El Reino del Fuego

Vigésimo Primer Recuerdo: La Ciudad de la Magia

Dejo atrás la metrópolis de Terra Nova con cierto remordimiento, puesto en este momento no puedo hacer nada por aquel lugar en ruina. No me es posible salvar a mi propia gente. Por ahora voy corriendo para llegar al portal que me llevará a la Sala de las puertas recordando fluidamente un evento.

Ya estaba haciéndose tarde. La lluvia era cada vez más intensa y la tormenta eléctrica azotaba con su enorme estruendo la zona sin parar; era una noche tan oscura que difícilmente se distinguían las calles por las cuales Iris me llevaba. Después de tanto caminar finalmente llegamos al lugar donde me prometió responder mis preguntas. El sitio era una enorme iglesia abandonada en medio de la nada con un pequeño convento al lado, estando esto dentro de una muralla que rodeaba toda la zona, hecha con piedra y barro al igual que las demás edificaciones dentro.

El sitio estaba solo y se veía muy macabro para mi gusto. Nosotras entramos por el portón principal usando una vieja y gorda llave que Iris poseía. Inmediatamente pasamos al interior de la iglesia y mi acompañante cerró las puertas de este santuario así tan pronto nos introducimos. Dentro, la construcción estaba a luz de velas, con grandes columnas a los costados y bancas en medio para los creyentes que desearan visitar el sitio; al frente se hallaba un gran altar de madera, plata y oro. Me llamo mucho la atención este mismo, así que empecé a caminar hacia él, admirando su belleza.

—Es un lugar descomunal, ¿no lo crees así? —Iris me preguntó sonriendo justo cuando vio que me acerqué al altar. Su actitud me molestaba, sentía que era algo engreída.

—La verdad, sí. Nunca había oído de esta iglesia. Me sorprende que aún no le hayan robado nada— le respondí a mi nueva amiga, luego seguí avanzando mientras Iris hablaba.

—Pues aquí sólo pueden entrar personas que hayan recibido un don —presumió la chica de cabello castaño, al mismo tiempo que daba algunos pasos hacia mí con las manos detrás de su espalda. Cuando escuché la palabra «don» volteé hacia el techo y me di cuenta que en él estaba construida una gigantesca estatua: era una escultura que seguramente cambiaría mi forma de ver el génesis en esos días y hasta ahora lo recordé.

Esta obra de arte tenía de fondo el paraíso. Después, justo enfrente, había un ángel muy hermoso con sus manos extendidas hacia los lados en forma de recibimiento, y debajo de él estaban dos criaturas que jamás había visto en mi vida.

Eran Arctoicheio y Pridhreghdi. Los recuerdo perfectamente.

Debajo de estos se apreciaban doce figuras de raras criaturas cerca de Arctoicheio, y tres dragones de diferentes apariencias debajo de Pridhreghdi; por último, más debajo de todos estos, se encontraba un hombre sobre una rodilla en el suelo abrazando a una mujer que estaba hincada, misma que se acurrucaba en el pecho de su acompañante y veía todas las figuras en el cielo.

Entre más abajo estaba el escenario de esta escultura, más sombrío se volvía el paisaje, hasta donde se hallaba esta pareja de humanos, donde se apreciaba un panorama horrible y desolado, totalmente opuesto al que se ve detrás del ángel.

—¿Qué demonios es eso? —Pregunté a Iris, quien inmediatamente comenzó a explicarme.

—La estatua del techo se llama Génesis y habla de la creación de nuestro mundo. Es una historia larga, pero si tienes tiempo te la puedo contar diciéndote quienes aparecen en la escultura —comentó la chica alegre. Era obvio creer que había una gran explicación detrás de esto y se escuchaba muy interesante. No podía evitar querer oírla, así que acepté. Iris comenzó su historia y hasta ahí recuerdo lo sucedido.

He llegado al portal que Emmitt se refirió.

Como lo mencionó, es sólo un abismo negro en medio de la nada. No parece haber algo al otro lado. Me es interesante obsérvalo, pues no importa por cual ángulo lo vea, es lo mismo: un agujero. Éste no desaparece a diferencia de las fisuras entre las dimensiones que ya he atravesado antes. Además, se percibe mucha paz proviniendo de él.

Camino hacia él adentrándome y encontrando un vasto vacío sin aparentes límites que posee un piso compuesto de azulejos negros con la orilla blanca.

Desde mi posición es posible ver las diferentes puertas de las que se me había hablado. Cada una es una pequeña ventana que muestra claramente qué hay del otro lado. Aunque eso no es lo más raro, sino que enfrente de algunos portales hay algo que obstruye la entrada a estos.

Sin tomarle mucha atención a ello, encuentro la salida a Techtra, misma que está libre de obstáculos. Sin más qué hacer aquí, voy a él hasta llegar a aquella ciudad.

La gran metrópolis de los magos posee gigantes edificaciones con bellas formas geométricas perfectas que acaparan la larga vista notándose espectros de luz que sobresalen de los horizontes donde se pierde la vasta urbe. Aquellos destellan cada singular brillo del sol en las enormes ventanas de cristal que tupen las construcciones.

A donde voltees hay acero azulado: en el suelo, en la decoración, en los edificios e inclusive flotando por ahí. Mismo que rodea toda la ciudad junto a estaciones mecánicas con pantallas de luz flotantes llenas de información que los habitantes usan frecuentemente.

Los magos circulan de un lado al otro sin detenerse. Todos caminan apresurados con la mirada en alto y una expresión seria llena de grandes pensamientos, visten de manera elegantemente y algo futurista en comparación de lo que vi en Terra Nova. Todos ellos llevan túnicas azules con largas capas y grandes báculos de acero con cristales en la punta.

Al llegar a este lugar, un guardia que se halla en la entrada de este reino me recibe alegremente al ver lo emocionada que estoy admirando el panorama. Sé su profesión por la ligera armadura que lleva sobre sus ropas.

—¡Buenos días y bienvenida a Techtra: la ciudad mágica! Si desea, puedo darle la información que necesite, puesto se nota que es la primera vez que viene. Dígame, por favor: ¿Está aquí por negocios? ¿Conocimiento? ¿Audiencia con el rey Parada? —Dice el mago alegremente. En su cara puedo ver cierta alegría e ingenuidad. Honestamente no tengo la más mínima idea de cómo preguntar las cosas. Si le digo que vengo a ver al rey, tal vez se ponga en alerta; sin embargo, no puedo tampoco desperdiciar tiempo siendo discreta.



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En el texto hay: fantasia, aventura, magia

Editado: 03.07.2021

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