El Reino del Fuego

Segundo Recuerdo: Laberinto

El vórtice verde me succiona con una fuerza increíble, y gracias a él llego a otro lugar en esta «dimensión luminosa»; sin embargo, no tengo la más mínima idea de qué tan cerca o lejos me encuentro de la torre o de tierra firme. Sólo espero no hallarme más arriba.

Ahora estoy dentro de una mazmorra hecha de piedra. De nuevo avisto más de esos insectos dispersos en el área. El viento corre de una manera un poco más brusca a comparación de donde desperté. «El avanzar por aquí parece más peligroso», pienso.

Exploro esta enorme granja de hormigas flotante, cuya forma es difícil de distinguir gracias a la exagerada cantidad de luz que irradia por doquier. «Me pareció que iba a ser más agradable al lugar oscuro, pero no lo es», concluyo. Sigo recolectando fuego púrpura que me regresa muchas variedades de memorias. Los recuerdos son completamente distantes y variopintos. No hallo con la mayoría una relación coherente entre ellos.

Puedo recordar ávidamente un salón de clases con muchos compañeros distraídos y una maestra que revisa algunas libretas. En un pizarrón de tiza negro hay apuntes de matemáticas. Parecen ser sobre álgebra básica. Los alumnos son muy ruidosos, no entiendo cómo la profesora no les hace callar. Supongo que está acostumbrada.

También puedo ver un programa de televisión en donde las personas tratan de pasar una carrera de obstáculos extrema. Aquella estaba formada con superficies suaves, cuyo fondo contenía mucha agua. Quien hiciera menos tiempo, ganaba.

Otra cosa que recuerdo, y con mucha nostalgia, es una especie de plaza dentro de una colonia. Allí puedo ver pasto un poco descuidado, juegos de acero para niños y varias bancas de hierro dispersas. Me veo sentada en una de ellas, mientras observo a la gente pasar en el ocaso. Escucho la risa de los infantes que jugaban cerca, siento el cálido viento que mecía las hojas de los contados árboles.

Por último, otro de los recuerdos que más me llaman la atención, es la visión de un niño pequeño. Mismo que parece estar sentado en medio de un gran terreno, contemplando las estrellas del anochecer. Puedo sentir en mis memorias cómo camino hacia él lentamente, con mucha curiosidad y ganas de hacerle una pregunta. Al momento de estar cerca, me detengo, y alrededor escucho ecos siniestros acompañados de una brisa gélida. La sensación es nauseabunda. Es un terror invasivo el que me asecha. Volteo a todos lados, solo para notar a los numerosos entes vaporosos y espectrales que se acercan a nosotros. Antes de hacer cualquier cosa, miro al infante que está dándome la espalda, y lentamente éste voltea a verme. Noto sus brillantes y hermosos ojos azules, su color detuvo mi respiración al instante.

Es todo lo que viene a mí de buenas a primeras. Al menos lo más sólido.

Mis demás vistas al pasado son sólo imágenes completamente ajenas las unas a las otras sin un verdadero contexto. «Es un popurrí amalgamado de incógnita, irrelevancia y elementos ajenos a mí directamente, a quien yo soy», teorizo. «Información prácticamente inútil que la mente guarda por años, como un chiste malo o una publicidad pegajosa».

Después de andar un rato me siento agotada. Mi respiración aumenta exhaustivamente con el vértigo, mi ritmo cardiaco se acelera y sudo un poco. «Ésta estructura me ha divertido bastante con sus obstáculos, a pesar de ser un tanto fastidiosa».

Llego al final de la mazmorra tras recorrer un largo túnel. Intento hacer memoria de cualquier cosa sobre mí, como mi nombre, el de mis padres, de mis amigos. Necesito encontrar algo que me ayude a enfocarme, en lugar de estar pensando en cosas aleatorias. Desgraciadamente aún no puedo poner en mi mente algo parecido. Cada vez que avanzo me siento tan rara al no poder acordarme de mi identidad o de mi persona. Siento que estoy atrapada en el olvido sin una posible salida en mis memorias.

Debo encontrar a alguien que me ayude, que me identifique. Ésa debe de ser la forma en la cual pueda recordarlo todo: con ayuda. Sólo espero que haya alguien que sepa quién soy.

Al final del corredor se halla un vórtice. La apariencia carmesí de éste me genera desconfianza. Entro a él y lo primero de lo que me percato del otro lado, es que llego a una habitación completamente cerrada. Aquí, sujeta al techo con múltiples telares, se encuentra una enorme colmena anaranjada.

Busco opciones cerca, cuando un grito tremendo se escucha proveniente del nido. Volteo a ver qué pasa y éste se rompe. La forma en la que se mueve aparenta ser obra de una criatura que descansa en el interior.

— ¡No puede ser! —digo entre dientes con miedo al ver la madriguera hacerse pedazos. Veo cómo brota una mamá insecto gigante enfurecida de aquel nido, destrozándolo por completo para luego caer frente a mí. Al verme, echa un grito ensordecedor.

Me parece un poco obvio que ésta es una prueba del calabozo. Tengo que vencer a este contrincante para avanzar.

Lucho contra la aberración. Esquivo sus ataques, pero el ácido que escupe de la boca y sus improperios que me lanza junto a su cuerpo consiguen lastimarme un par de veces. A pesar de todos sus esfuerzos, logro derrotarla al atravesar mi espada en su cara, lo cual la asesina de inmediato, mientras estoy a punto de ser atropellada por ella.

Saco mi espada y caigo rendida de sentón al suelo, respiro agitadamente y sonrío un poco por mi victoria. Tanto así que río y suspiro de alegría.

Después de unos minutos, me levanto y rodeo a mi difunto enemigo. Definitivamente está muerta. Al ver su coraza, recuerdo que alguien me dijo o en algún lado leí, que las criaturas que viven en la luz tienen una membrana especial debajo de su exoesqueleto. Arrancada, ésta se transforma en una tela que te vuelve invisible al vestirla de un sólo lado.

Al saber esto, me doy cuenta que posiblemente sí tengo conocimientos de este lugar. Inclusive, tal vez sí llegué a visitarlo antes, pero no lo recuerdo.



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En el texto hay: fantasia, aventura, magia

Editado: 03.07.2021

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