El Reino del Fuego

Vigésimo Tercer Recuerdo: Distimia

El reino de los fantasmas es un bosque oscuro, muerto, triste y melancólico. A donde volteo, veo árboles secos y una negrura que los cubre fríamente, los abraza y oculta horribles cosas en ella. Mirar al cielo es sólo perderse entre las largas y secas ramas de cadáveres que seguramente alguna vez fueron hermosas plantas verdes.

Willkommen! —Dice el soberano del reino no muy entusiasmado—. Ay, perdón si hablo en mi idioma natal, pero es costumbre. Yo pertenecí al mundo antes del segundo juicio, morí en él. Aun así, no tengo recuerdo alguno de lo que fui. Sólo sé que soy originario de una tierra llamada «Latino América» y fui a vivir lejos, a una tal «Alemania» hasta que fallecí. Sigo conservando cosas como esta lengua casi muerta, creo que sabes que muchos idiomas han desaparecido al igual que las religiones humanas, ¿no es así? —Explica el fantasma con indiferencia. Me sorprende escuchar que incluso las religiones han cedido gracias al paso del tiempo. Eso es algo que yo siempre creí que sería imposible de desaparecer.

Caminamos siguiendo a Aldo. Me da la impresión que sólo él conoce perfectamente por dónde ir. El hombre va silbando mientras Nicolás y yo platicamos, parece no importarles dar nuestra posición en el bosque.

—¿Cómo está eso de que las religiones desaparecieron? —Pregunto al rey fantasma con gran curiosidad. Después de un breve momento, Nicolás piensa un poco y me contesta con dudas en sus palabras.

—Realmente no hay un «porqué» como tal. Mira, sé que los humanos siempre han tenido que creer en algo. Graciosamente, durante los juicios, ningún tipo de dios bajó a ayudarlos. Cuando sólo quedaron aquellos que no fueron juzgados, el padre de las bestias sagradas, Arctoicheio, descendió del cielo. Él les habló a los humanos diciendo que hace tiempo, en conjunto con su hermano, había construido el mundo cómo se conocía en ese entonces; pero no deseaba que las cosas se confundieran más, pues no le interesaba tener una relación con los humanos y menos en ese momento. Él decidió explicar que, aunque no existiera un dios como tal, ellos jamás deberían perder la esperanza. Mencionó cosas que no recuerdo en su exactitud, pero entre ellas fue: «Nunca podrán juntar suficientes méritos como para ascender a un plano utópico, ni fallarán lo necesario para caer en un sinuoso mar lúgubre de tortura eterna. No habrá nada después de esto, no hubo nada antes de esto. Lo único que importa es el ahora, y si desean destruirse y consumir todo a su alrededor, háganlo, pues con el tiempo serán olvidados. Si ansían amar y cultivar su hogar para que sus descendientes sepan que hubo alguien que los amó incondicionalmente, ya que ustedes jamás disfrutarán de lo bello que será el mundo para estos desconocidos, entonces serán siempre recordados como aquellas personas que dieron su vida para que la existencia de las futuras generaciones sea plena y hermosa. Esa es la manera en la cual pueden realmente idear un paraíso para ustedes: vivir eternamente en la memoria de alguien que los amará fervientemente. Humanos, ustedes son una coincidencia, un factor, un cálculo desorbitado de la creación, una casualidad, un error. Les aconsejo que no existan para desperdiciar el tiempo que les queda aquí. Puedo sentir a muchos de ustedes, quienes han perdido la esperanza. Todos ellos perecerán. Los que quedarán con vida levántense y construyan su hogar en las ruinas de éste que será su tercer juicio; deben respetar el mundo, puesto es un regalo, y si lo marchitan, entonces los juzgaré una vez más hasta que desaparezcan.  Es todo lo que les pido: cuiden la tierra, no abusen de ella y eviten la furia de mi familia. Deben tener respeto, o si no, yo perderé el que tengo por sus vidas». Una vez dicho esto, se efectuó el tercer juicio. Luego Arctoicheio desapareció y los sobrevivientes que quedaron absueltos se encargaron de que las nuevas generaciones supieran lo que la bestia sagrada dijo. Los humanos ahora han vivido respetando al planeta, y con el tiempo, las pocas iglesias que fueron erigidas para los antiguos dioses humanos comenzaron a ser abandonadas lentamente; primero por la gente joven, más delante por la vieja, y la que nunca la dejó simplemente murió con el tiempo. Ahora sólo queda el respeto por las criaturas divinas y se bendice en nombre de ambas: Arctoicheio y Pridhreghdi. Se dice que, incluso después de lo dicho, los humanos le rinden tributo a Arctoicheio de una forma u otra, y que en verdad hay una religión dedicada a él; pero si eso es cierto, al padre de las bestias sagradas no le importa. Lo que sí es verdad es que, de vez en cuando, estos seres divinos ayudan a viajeros o quien está en necesidad y realmente la merece; pero, aunque seas el más noble y valiente de todos, no siempre te darán la mano, lo hacen sólo a veces, sin patrón alguno. Inclusive tampoco se presentan ante sus familias como lo son la D’Arc o Pridh. El contacto y comunicación con ellos es casi nulo. Bueno, esa es la historia de porqué las religiones desaparecieron, o al menos eso dicen los humanos. Yo no les creo del todo —cuenta Nicolás casi obligado durante el camino hacia 3akat. Él habla con desagrado cada vez que mencionaba a mi raza, esto me causa bastante curiosidad en lugar de enojo. Al verme de esta manera él me explica el porqué de esa repulsión—. No te ofendas, pero los humanos son criaturas desagradables. Odio admitir que vengo de uno de ellos. A 3akat vienen las criaturas cuyas vidas son lo suficientemente patéticas como para querer redimir algo aquí convirtiéndose en fantasmas. Todo mundo es bien recibido, claro, si sobrevive y trae algo para aportar al reino. Puede ser lo que sea cómo: información, dinero e incluso objetos de interés y valor histórico —explica Nicolás con más entusiasmo que antes. 3akat se me hace una tierra interesante, a cómo su rey la describe.



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En el texto hay: fantasia, aventura, magia

Editado: 03.07.2021

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