El Reino Kimin: La Odisea de Lomin

C A P I T U L O 1: ASPIDORA

Ciudad de Dogok,Reino Kimin, Atenas

El Reino de Kimin se encontraba arrodillado con sus cabezas inclinadas ante el mensajero del Rey Lutus, quien se encontraba acompañado de dos oficiales. El mensajero del Rey Lutus, vestido con ropajes reales y una corona de oro, se erguía con autoridad en el centro de la aldea de Dogok. Los aldeanos guardaban silencio y es que un gran anuncio había traído a la aldea.

—He traído la desafortunada noticia de que el Rey Lutus ha sido diagnosticado con una terrible enfermedad y el traspaso de corona deberá adelantarse— el mensajero hizo una breve pausa y se detuvo a oír los lamentos de los aldeanos.

—Oh, no, nuestro amable Rey. ¡Qué desafortunado destino!— se oyó el lamento del regente de la aldea.

Los aldeanos de Dogok estaban agotados y descontentos con la situación que enfrentaban bajo el reinado del actual Rey. La escasez de alimentos había llevado a una creciente preocupación y dificultades para llevar la cena a sus mesas. A medida que los días pasaban, la situación empeoraba y la desesperación se apoderaba de la gente.

El peso de la noticia caía sobre los hombros de los aldeanos, quienes ya se encontraban agotados por el trabajo arduo y las dificultades diarias. Los niños, que debían contribuir en la medida de sus capacidades, también sentían la carga de la responsabilidad. Los ancianos, con su sabiduría y experiencia, se preocupaban por el futuro de la aldea y una noticia de esta gravedad siempre era desafortunada.

—En cuanto el Rey haya dejado este Reino, la corona pasará a su primogénito, él principie Neul, quien reinara durante los próximos seis años de gestión.

—¿El príncipe Neul?— repitió una joven arrodillada entre los pueblerinos, quien elevó la mirada hacia el mensajero en cuanto oyó aquello— ¿Qué hay del Señor Galanis?— interrogó la joven con enfado— ¡Prometieron que sería él quién llevaría la corona una vez que acabara la gestión del Rey Lutus!

Los aldeanos se sorprendieron ante la contestación de la joven, sin embargo, estaban a la espera de una respuesta, ya que Adio, el regente de la aldea, por ley impuesta por los dioses del Olimpo, debería continuar con la gestión luego del Rey Lutus. Se había creado una ley para traspasarle la corona a quien fuera en el momento el regente de la aldea, debido a que no había mayor candidato digno de ella, según los Dioses, que no fuera el responsable de la Aldea.

El mensajero la observó y se acercó hacia ella.

—¿Cuál es tu nombre, joven?

La joven con firmeza respondió.

—Soy Lomin— replicó sin más.

—Levántese, joven— ordenó.

Lomin alzó su mirada y se acomodó a la altura del mensajero.

La joven era de una altura promedia en complexión delgada, con rostro pequeño, acompañado de dos almendrados ojos en color esmeralda, nariz respingada y de labios ligeramente carnosos. Un cabello largo y liso en color castaño claro terminaba de acompañar su apariencia.

—¿Es necesario que le recuerde porque su padre no es digno de la corona?

—¡Lomin!— se oyó en un susurro por parte del señor Adio Galanis.

El mensajero lo observó y caminó hacia él.

Lomin lo observó con desentendimiento.

—¿No están sus aldeanos al tanto de su condición, señor Galanis?

—¿A qué se refiere?, ¿de qué condición está hablando?— indagó Lomin con la aflicción invadiendo su cuerpo.

Una de las razones por las que la corona podía ser denegada, era debido a un impedimento físico del futuro Rey. Quien recibiera la corona debía encontrarse en el mejor estado saludable para poder responder por el Reino sin problemáticas durante los años de gestión y lo que ni la aldea ni Lomin sabían, era que Adio había sido diagnosticado con una grave enfermedad terminal.

—¡Padre!— esbozó Lomin con abrumación.

—No es el momento ni el lugar para hablar de ello Lomin, hablaremos en cuanto el mensajero haya terminado de dar las noticias— ordenó.

—Pero padre...

—¡Es una orden como el regente de la aldea!— exclamó con seriedad.

La aldea se encontraba en un total silencio, nadie era capaz de atreverse a indagar al respecto mientras el mensajero se encontrara entre ellos y menos aún si el regente así lo deseaba.

Lomin cerró brevemente sus ojos y con desdicha volvió a arrodillarse ante el mensajero.

—Las noticias han finalizado, prepárense para recibir al futuro Rey que gobernará el reino de Kimin.

El mensajero se retiró junto a los dos oficiales acompañantes y los aldeanos continuaron con el abrumador silencio. Solo podía oírse el sollozo de la plebeya Lomin, quien en la misma postura apoyo ambas manos en la acera.

Adio se acercó hacia ella para palmear su hombro y ponerse a su altura.

Lomin elevó su rostro al cabo de un periodo.

—¿Por qué no me lo has dicho?— la mirada de Lomin se encontraba en un total agobio.

—Iba a decírtelo en cuanto anunciaran el traspaso de la corona, sin embargo, no sabía que eso sería hoy.

Los aldeanos de a poco comenzaron a levantarse.

—Nos perdonará usted, señor regente, por atreverme a preguntarlo, pero todos estamos ante la misma duda, ¿de qué enfermedad se trata?— indagó uno de ellos.

Adio volvió a palmear a Lomin en el hombro para posteriormente retomar la postura y ponerse frente a todos los aldeanos.

—Typus— respondió Adio y la sorpresa invadió el rostro de los aldeanos.

Lomin no pudo soportar tan repentina noticia y salió corriendo del lugar tomando su largo vestido entre sus manos.

En el Reino Kimin solían vestirse según su jerarquía. Las mujeres llevaban largos vestidos en un color blanco desgastado y mocasines creados por el zapatero de la aldea, mientras que Lomin al ser descendiente del regente de la aldea, debía llevar un largo vestido con cuello alto en color pardo y mangas largas en color blanco con empuñadoras al final de ellas y botas largas de cuero en color negro. En cuanto a los hombres, debían llevar una camisa con empuñadoras en color crema con un chaleco de poliéster en color mostaza, pantalones largos en combinación con la camisa y botas largas en color negro. En cuanto a Adio, debía vestirse de la misma manera, pero con telas de mayor calidad otorgada por el Rey, y a su vez, debía llevar consigo una capa que lo diferenciaría del resto de los aldeanos en color vino.




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