El sol se elevaba lentamente sobre Aeryon, pero su luz no lograba disipar por completo la sombra que la última batalla había dejado. Las calles todavía olían a ceniza y pólvora, y los sobrevivientes limpiaban los escombros mientras murmullos de miedo y asombro recorrían la ciudad.
Seren caminaba junto a Eidan, sus pasos resonando sobre la piedra húmeda. Su luz seguía brillando suavemente, como un recordatorio constante de que no solo eran guerreros, sino también guardianes de un vínculo que iba más allá del destino.
—Aún queda mucho por hacer —dijo Seren, con voz grave—. Lorian no se ha retirado; solo ha retrocedido para planear su siguiente movimiento.
Eidan miró el horizonte, con los dedos aún entrelazados con los de ella.
—Entonces debemos anticiparnos. No podemos esperar a que él decida cuándo atacar.
Seren asintió, y por un instante bajó la guardia, permitiéndose observar la humanidad del príncipe.
—Nunca imaginé que un humano pudiera inspirarme tanta confianza… y miedo al mismo tiempo —susurró, sus ojos plateados brillando con un matiz de vulnerabilidad.
Eidan la miró y, sin dudar, tomó su rostro entre las manos, inclinándose para rozar suavemente su frente contra la de ella.
—Mientras estemos juntos, no habrá miedo que me detenga. Ni para ti, ni para mí. Ni para nuestra gente.
Un hilo de luz azul danzó entre ellos, reflejando la fuerza de su vínculo. Pero mientras compartían ese momento de calma relativa, Seren sintió una vibración en el aire: un estremecimiento que anunciaba que la sombra de Lorian se estaba moviendo de nuevo.
—Se acerca —susurró Seren—. No nos dará tregua.
En ese instante, un grupo de figuras encapuchadas apareció entre las ruinas del mercado. Sus movimientos eran silenciosos pero letales, y cada uno de ellos portaba fragmentos de la magia corrupta que Lorian había enseñado.
—No podemos dejar que escapen —dijo Eidan, levantando su espada—. Cada instante que dejamos que actúen es una amenaza para Aeryon.
Seren respiró hondo y dejó que la luz estelar fluyera desde sus manos, formando un escudo que cubría a los soldados y repelía la magia oscura de los atacantes.
—Debemos luchar no solo con fuerza, sino con estrategia. Cada movimiento cuenta.
La batalla estalló de nuevo, con destellos de luz azul cruzando los callejones, y golpes de espada que resonaban sobre el pavimento. Pero esta vez, Seren y Eidan no solo peleaban: coordinaban cada movimiento, anticipando las sombras y protegiéndose mutuamente.
—Eidan, detrás de ti —advirtió Seren, y con un rápido gesto desarmó a un enemigo que había logrado acercarse demasiado.
—Gracias —dijo él, esquivando un golpe más—. Nunca imaginé que luchar junto a alguien pudiera sentirse… tan natural.
Seren sonrió levemente, aunque sus ojos permanecieron alerta.
—Natural… o destinado. —Su mirada se volvió intensa—. Porque lo que compartimos no es casualidad. Tu destino y el mío están entrelazados, y eso es lo que hace que Lorian sea tan peligroso.
Eidan apretó la mano de Seren mientras bloqueaba un ataque de un enemigo que surgió de la sombra.
—Entonces lucharemos, no solo por nosotros, sino por todo lo que amamos. Juntos.
Y mientras las sombras retrocedían lentamente, ambos comprendieron que esta batalla no sería la última.
El enemigo era astuto, poderoso y siempre presente, pero su vínculo, nacido de la luz y del amor, era ahora la fuerza más poderosa de todas.
Los lazos que unen corazones pueden desafiar incluso a la oscuridad más antigua.
Y mientras Seren y Eidan permanecieran juntos, no habría sombra que pudiera romperlos.
La ciudad de Aeryon estaba silenciosa tras el enfrentamiento, aunque Seren podía sentir que la sombra de Lorian permanecía cercana, acechando, calculando.
Eidan caminaba a su lado, la espada aún en mano, pero sus ojos no se apartaban de ella.
—Seren —dijo en un susurro, casi temeroso de romper la quietud—. Hay algo que no me has contado sobre la profecía. Algo que debo saber antes de que todo se complique aún más.
Seren detuvo sus pasos, la luz de sus manos temblando levemente.
—No es fácil de explicar —susurró—. La profecía dice que un vínculo nacido entre la luz y la tierra puede cambiar el destino de los mundos. Que un humano y un guardián estelar juntos pueden derrotar la oscuridad… o traerla.
Eidan frunció el ceño, tratando de comprender.
—¿Traerla? ¿Cómo podría… nuestro vínculo traer oscuridad?
Seren respiró hondo, bajando la mirada.
—Porque el corazón humano puede amar y temer al mismo tiempo. Y si el amor se corrompe con miedo o desesperación, la luz puede volverse contra sí misma. —Sus ojos plateados se encontraron con los de Eidan—. Por eso debo confiar en ti… completamente.
Eidan tomó suavemente su rostro entre las manos, con firmeza y ternura.
—Confío en ti —dijo—. No solo en tu poder, sino en ti. Siempre.
Seren sintió cómo la calidez de sus palabras se mezclaba con su luz, haciéndola brillar más intensamente.
Por primera vez, comprendió que el vínculo que los unía no solo los fortalecía, sino que también los definía. No había espacio para dudas, solo para fe y coraje.
—Mañana —dijo Seren, su voz temblando ligeramente—. Mañana Lorian atacará directamente. Y no será solo él. Sus seguidores se han multiplicado. Y su poder… es más oscuro de lo que he sentido jamás.
Eidan apretó su mano con fuerza.
—Entonces enfrentaremos eso también juntos. No habrá sombra que nos separe.
Un hilo de luz azul surgió de las manos de Seren y rodeó a ambos, formando un aura protectora.
—Mientras permanezcamos unidos —dijo ella—, incluso la oscuridad más antigua tendrá que retroceder.
Por un instante, todo el mundo pareció desaparecer. No había soldados, no había enemigos, no había destino escrito por los dioses. Solo ellos dos, juntos, respirando y comprendiendo que su vínculo no era solo necesario para la batalla, sino vital para sus corazones.