El Reino del Silencio: El Despertar

CAPÍTULO 5: El Silencio tiene Grietas

Donde el silencio comienza a quebrarse...

El cansancio se apoderó de Yadara. Era un agotamiento distinto; no solo físico, sino profundo, como si cada pensamiento le drenara trozos de alma. Parpadeó una vez… y la sombra apareció de nuevo frente a ella.

No entró por la puerta. Simplemente se materializó desde la penumbra, emergiendo como un vapor sólido que tomaba forma humana. Su presencia era más densa que antes. No tenía rostro, pero Yadara sentía perfectamente su mirada.

La voz no llegó por aire ni vibración, sino por dentro, como un pensamiento húmedo que se arrastraba:

—¿Te parecen conocidos…?

La figura insinuó un gesto hacia la mujer del otro cuarto y el joven de la luz tenue. —También viven aquí —continuó—. Como tú. —Todos descansan… después de buscar respuestas.

Yadara retrocedió un paso, sin saber si aquello era una advertencia o una promesa.

La sombra repitió, con aparente suavidad:

—Quizá deberías hacer lo mismo.

—Descansa.

—Deja de hacerte preguntas.

—El silencio te hará bien…

La figura oscura avanzó. Su forma cambió de repente: ahora parecía humana, casi amable. Una mano se extendió hacia ella, invitándola a rendirse.

La mente de Yadara se nubló. Sentía que un sueño pesado la envolvía. Una calma antinatural… como si el reino quisiera dormirla para siempre.

El vapor oscuro sonrió sin tener rostro.

—Aquí nadie sufre… si aprenden a callar.

La joven bajó la mirada. Sus ojos se nublaron. Y el último pensamiento que logró conservar antes de caer fue una chispa rebelde:

—Si este es el silencio… entonces… necesito recordar el sonido.

La lámpara titiló. Una vez. Dos veces.

Mientras tanto… muy lejos de allí, o tal vez no tanto… Corvún estaba sentado dentro del hueco de una torre derrumbada, acomodado en su silla improvisada hecha de huesos de ladrillo.

Tenía un cuenco de palomitas grises (piedritas crujientes… su snack favorito del reino, aunque luego le dolía el pico).

Miraba un fragmento de espejo suspendido frente a él como si fuera una pantalla mágica.

—¡No, no, no, noooo! —graznó sacudiendo las alas—. ¡Otra vez está cayendo en la trampa! ¿Es en serio?

Se dio un manotazo en la frente. Tres plumas salieron volando.

Se dio un manotazo en la frente. Tres plumas salieron volando.

—¡Mis plumas! ¡MIS PLUMAS! ¡Las que me hacen ver guapo y trágico al mismo tiempo!

—Esto es una pesadilla… Yo debería estar guiando mariposas celestiales, no vigilando a una niña que ¡NO RECUERDA NADA!

—¡Nada! ¡Ni su propio nombre recordaba! ¡Por favor!

Agarró el espejo y lo sacudió como si fuera un control defectuoso.

—A ver, Corvún… respira. Inhala uno… exhala dos… —dijo moviendo el pico como terapeuta cansado—.

—Tú puedes. Eres un cuervo. Bueno… un cuervo mágico, poderoso… aunque con poderes limitados en este reino horroroso.

—¡Qué frustrante!

El cuervo chasqueó el pico con indignación.

—Esa sombra fea… con un solo chasquido yo la vaporizo. ¡Puff!

—Pero noooo… que no puedo, que “reglas del reino”, que “no interferir directamente”, que “prohibido desintegrar entidades sombrías” …

—Ay, por favor… no quiero multas cuando regrese a Luminara.

Rodó los ojos dramáticamente.

El espejo volvió a mostrar a Yadara a punto de dormirse. Y Corvún abrió mucho los ojos, expresando:

—¡No, no, no! ¡¡NO DUERMAS, NIÑA!! ¡Allí es donde te quieren lavar el cerebro! ¡Ay, por los pétalos luminosos del Maestro Sabio, que alguien me ayude!

Alzó las alas, inhaló exageradamente…

—¡¡RECUERDAAAA!! —¡LEVÁNTATE! ¡HAZ ALGO! ¡CUALQUIER COSA!

Pero, como siempre, su magia no podía atravesar el Reino del Silencio directamente. Estaba limitado. Aprisionado. Así que la ilusión era su única herramienta. Corvún chasqueó las garras.

Y dentro de la habitación de Yadara… la lámpara tembló. El polvo se arremolinó de forma imposible. Los fragmentos de espejo vibraron, como si algo invisible los golpeara desde adentro.

Un susurro distorsionado emergió:

—Yadara… —No te rindas… —Levántate…

Yadara abrió los ojos de golpe.

La sombra retrocedió una fracción, sorprendida por la luz breve que había parpadeado en la lámpara.

Corvún, en su torre, gritó:

—¡Eso! ¡Eso! ¡Al fin reaccionó!

—Vamos a ayudarte un poquito niña... con esa lampara. ¡Bah! No me van a multar por esto.

La lámpara volvió a encenderse con intensidad por un instante… solo un instante… Pero fue suficiente para romper la calma que la sombra quería imponer.

Yadara, temblando, se incorporó lentamente. Pensó: El silencio tiene grietas...

Miró hacia la mujer del otro cuarto. Su semblante vacío, su quietud… Pero algo en sus labios se movió.

Sin sonido. Pero con significado.

—Te he visto antes…

Yadara tragó saliva.

Luego miró al joven de tez morena. Su luz débil palpitaba. Una conexión vibró entre ambos, pequeña… pero viva.

El espectro reapareció en la puerta, su voz presionando dentro de su mente:

—No escuches las voces. —No existen. —Aquí nada existe fuera del silencio.

Pero ahora, por primera vez…

La joven no le creyó.

Porque ese parpadeo de luz… Ese remolino de polvo… Esa vibración en el espejo…

Tenían otra esencia. Una que no pertenecía al Reino del Silencio.

Una que no estaba muerta.

Una que venía de él.

De Corvún.

Yadara respiró hondo.

El silencio no era perfecto.

El silencio tenía grietas.

Y por esas grietas… podía entrar la luz.

La mujer levantó la mirada y lentamente la dirigió hacia la joven Yadara, como si la hubiera escuchado muy dentro de su alma. Fue entonces cuando, por un ligero instante, ambas quedaron unidas por el reflejo del silencio y algún recuerdo en el eco de sus almas que las llamaba.

La joven dio un paso atrás, llena de confusión y tristeza que le abría un vacío en el pecho. Se apoyó en el muro, intentando respirar. Agitada, tratando de comprender lo que pasaba, volvió la vista hacia el pasillo ofuscada y temerosa.




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