La ciudad humana por la que cruzo es todo un fuerte. Los hombres con paliacates rojos, que parecen ser los guardianes, constantemente me interceptan mientras me abro camino, mas no son problema para mi habilidad psíquica, pues con ella los dejo inconscientes al instante; no obstante, lo que me está pareciendo difícil es guiarme por la ciudad para encontrar el hogar de los dichosos ancianos. El sitio es enorme, pueden encontrarse en cualquiera de las construcciones.
Luego de un rato llego a una avenida inmensa. Por encima de ésta, a la distancia, se puede apreciar una cámara suspendida en lo alto, entre varios rascacielos que tienen acceso hacia ella. Algo me dice que ahí se encuentra lo que busco.
Subo a un edificio por medio de una escalera de emergencia contra incendios hasta el techo. Desde aquí me convierto en albatros para volar hacia mi objetivo. Pensé antes en hacer esto, pero podría terminar mal herida gracias a que la gente estaba lanzándome proyectiles con armas de fuego. Por suerte en las terrazas de los rascacielos no hay gente, por lo que mi tránsito aéreo es tranquilo.
Mientras sobrevuelo la metrópolis, al ver la arquitectura de la urbe, más recuerdos llegan a mí.
…
Eran cerca de las 5:00 horas y no había mucha gente en el aeropuerto. Yo me encontraba sola esperando mi vuelo, sentada al lado de la puerta de acceso al avión que iba a tomar mientras leía The Secret de Rhonda Byrne, cuando de repente alguien llegó y se sentó a mi lado.
— ¡Vaya! ¡Qué libro tan interesante está leyendo usted! —dijo aquel desconocido impresionado. Cuando vi quién me había dicho eso, noté que se trataba de un hombre adulto joven de tez oscura y cabello negro, con ojos azules muy claros y una barba que se forma en la mañana. Se me hacía familiar, pero no sabía quién era exactamente.
—Disculpe, ¿le conozco? —pregunté algo molesta a la par que cerraba el libro y dejaba mi dedo índice dentro para no perder dónde me había quedado. El hombre rio un poco y se presentó.
—Lo siento, señorita. Soy Gregorio Salazar, vivo con Marcia —Respondió el hombre feliz. Recuerdo que la primera vez que fui a casa de Marcia creí ver a una persona en el jardín, pero no le presté el mínimo de atención.
—Mucho gusto, Gregorio. Dígame, ¿qué le trae por aquí? ¿Acaso se irá de viaje también a la capital del país? Y si es así… ¿Placer o negocios? —Cuestioné al hombre un poco más tranquila. Después de un amistoso saludo de manos, él me miró a los ojos curioso.
—Puedes decirme «Gregory» si gustas, lo prefiero así, pues es el nombre de mi abuelo y el qué yo iba a heredar—me explicó entusiasmado, luego perdió la mirada y la regresó a mí—. Pues verá, señorita, mi intención es un poco de ambas. Realmente viajaré por negocios de la familia de Marcia, pero también deseo disfrutar el panorama y la gente del centro de este país —respondió Gregory y después de eso sonreí para contestar a su agrado.
—He oído historias de que la comida allá es muy buena. Verá, le seré sincera: iré a ver a un grupo de mujeres que adoran a la diosa del sol. Ellas tienen una fuerte relación con entidades divinas y deseo saber algo más interesante que he escuchado sobre sus costumbres. —Le platiqué a Gregory con una leve sonrisa, quien quedó perplejo. Realmente se asombró de mi facilidad de palabra y falta de pena.
—Usted está buscando a las Nahuales, ¿no es así? —afirmó Gregory sin problema alguno. Me fue increíble que esta persona supiera sobre aquellas mujeres. Yo no le dije ni siquiera a Annastasia que iría a ver a las Nahuales. ¿Cómo es qué lo supo él?
—Efectivamente, señor. Veo que es muy listo y conocedor. ¿Sabe dónde se encuentran? —Pregunté de la manera más atenta y cordial que pude. Él se quedó en silencio un momento, volteó alrededor cauteloso y entonces me respondió.
—Sí y no —alegó Gregory confiado, con una enorme sonrisa. Yo me desconcerté, y al ver mi cara de confusión, él no dudó en soltar una carcajada, luego se inclinó hacia mí e hizo una seña con su mano para que yo hiciera lo mismo, lo cual efectúe de manera cautelosa para escuchar lo que tenía que decirme. Él luego me contó el resto—. Verá usted, las Nahuales son mujeres muy impredecibles y difíciles de encontrar. Si desea hallarlas deberá buscar en el corazón del bosque donde sus ancestros se reunían. Y si las encuentra, entonces le mostraran lo que está buscando —explicó entusiasmado susurrando. Fue ahí cuando comprendí que esas mujeres confiaban mucho en su habilidad de ocultarse.
El avión llegó. Gregory se despidió, puesto que su asiento en el aeroplano era muy lejano al mío. Ambos subimos y me relajé viendo por la ventana cómo éramos elevados. El cielo es un lugar hermoso; las montañas, las nubes, los grandes campos, sin olvidar las sierras y altiplanicies, hasta la ciudad, se veían bellísimas desde arriba.
Llegué a la ciudad de México: un lugar enorme, transitado, lleno de gente y más. No llevé ningún tipo de equipaje conmigo, así que bajé rápido y me fui inmediatamente al hotel donde reservé.
Al llegar hasta allá, reclamé mi llave y me pasé a los centros comerciales donde se encuentran las tiendas de diseño para comprar varios vestidos, joyas y algunos pares de zapatos. Al finalizar el día regresé al hotel donde me hospedaba y acomodé todas mis nuevas adquisiciones usando mis poderes psíquicos, mientras terminaba de leer mi libro.
Pronto, gracias a una pequeña trampa de las nahuales, conseguí encontrarlas, me senté entre ellas y me explicaron todas sus creencias, al igual que me declararon como parte de su aquelarre.
Cuando decidí regresar a mi ciudad de origen lo hice en forma de albatros, después de enviar todo lo que compré por paquetería rápida a mi dirección.
…
Llego a un edificio donde está una entrada a la cámara suspendida. Frente a ella se encuentra el hombre del paliacate azul. Él está posando como guardián, aparentemente esperándome.
Editado: 03.07.2021