Un rayo cayó sobre el suelo. Los seres errantes intentaban entrar en la ciudad de Thekat. La oscuridad no ayudaba mucho a la retirada de los monstruos que asaltaban la ciudad y la única oportunidad que tenían era poner una barrera mágica para cerrar la ciudad. Habían escuchado que las ciudades más cercanas habían sido atacadas por el Reino del Crepúsculo, un lugar anidado de seres aberrantes y criaturas que anhelaban la sangre y la muerte.
Alyen, un joven prometedor vivía en Thekat, era el hechicero y, decidido a proteger a su ciudad de las fuerzas oscuras, se había prometido así mismo proteger a su gente. Y sin embargo, la barrera de protección mágica se desvaneció y todo se colapsó ese día.
Los gritos se apoderaron de la ciudad en tan solo dos minutos, Devoradores del Reino del Crepúsculo salían de las sombras aniquilando a la población. Niños y mujeres salían corriendo mientras sus maridos intentaban combatir contra los monstruos con lo que tuvieran a mano. Sin embargo, ni la pólvora dañaba a estos seres errantes —que estaban destruyendo el lugar a su paso y devorando a sus víctimas—, ni tampoco parecían funcionar la plata o el oro.
—¡Alyen, la ciudad está siendo asaltada…! —gritó un hombre de mediana edad al joven hechicero agarrándole de los hombros sin soltarle—. ¡Ayúdanos!, la cúpula mágica protectora se ha derrumbado, se ha desvanecido…
El pánico se apoderó de la gente de Thekat por completo. Alyen que era inexperto en estas situaciones, quiso proteger como pudo a la gente que corría despavorida de los monstruos que conquistaban la ciudad. Los Devoradores desgarraban todo a su paso, atravesando con sus uñas y fierros dientes la carne de la población. Alyen corrió a proteger a su pueblo, sin embargo sus hechizos fueron en vano, pues se desvanecían.
Alyen miró sus manos sin saber qué hacer y sin saber combatir huyó por su vida, abandonando a su pueblo.
Los Devoradores se hicieron con la ciudad de Thekat en solo dos días.
El hechicero había abandonado a la ciudad que había sido conquistada por monstruos. Sintiendo la culpa pasando por sus venas y con las fuerzas oscuras atravesando las ciudades más próximas, el joven hechicero no sabía qué hacer. Se miró sus manos buscando una respuesta mientras huía en un carro tirado por caballos para buscar ayuda o incluso quizá encontrar qué había pasado para que la magia se desvaneciera repentinamente.
Durante el camino se dedicó a pensar qué posibilidades había. Si el Reino del Crepúsculo había atacado con los Devoradores, significaba que era el principio de una guerra. Algo tenía que estar pasando, un plan de conquista por parte del Rey de las Sombras o quizá algo peor. Alyen no tenía forma de combatir esto y menos sin su mejor arma, su magia.
Huyó hacia la capital en busca del rey, pues la ciudad de Thekat había sucumbido ante el Reino del Crepúsculo, siendo el hechicero de la ciudad portuaria, tenía que asegurarse que la capital del reino no hubiera sucumbido.
Ante su sorpresa, Irbat, la capital del reino había sido invadida bajo otros tipos de entidades del Reino del Crepúsculo, los Blattodeos, un tipo de insectos enormes de cuerpo ovalado y aplanado con alas. Fortuitamente, el ejército había podido proteger al rey hacia las afueras de la capital que ardía en llamas bajo el comando de los insectos de proporciones titánicas.
—Rey Olrux —se inclinó Alyen—. Vengo desde Thekat para protegerle…
—Silencio hechicero, ¿cómo osas a presentarte así? —le interrumpió enfadado—.Tu maestro me ha fallado y ha muerto en el incendio, la Comunidad de Sabios que vosotros formasteis como hechiceros ha sucumbido. Sois unos completos inútiles, debería ordenar que te maten… ¿Qué hay de Thekat? ¿Por qué habéis llegado hasta aquí desde la única ciudad portuaria del Reino de Eza’er?
—Bueno… —Alyen hizo una pausa pensando qué podría decir al rey, sabía que se enfadaría si le decía la verdad y probablemente le condenaría por desertor—. Thekat ha caído, cuando estaba lejos de la ciudad. Ésta ya estaba siendo devorada por los engendros del Reino de Crepúsculo, no pude hacer nada.
—Al menos serás útil ahora. Haz tu deber de proteger al Reino cuanto antes. Ahora, largo de mi camino.
Alyen partió a buscar pistas, dejando el cuerpo de su maestro muerto en las llamas de la eternidad abandonó la capital ardiente.
Quiso llegar cuanto antes, entonces decidió adentrarse en el Reino de Crepúsculo y arriesgarse a buscar respuestas directamente del Rey de las Sombras.
Decidido, se adentró con su caballo en el pantano fangoso y se aventuró hacia lo desconocido.
Con miedo y temor de lo que podría encontrar, se halló con seres indistinguibles entre la maleza y los árboles del pantano. Su corazón se aceleraba, y sin su magia se sentía desprotegido.
Su caballo no parecía querer avanzar por las tierras que había más adelante del pantano, ya que no obedecía las órdenes de Alyen. Entonces, el caballo se enfureció y huyó despavorido perdiéndose entre el bosque del pantano hacia el sur.
El hechicero no perdió la esperanza en proseguir su camino, elevándose por las montañas hasta atravesarlas para encontrarse con un claro. En él, había bichos extraños durmiendo en lo que parecía ser el césped y también vigilado por bichos alados surcando los cielos. Alyen ya estaba avistando su muerte.
Y sorprendido, a lo lejos vio a una mujer peleando con los monstruos; con una espada en mano les hacía frente sin temor. Encontró la oportunidad de reclamar su ayuda o que se pudieran ayudar mutuamente. Y corrió hacia ella para ayudarla, ella se sorprendió al verle y le gritó:
—¡¿Qué haces aquí?! ¡Este lugar es peligroso, idiota!
—Me ha enviado el rey. Por favor, ayúdame, la magia se ha desvanecido.
—Ya me di cuenta —gritó mientras acababa con un monstruo alado con su ballesta—. ¿Eres hechicero?
—Correcto. Sin embargo, no sé pelear muy bien. Aun así he de descubrir qué ha pasado con la magia y de porqué se ha desvanecido. Por cierto, mi nombre es Alyen.