La casa abandonada aparentaba estar deshabitada desde hacía dos o tres años, pero nada más lejos de la realidad. Lo raro de esta situación es que nunca era habitada por vagabundos, o transeúntes ni siquiera por animales, siempre permanencía sola.
Lo primero que ves cuando ingresas a la propiedad, es la extensa cantidad de malezas secas bailando al compás del viento en el que había sido el jardín más luminoso de la ciudad. Ahora es un campo desolado, adornado por viejos caparazones de caracoles encima de las minúsculas porciones de pasto sin brillo que aún tratan de sobrevivir.
Luciano caminó con rapidez, estaba ansioso por entrar al lugar, pero se detuvo al escuchar el sonido de su móvil. Era un mensaje de texto de Lucy, su bella novia: espérame unos quince minutos, el decano de la facultad me citó. Te amo.
El chico exhaló con frustración — ¿ahora quien le grabará el video para las redes? — se dijo, mientras, seguía mirando la vieja casa tratando de decidir si continuaba solo o esperaba a Lucy.
Al final resolvió seguir. Al fin y al cabo, son solo historias contadas por los jóvenes alrededor de las fogatas nocturnas — se repitió varias veces quizás para darse cuenta valor —. Para su gusto, la casa no parecía fantasmal o terrorífica.
Luego de responder el mensaje con un simple ok, Luciano siguió caminando bajo el tímido sol de las tres de la tarde. Mientras andaba observó como pequeñas arañitas saltaban sin ningún control entre sus zapatillas deportivas y la parte baja del jean azul, luego corrían despavoridas sobre la hierba seca a esconderse — ¡Hay vida en este sitio! — afirmó.
Una vez llegó al final del camino detalló los colores opacos de la casa, la extensa telaraña que cubría gran parte de las paredes, cubierta y la fachada. Luciano también miro las manchas sobre los sucios vidrios de las ventanas, las amarillentas cortinas que aún trataban de salvaguardar la privacidad de la vivienda, pero enseguida se percató de que la puerta de la entrada estaba se semiabierta.