todos tus males? Te llevó con mentiras para robártela porque sabia los poderes que esta poseía, te engatusó y te enamoró para quedarse con ella ¿acaso no sabías que los otros dioses lo mandaron por ti? Jajaja sigues siendo igual de inocente y estúpida, nadie aquí te quiere, no eres más que un juguete y en el momento en el que dejes de entretenerlos te desecharan, volverás a mí para pedir refugio, arrastrándote como la miserable que eres Mayahuel yo soy…
De pronto, una espada de obsidiana le fue lanzada a la mitad de la cabeza aTzitzimitl, era Tzilacatzin quien no iba a permitir que siguiera insultando a Lucia.
—Cierra esa maldita boca bruja miserable, antes de pronunciar su nombre deberías lavarte esa sucia fosa.
—¡Tzilacatzin! —Lucia abrió los ojos de golpe, alegrándose con su llegada.
—¿Quién demonios eres tú? — le preguntó Tzitzimitl arrancándose el arma del cráneo y esta se desprendió de su mano para regresar veloz mente a Tzilacatzin.