El Reino De Los Hechiceros

Capítulo VIII

Miraba las calles sentada en una banca del parque, pensando en si Orlando estaba bien en la Universidad, o si ya se había olvidado de mi, tal vez ya tenía novia, amigos quienes compartían una vida normal como el. Mientras Onix, convertido en un zorro blanco, me miraba fijamente, con esos ojos afilados, como quien quería decir algo que llevaba guardado, ladeo la cabeza un poco, Onix siempre hablaba con esa calma agria que se siente como verdad pura, sin azúcar. Éramos solo él y yo, sentados.

—Tu viejo viene del clan Umbrae —me dijo, así, de golpe.

Lo miré esperando que soltara la broma después, pero no, el desgraciado estaba en serio.

—¿Clan qué?

Dio una vuelta para saltar a la banca y convertirse en un gato, dándome una mirada solemne.

—Umbrae. Una hermandad de hombres, solo hombres, bien orgullosos de serlo. Son de esos que juegan al equilibrio: ni héroes ni villanos, neutrales de manual. Les gusta que todo sea justo… pero justo para ellos, ¿sabes? No se meten donde no les conviene. Y aún así tienen bastante poder en el Reino Oculto. No son Aethernis, pero no los puedes ignorar.

Yo parpadeé, sin entender bien por qué me lo contaba con tanta naturalidad.

—¿Y qué tiene que ver mi papá con eso?

Onix me miró con una sonrisa torcida, como si esperara esa pregunta.

—Tu padre, Gideon, es nieto del actual líder de los Umbrae. Pero aquí viene lo jugoso: nació gemelo con Thalanta, tu tío. Solo que la naturaleza es cruel… tu tío se llevó toda la gracia sobrenatural, toda la conexión con los espíritus, todo lo “divino”. Y tu padre… nada. Como un mortal cualquiera.

Se me formó un nudo en la garganta.

—¿Nada?

—Nada. Y en un clan donde todos ven espíritus y hacen pactos con ellos, imagínate: a tu padre lo trataron peor que a un sirviente. “El perro sin dones”, así lo llamaban algunos.

Me hervía la sangre.

—¡Eso es horrible!

Onix arqueó una ceja.

—Bienvenida al Reino Oculto. Allí lo humillaron de chico, lo aplastaron psicológicamente. Y tu abuelo, que es un viejo duro como el hierro, no le tuvo compasión. Al contrario: lo hizo entrenar el doble, lo empujó a volverse fuerte con puro instinto. Y lo logró. Gideon aprendió a sobrevivir como bestia, sin dones, solo con las uñas.

Me llevé las manos a la cabeza.

—Entonces no me gusta para nada ese clan, Onix. Nada.

Él soltó una risa breve, sin humor.

—Ni a mí me gustan, pero escucha esto bien, Winter. Porque un día quizá lo necesites. Si llega un punto de no retorno, si estás acorralada y no tienes cómo defenderte, tendrás que decir que eres nieta del viejo líder Umbrae.

Le hice una mueca de asco.

—¿Por qué demonios querría hacer eso?

Onix se inclinó hacia mí, serio, con los ojos como cuchillas.

—Porque a tu padre lo trataron como basura, pero tú no eres como él. Tú eres diferente. Esa diferencia que llevas dentro… ellos la van a reconocer. A Gideon lo pisotearon como a un perro, pero a ti te pondrán en un trono. Y créeme, aunque te arda, en este mundo a veces es mejor que te vean como reina a que te vean como carne de cañón.

Me quedé helada. Lo odiaba, odiaba lo que decía, odiaba ese clan… pero había una parte de mí que entendía demasiado bien lo que me estaba advirtiendo.

—es que no quiero...

Onix no se inmutó. Solo me miró, tranquilo, con esa calma insoportable que me sacaba de quicio.

—No se trata de querer, Winter. Se trata de sobrevivir.

—¡Sobrevivir no significa venderme! —le rebatí, con el corazón golpeando en la garganta.

Él apoyó una pata en mi rodilla, inclinándose un poco hacia mí.

—Mira, nadie te está diciendo que les jures lealtad, ni que los ames. Pero si mostrarles tu sangre puede salvarte la vida, ¿de verdad vas a dudar? El apellido, al final, no importa. Lo que importa es que sigas respirando mañana.

Me mordí los labios, furiosa, porque odiaba tener que admitir que tenía un punto.

—¿Y qué? ¿Quieres que sea como una marioneta con su nombre grabado en la frente?

Onix me sostuvo la mirada, firme.

—Quiero que entiendas que en este mundo no gana el que más odia, sino el que más aguanta. Si a tu padre lo aplastaron y aún así se levantó, ¿por qué no podrías tú usar su sombra para protegerte?

Sentí un nudo en la garganta. Lo odiaba. Odiaba esa lógica cruel. Pero lo peor era que parte de mí… sabía que tenía razón.

Quedamos en silecio, pero Onix empezó a ver hacia todos lados, yo lo miro por un segundo para darme cuenta de lo que estaba pasando. El parque estaba extrañamente silencioso, como si la noche contuviera el aliento. Onix seguía a mi lado, pero yo apenas podía concentrarme; algo se movía entre los árboles, algo que no pertenecía a este mundo.

Y entonces aparecieron.

Figuras grotescas, deformes, con ojos vacíos y bocas desencajadas, emergiendo de la sombra. Cada paso arrastraba un eco húmedo, como de alguien que no ha dormido en siglos.

—¡Ella lo tiene! ¡Ella lo tiene! —gritaban, al unísono, una y otra vez, con voces rasposas que me calaban los huesos.

Me obligué a mirar hacia otro lado, al suelo, al banco vacío, a cualquier cosa que no fuera ellos. No debían saber que los veía.

—Levántate, Winter —susurró Onix, serio—. Tenemos que movernos.

Pero cuando me levanté, uno de los monstruos se incorporó por completo. Se abalanzó sobre mí con las manos alzadas, como queriendo arrancarme el alma.

De pronto, un silbido cortó el aire. Una flecha pasó rozándome la mejilla y mi corazón dio un vuelco.

Al voltear, lo vi: un pelirrojo guapísimo con ojos verdes brillantes, tensando su arco, como un ángel caído decidido a protegerme.

Pero no estaba sola. Otro espectro apareció a mi lado, murmurando sin parar:

—¡Ella lo tiene! ¡Ella lo tiene! ¡Ella lo tiene!

Sentí que me reconocía, que había percibido el dragón dentro de mí. Retrocedí dos pasos, el miedo apretándome el pecho, y nuestras miradas se encontraron.




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