Cuando Luciano estuvo al frente de la puerta, supo de inmediato que las risas infantiles provenían de ahí. No pensó en lo que iba a encontrar; solo agarró el picaporte con absoluta confianza y lo movió con desesperación de un lado a otro. Volvió a realizar el movimiento hacia el lado contrario, pero no pudo abrirla.
Luciano repitió el movimiento en varias veces, pero todo fue inútil. Frustrado ante esta situación se marchó. Sin embargo, antes de alejarse demasiado, escuchó un clic, y la puerta se abrió.
El joven sonrío, mientras su corazón palpitaba acelerado. Buscando calmarse, inhaló y exhaló como de costumbre. Luego, con paso firme, avanzó para cruzar el umbral de la puerta. La habitación era de gran tamaño e iluminada por luces artificiales.
Él sitio perteneció a los niños de esta casa; el ambiente de juguetes y tiernos dibujos en las paredes era una muestra del amor de los padres a sus hijos, fueron las conclusiones de Luciano en ese momento.
Inclusó sintió algo de envidia al ver los coloridos accesorios infantiles, como los caballos de maderas, mesas, sillas, carros, etc., La habitación, en general, parecía un altar a los niños y niñas de esa casa.
—¡Qué hermosa habitación!—exclamó Luciano seducido por ese lugar.
No había terminado de hablar cuando notó unos objetos al fondo de la habitación. Estos habían sido apartados de los demás juguetes, e incluso la luz no lograba alumbrarlos en su totalidad.
Luciano camino un poco más y descubrió una pequeña cama y dos cunas adornadas con esmero. Ademas, había tres muñecos.
Observó la primera muñeca. Medía unos veinte centímetros, vestía una falda tipo ballet rosada, camisa blanca con brillantes estrellas y dos preciosos moños rubios recogidas con listones rosados. La pequeña muñeca se encontraba acostada en su silla mecedora, también rosada.
Muy cerca a de esta, se hallaba el segundo muñeco. Este medía unos cincuenta, quizás sesenta centímetros; llevaba puesto un pantalón corto de color azul, camisa blanca y un tierno gorrito también azul que cubría su cabello rubio. El muñeco estaba sentado en un coche infantil.
Y, por último, en medio de las dos cunas y detrás de los muñecos pequeños, como si fuera la vigilante del lugar, se encontraba la otra muñeca. Esta permanecía de pie. El tamaño era de unos cien centímetros, un poco más, un poco menos, pensó Luciano, aunque él no era el mejor en lo referente al sistema métrico.
Esta muñeca vestía un hermoso vestido blanco adornado con delicados lazos rosado, muy parecido al de las princesas en los cuentos infantiles. Incluso llevaba zapatitos blancos de pequeños tacones. El largo cabello rubio de la muñeca estaba peinado con dos preciosas coletas infantiles, adornada con cintas rosadas.
Luciano pensó, no solo la habitación, sino estos tres preciosos muñecos, todo aquí era diferentes al resto de la casa.
Su cabeza no entendía nada de lo que sucedía—¿Por qué la organización en dos habitaciones de una casa abandonada?, — Luciano no lo comprendía — ¿Quiénes vivían en esta casa? —, eran sus preguntas sin respuestas.
La mente divagaba cuando le pareció escuchar un sonido similar a su teléfono celular, y su corazón quiso salírsele del pecho, porque algo extraño sucedía en esa habitación.
Sus trucos para mantener la calma no le estaban funcionando. Retrocedió de manera lenta para marcharse, sin embargo, escucho el clic y volteó la mirada para confirmar su pensamiento.
Luciano no se había equivocado: la puerta de la entrada se había cerrado. Ahora no podría salir. Sin más opción, volvió a dirigir la mirada al fondo de la habitación, buscando otra salida, pero solo encontró los muñecos.
Pudo ver como la pequeña muñeca empezó a mover una de sus manos. Luciano no aparto la vista del juguete. Luego, escuchó la especie de un suave balbuceó que se repetía: — ba, ba, ba—.
—¿Aún les funciona las baterías? —se dijo Luciano, sin dejar de verla— ¿pero como carajos...?—.
El joven no dejaba de mirar a la muñeca, ya que ahora levantaba las dos manos, como si deseara que Luciano la alzara. Luego, vio la silla mecedora rosada mecerse con suavidad, una y otra vez. Mientras tanto, los plásticos ojos azules parecían pestañear, y con cada parpadeo, la hacía de manera más natural.
El miedo lo paralizo. Quiso salir corriendo, pero algo más fuerte le impedía apartar la mirada de la muñeca. Pronto se dio cuenta de que el duro plástico del juguete parecía moverse con lentitud, como si el brazo fuera envuelto por otra especie de telilla delgada de una tonalidad similar al color piel.
Durante ese constante pestañeo de los redondos ojos azules, comenzó a notar cómo habían cambiado de forma, y que sus movimientos habían vuelto más naturales y coordinados, como los de un bebe normal.
Fue entonces cuando se dio cuenta que la muñeca ahora era una bebita de carne y hueso; una beba humana.
Ahora la podía escuchar con claridad el balbuceó, pues era más nítido: —A–ga, a–ga, a–ga. Después escuchó la risita ahogada, como la de cualquier bebé recién nacido: ja, ja, ja.
La beba comenzó a mostrar su sonrisa, una mezcla entre la ternura y la maldad. Luciano parecía perder el sentido por un momento, así que apoyo la mano para sostenerse y no caer.