El regreso de los dioses

La diosa de la esperanza.

 

De la tierra comenzó a crecer un maguey gigante, nadie podía creer lo que estaban presenciando, estaban tan metidos en la incertidumbre y el conflicto que ver aquella anomalía los dejó absortos y ante la sorpresa de todos, de en medio del maguey creció una planta, el gualumbo se extendió hasta el cielo  y de en medio una luz brilló tan intensamente que cegó a todos como si vieran directamente al sol, con su luz, el eclipse poco a poco desaprecio y las tzintzimimes se desintegraron con los rayos del sol que resplandecía más que nunca, Tlaloc y Huitzilopochtli observaron como las estrellas regresaban a los cielos dejando de caer sobre la tierra y Quetzalcóatl  sintió que el corazón le brincaba cuando sintió la presencia de Mayahuel.  

—¿Cómo es posible? —se preguntó Tzitzimitl confundida al ver que su poder no tenía efecto, por más que extendía los brazos para causar caos, nada sucedía.

Tzilacatzin miró aquella planta y la esperanza de que su prometida regresara a la vida se hizo realidad cuando una figura brillante descendió de aquella flor.

—Eres tú… —exclamó agradecido.

—¿Qué demonios esta pasando? ¿Por qué mi poder no tiene efecto? ¡que es lo que me haz hecho Mayahuel! —gritó Tzitzimitl furiosa.

Mayahuel caminó hacia donde estaba Tzilacatzin y lo besó tiernamente, dejándolo sin palabras.

—Haz hecho un buen trabajo, pero ahora me toca a mí luchar mis propias batallas.

—Pero…no quiero perderte otra vez. —le dijo el guerrero aferrándose a ella.

—Es mi turno de proteger a mi gente y a ti también, no pienso morir nunca más. —le dijo con una cálida sonrisa y con su poder, encerró a todos los mexicas incluyendo a Tzilacatzin en unas esferas doradas para protegerlos.

—¿Cómo es que regresaste a la vida mocosa? ¡ya no posees tu planta! ¡eres inservible sin ella! —gritó Tzitzimitl frustrada al no poder usar su poder.

—Abuela, debes referirte a mí como una diosa, debes aprender modales y yo te los enseñaré.

—¿Qué patrañas estas diciendo? ¡eres mi nieta y tu debes obedecerme a mí! ¡adorarme a mí!

—Primero debes aprender arrodillarte. —Mayahuel usó su poder para arrodillar a su abuela ante ella, esta no podía mover ni un dedo, estaba completamente inmovilizada y siguió caminando hacia ella. —debes aprender a postarte ante mí con respeto.

Tzitzimitl fue azotada de cara contra el suelo y su rostro cadavérico terminó de romperse quedando en su lugar solo una parte del espacio.

—Tienes que recordar que la deidad aquí soy yo. —Mayahuel la arrastró hacia ella hasta que quedó a sus pies y añadió. —tienes que dejar de ser tan soberbia y problemática.

—No es posible….no puedes recuperar tu poder…no sin la planta….yo vi como tus hermanos la despedazaron, no puedes ser tan fuerte…

—Abuela, yo siempre fui la planta, fui yo todo este tiempo y lo había olvidado.

—¡No! ¡nunca fuste tan fuerte!

—Eres muy peligrosa, tu corazón es malvado y debes desaparecer por un largo tiempo y cada vez que el cello se rompa, me encargaré de ser yo quien te encierre de nuevo, pagaras por todo lo que me haz hecho, tu y mis hermanos vivirán en la misma oscuridad en la que me obligaron a vivir durante tanto tiempo.

—No…no puedes hacerle esto a tu propia abuela, lo que hice fue solo para protegerte….ten compasión de mí… —manifestó Tzitzimitl suplicante.

—Tú solo querías el poder de mi planta, codiciabas sus misterios y los querías para por fin apagar el sol, se te olvidó que el sol y la luna no son enemigos, mientras yo exista, no habrá nadie que apague su luz.

—¡No! ¡espera! ¡detente!

—Buena suerte en el abismo, abuela.

Mayahuel aprisionó a su abuela y a sus hermanos y los sumergió en la densa oscuridad de su futuro encierro, después extendió sus manos y esparció las semillas de su planta por toda Tenochtitlan y la destrucción desapreció.

Enseguida salieron muchas plantas de maguey y sanó a todos los enfermos, la tierra se restauró y la paz regresó a Tenochtitlan, Tlaloc, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl descendieron a la tierra para reunirse con Mayahuel, estaban alegres de que por fin hubiese regresado tal y como al recordaban.

—Ahora si puedes patearnos el trasero. — dijo Huitzilopochtli con una sonrisa.

—Estamos felices de que tu poder haya regresado. —le dijo Tlaloc aliviado de verla con vida.

—Ustedes me ayudaron mucho, siempre estaré agradecida, han sido mis amigos desde que llegué aquí y me han protegido. —exclamó Mayahuel con gratitud.

Quetzalcóatl la miró con añoranza y no pudo evitar abrazarla.

—Me alegra que por fin seas tu misma.

—Después de tanto sufrimiento…por fin pude vengarme de mi familia, no volverán a lastimar a nadie, al menos no por un tiempo. —expresó Mayahuel con una sonrisa.

Tzilacatzin la miraba desde el otro extremo, esperándola ansioso para poder abrazarla.

—Parece que tus amigos te están esperando. —dijeron sus amigos mirando al horizonte.

—Mi prometido me espera del otro lado. —dijo Mayahuel esperando que Quetzalcóatl pudiera entenderlo.

—No me rendiré, te sigo amando y se que en lo profundo de tu corazón tu también me amas, te esperare y cuando estes lista nos amaremos por la eternidad, así que más le vale a ese humano cuidarte bien.

—Si nos invitas a la boda, aseguraste de que haya mucho pulque. —manifestó Huitzilopochtli con una sonrisa.

—¿Qué pasará con Tezcatlipoca? Estoy segura de que él es el responsable de haber liberado a mi abuela.

—Tu no te preocupes por eso, nosotros nos encargaremos de ese bastardo, te avisaremos cuando haya sido encarcelado. —añadió Huitzilopochtli con seriedad.

—Tu concéntrate en proteger a nuestro pueblo de los invasores, déjanos a nosotros el resto. —le dijo la serpiente emplumada conteniendo sus ganas de llevársela.

—Cuídate mi querida amiga, te deseo mucha felicidad. — manifestó Tlaloc y después los tres desaparecieron despidiéndose de ella.




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