Cuando menos te lo esperas, el reflejo suele incomodar...
El horizonte se volvió opaco, casi sólido. Entre la bruma espesa, una ciudad emergió como un fantasma inmenso: torres sin brillo, calles sin pasos, sombras sin expresión moviéndose con la precisión muerta de una marioneta sin hilos.
Yadara se detuvo —su pecho se encogió, como si el aire se negara a entrar. Aquello no era una ciudad. Era un recuerdo petrificado.
Los habitantes caminaban sin voz, sin ojos vivos, sin alma. Ni uno levantaba la mirada al cielo apagado. La joven sintió un vacío inmenso abrirse en su interior.
Ese mundo no estaba solo muerto… Tenía años asfixiándose a sí mismo.
Unos dedos fríos la sujetaron del brazo. Y la piel de Yadara tembló.
Un habitante gris, mecánico, sin rostro claro, la condujo sin permiso hacia un grupo de figuras cubiertas con velos polvorientos.
No hablaron; apenas respiraron.
Solo la acomodaron en un espacio y le asignaron una tarea que parecía no tener propósito.
Mover piedras.
Limpiar cristales opacos.
Repetir movimientos sin sentido.
Cada acción borraba un poco más de su memoria, como si las emociones se le escaparan por las manos.
Sentía soledad, decepción, cansancio…
Y esas emociones tomaban formas difusas frente a ella: siluetas hechas de humo denso, ojos apagados vigilando sus gestos.
Emociones esclavizadas.
Guardianas del silencio eterno.
Si no recordaba pronto quién era…
iba a convertirse en una de ellas.
Yadara escapó del grupo, internándose entre ruinas antiguas.
Las columnas derrumbadas estaban cubiertas de polvo gris, y en las paredes fracturadas brillaban fragmentos de espejos.
Parecían puestos allí para vigilar, no para reflejar.
Cuando pasó frente a uno, su superficie vibró. Y entonces… habló.
—¡Cállate! —susurró una voz temblorosa—.
Cállate, cállate… no pienses eso… no digas nada… shhhh.
Yadara parpadeó varias veces, confundida.
—¿Qué? ¿Quién dijo eso? ¿Tú… espejo?
¿Eres otra sombra? ¿Por qué te espantas tú?
El fragmento tembló como si tuviera miedo.
—Te están escuchando.
Ay, niña, por favor… no seas ingenua.
No pienses fuerte. No hables fuerte. Mejor… sigue.
Yadara frunció el ceño.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿También me vas a encadenar?
El espejo hizo un chillido metálico, casi histérico.
—¡No digas eso! ¡Ay no, no, no!
Pero no era el espejo quien hablaba.
En otro rincón del Reino del Silencio…en una grieta profunda, iluminada solo por una tenue luz ceniza, Corvún estaba sentado en una silla torcida —una que claramente no pertenecía a ese reino.
Tenía un cuenco hecho de hueso lleno de palomitas muy quemadas.
—Por fin un descanso —murmuró mientras metía el pico.
Frente a él había un enorme espejo fragmentado. Cada pedazo mostraba distintos rincones del Reino del Silencio. Uno mostraba a Yadara. Corvún observó su gesto cansado, su respiración agitada… y luego vio el momento exacto en el que ella empezaba a creer lo que las sombras le decían.
El cuervo se atragantó. Luego escupió todas las palomitas con un graznido:
—¡¡NO, NO, NO, NO, NO!! ¡Ay niña, por los cielos! ¡¿Cómo se te ocurre creerles?!
Se enredó en la manta que tenía encima, se cayó de la silla, golpeó su ala contra una roca.
—¡Mis plumas! ¡Mi reputación! ¡Ay, Leruz, ¿por qué siempre me mandan a mí?!
Se levantó de golpe y corrió hacia el espejo.
—¡Actívate, actívate, actívate! ¡Ábranme paso, fragmentos inútiles!
El espejo vibró.
Uno de sus pedazos —el mismo frente al que Yadara estaba parada— brilló y abrió un canal. Corvún respiró hondo.
—Ok, voz de espejo… modo dramático: ¡activado!
Y a través del fragmento, su voz salió transformada en eco cristalino:
—¡No les creas! ¡No les creas ni tantito! No escuches esos susurros, niña. Tú NO perteneces aquí. Sigue caminando. No los mires. No les pienses.
Yadara se sobresaltó.
—El espejo… ¿me está regañando?
Corvún golpeó el vidrio desde su lado.
—¡Porque TE ESTOY REGAÑANDO MI CIELO! ¡DESPIERTA!
Pero ella solo escuchó el eco suave del cristal:
—Recuerda tu nombre… no sueltes lo poco que queda de ti.
Yadara respiró hondo, su corazón vibró, y murmuró:
—…Yadara.
Corvún abrió las alas emocionado.
—¡Sí! ¡Eso! ¡Una victoria para el equipo del cuervo mágico!
Y volvió a su silla, resoplando, recogiendo sus palomitas derramadas.
—Ay, esta niña me va a dejar calvo…
Pero el Reino del Silencio escuchó ese pequeño triunfo.
Cuando Yadara avanzó, una sombra se movió entre los escombros.
Tenía forma humana, pero su cuerpo era humo sólido.
Ella la siguió… sin saber por qué.
Los espejos vibraban con cada paso. El camino se convirtió en un laberinto de reflejos. Hasta que uno de ellos mostró algo que la paralizó. Su reflejo... Distorsionado, oscuro.
Y desde su pecho emergía una sombra densa, como si hubiera vivido allí escondida.
Yadara retrocedió, sin poder gritar. La sombra que seguía se detuvo, el aire se congeló.
La figura se materializó frente a ella: una silueta humanoide, sin rostro, hecha de oscuridad con forma de humo.
Una voz que no era voz habló directamente en su mente:
—No temas. En este reino nadie grita.
La figura extendió sus brazos largos y traslúcidos. De ellos surgieron cadenas de humo negro que se solidificaron al contacto con su piel. Los grilletes cerraron con un chasquido seco.
El peso no era físico… era emocional. Era la sombra de sus propios miedos.
La sombra tiró de las cadenas. Yadara fue obligada a seguirla por pasillos que se alargaban más de lo posible, como si el tiempo se deformara.
Cada espejo mostraba su reflejo encadenado, multiplicado infinitamente.
Finalmente, la llevaron a una puerta alta cubierta de símbolos que brillaban apenas.