El Reino Del Silencio

CAPÍTULO 2 Las voces que no existen

Aquí, las voces no se oyen solo respiran en el interior. Cuando un rostro perdido despierta dolor, es el alma reconociendo una memoria que aún no alcanza. Porque todo lo que se intenta olvidar… siempre encuentra la forma de regresar.

La puerta se cerró tras ella con un murmullo casi imperceptible, y el aire dentro era más intenso, cargado de polvo y un aroma metálico, como si cada partícula hubiese sido arrancada del tiempo y marcada con sellos de agobio.

La sombra que la había traído se detuvo frente a una entrada estrecha y, con un movimiento lento, señaló el interior.

—Aquí descansarás —susurró sin voz, solo con el pensamiento.

Yadara cruzó la puerta. El lugar parecía una habitación, aunque nada en ella evocaba descanso, sino la confirmación de más soledad. Las paredes eran de piedra fría y opaca; la luz provenía de una lámpara suspendida en el aire, un resplandor tenue que apenas se mantenía encendido.

En el rincón había una cama sencilla hecha de algo que no era madera ni metal, sino una mezcla de ambos, como si el reino entero estuviera hecho de materia muerta y seca. Aun así, había algo más en el ambiente. Ruidos lejanos, o quizá ecos que no provenían del exterior sino del interior de su mente.

Se acercó a la ventana y vio una rendija apenas visible que daba a un pasillo con otras puertas. Al otro lado, vio siluetas humanas que se movían despacio, con una luz tenue en el pecho, una especie de brillo apagado que no alcanzaba a iluminar sus rostros.

En un intento de curiosidad, vio a una mujer en la habitación de enfrente. No era anciana, su semblante describía el peso de los años, era el reflejo mismo del dolor y tristeza, así como la soledad que no puede hablar.

Esa mujer y su rostro le resultaron inquietantemente familiares a la pequeña Yadara. La observó con detenimiento; algo dentro de ella gritaba que la conocía.

Pero... ¿de dónde? ¿De su mundo? ¿De sus sueños? La joven no lo podía recordarlo. Y esa sensación era tan intensa que le dolía el pecho, como si un hierro ardiente le atravesara.

—¿Quién eres? —pensó una y otra vez, sin poder hablar...

La mujer levantó la mirada y lentamente la dirigió hacia la joven Yadara, como si la hubiera escuchado muy dentro de su alma. Fue entonces cuando, por un ligero instante, ambas quedaron unidas por el reflejo del silencio y algún recuerdo en el eco de sus almas que las llamaba.

La joven dio un paso atrás, llena de confusión y tristeza que le abría un vacío en el pecho. Se apoyó en el muro, intentando respirar. Agitada, tratando de comprender lo que pasaba, volvió la vista hacia el pasillo ofuscada y temerosa.

A pesar de lo que sintió, su curiosidad la llevó a mirar justo delante de ella, hacia otra habitación donde permanecía un hombre joven, alto de piel morena y mirada perdida. Era más menor que ella, pero su expresión transmitía una tristeza antigua y angustia perdida.

Él también la miró, y por unos segundos, en medio de esa penumbra, Yadara creyó ver un destello de reconocimiento.

Ella lo conocía...

Lo sabía con certeza. En su corazón desolado, agrietado, algo le erizaba la piel... pero en su mente fragmentada, las memorias no encajaban.

—¿De dónde los conozco? ¿Y porque siento tanto dolor al verlo? —lágrimas rodaron por sus mejillas mientras se preguntaba quién podría ser ese joven de tez morena.

Su mente giraba entre imágenes difusas de un río, risas y esa voz que alguna vez le dijo su nombre con ternura. Todo eso parecía un recuerdo ajeno, lejano... una ilusión traída por la arena del desierto y la bruma fría.

El cansancio se apoderó de ella, era un agotamiento distinto, como si cada pensamiento le drenara la energía. En un parpadeo, la figura oscura volvió a aparecer ahora frente a ella. No entró por la puerta. Simplemente se materializo dentro de la habitación, emergiendo de la penumbra misma y observándola fijamente.

Su presencia era más densa que antes y, aunque no tenía rostro, Yadara sintió su mirada sobre ella. La proyección oscura susurró con una voz que no sonaba como voz, sino como un pensamiento húmedo que se desliza por dentro.

—¿Te parecen conocidos?

—También viven aquí… como tú. Todos descansan después de buscar respuestas.

Yadara la observó sin moverse; no sabía si aquello era una advertencia o una promesa.

—Quizá deberías hacer lo mismo —continuó el fragmento sombrío —.

—Descansa... deja de hacerte preguntas; el silencio te hará bien.

La figura oscura se acercó y su forma cambió repentinamente; ahora parecía humana, engañosamente amable. Una mano oscura se extendió hacia ella, invitándola a rendirse.

Yadara sintió que sus pensamientos se volvían más pesados, que la niebla del sueño la envolvía otra vez.

Una calma antinatural comenzó a cubrirla; por un momento creyó escuchar un latido. No sabía si era el suyo o el del Reino. Mientras el vapor oscuro le sonreía sin rostro, le susurró:

—Aquí nadie sufre… si aprenden a callar.

Yadara bajó la mirada; sus ojos se nublaron, y el último pensamiento que logró conservar antes de hundirse en el sueño fue un hilo de resistencia que la impulsaba a pensar:

—Si este es el silencio… entonces necesito recordar el sonido...

Mientras, la lámpara parpadeaba una vez más, débil, como si el lugar entero respondiera a esa idea. Y luego, todo volvió a la quietud; al silencio del sueño que no llegó del todo. Era un descanso inquieto, como si el cuerpo durmiera, pero la mente y los pensamientos de esta joven siguieran de pie.

Yadara sintió que el silencio cambiaba de forma; se volvía espeso, casi líquido. De pronto creyó oír algo, una voz… o un pensamiento ajeno parecido a un susurro con eco. No podía distinguir si venía de la habitación contigua o de adentro de su cabeza.

—Yadara…

Luego, entre el eco invisible del aire, la voz añadió con suavidad:




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