El Reino Kimin: La Odisea de Lomin

C A P I T U L O 4: ARTEMIS

Lomin recorrió el bosque en búsqueda del árbol del que le había hablado el Dios Dionisio.

Continuó rondando por el bosque hasta que llegó al río en el que había estado con anterioridad.

Observó a su alrededor y a la distancia notó el árbol que contenía el símbolo del arco.

Lomin caminó con prisa hacia allí y se apoyó sobre el árbol en cuanto lo alcanzó para descansar momentáneamente.

Una vez que recuperó energías, siguió los pasos para la invocación.

Apoyó ambas manos sobre él y cerró sus ojos.

—Invoco a Artemis, diosa del Bosque y la Naturaleza e hija del gran Zeus, para que escuche mi desesperada petición— Lomin centro todas sus energías en la invocación—Invoco a Artemis, diosa del Bosque y la Naturaleza e hija del gran Zeus, para que escuche mi desesperada petición— y nuevamente volvió a repetir la frase—Invoco a Artemis, diosa del Bosque y la Naturaleza e hija del gran Zeus, para que escuche mi desesperada petición.

Lomin abrió sus ojos y aquel árbol soltó una radiante luz.

Sobre el lago parado sobre él como si de una base sólida se tratase se encontraba Artemis.

La diosa Artemis tenía los rasgos de una cazadora joven con una radiante luz rodeándola, acompañada de ninfas. Llevaba puesto un vestido de chitón dórico solo hasta las rodillas, cuyos pliegues se recogían por debajo del pecho, mientras que sus acompañantes llevaban vestidos en colores verdosos hasta por encima de las rodillas. Un predominante cabello ondulado que dejaba entrever sus puntiagudas orejas y decorado con una colorida tiara de flores.

Definitivamente, eran las criaturas más hermosas que Lomin había visto, si no fuera por sus llamativos ojos negros que cubrían la totalidad de sus ojos.

La diosa Artemis, quién a diferencia de las ninfas lucia unos intimidantes ojos en color cielo, con una cálida sonrisa se acercó hacia ella y de pronto, Lomin se sintió pequeña.

—¿Qué necesita de la diosa de la Naturaleza una solitaria mortal?— interrogó Artemis con una melodiosa voz para posteriormente acomodarse frente a Lomin.

Lomin no dudó en arrodillarse ante la diosa y tanto Artemis como las ninfas centraron su atención hacia ella.

—Vengo a irrumpir su paz debido a una gran necesidad. El dios Dionisio ha afirmado que podría serme de ayuda y de esa manera poder devolverle la paz que el Reino Kimin y su aldea necesita.

—Procede con tu petición y contemplaré que puedo hacer por ti.

—Mi padre, Adio Galanis— su voz se quebró— Ha sido diagnosticado con una enfermedad terminal y no puedo permitir que el reino quede en manos del Príncipe Neul, no es el indicado para llevar la corona.

La desesperación invadió el cuerpo de Lomin.

—Sabes mejor que nadie que no es el indicado para gestionar el reino. La aldea ha estado sobreviviendo a duras penas y si Neul toma el control de ello todos en la aldea podrían morir y no puedo permitirlo, por eso, Diosa Artemis, le pido con todas mis fuerzas que me ayude a no perder a mi padre— los ojos de Lomin se cristalizaron y una lágrima rondó por su mejilla—No quiero perderlo.

Artemis observó a Lomin con una expresión de compresión.

—Solo hay una forma de hacerlo— respondió— Sin embargo, no hay nadie que haya podido lograrlo.

Lomin la observó con el rostro iluminado.

—¡Haré lo que sea!— afirmó.

Artemis formó una esfera entre sus manos en la cual se visualizaba una flor en color verde, con sus pétalos similares a las hojas de los tréboles.

—Esta es la flor Cytisum, mejor conocida como la flor de la inmortalidad, ubicada en las profundidades del inframundo, es decir, en el Tártaro. A quién la consuma se le otorgará la vida eterna— la imagen de la esfera cambió drásticamente.

En la imagen se observaba una gran abertura que parecía no tener final. Con una frondosa maleza cubriéndola por doquier.

—Esta es la entrada hacia el inframundo, habitad del Dios Hades y padre de las más peligrosas criaturas, solo será el inicio de tu recorrido hasta llegar al Tártaro. La entrada en los infiernos es una gruta que se abre sobre el cabo Ténaro— Artemis volvió a cambiar la imagen— Sin embargo, aventurarse en su encuentro es una invitación a la muerte segura.

Esta vez, Lomin observó un tétrico lugar, similar a una gran cueva, con una nula fuente de luz.

—Este es el inframundo y para encontrar la flor deberás derrotar a las criaturas que custodian los diferentes pasos, criaturas primogénitas del Dios Hades. Temo que es la única manera de salvar a tu padre.

—¿Por qué se encuentra tan oculta?— interrogó Lomin.

Artemis se deshizo de la esfera y dio un lento paseo alrededor de Lomin.

—He creado la flor tiempo atrás, cuando todo el Reino se encontraba bajo una gran peste que estaba arrasando con los habitantes y pronto la Tierra quedaría deshabitada. Los dioses del Olimpo me solicitaron una solución y así originé la flor de la inmortalidad, sin embargo, ha caído en manos equivocadas y tuve que resguardarla en un sitio al que ningún humano pudiera llegar.

—¿Manos equivocadas?

—Humanos codiciosos que se han aprovechado de su uso para llevar a cabo acciones irresponsables.

—¿Qué ha ocurrido con ellos?

—La inmortalidad es la vida eterna, por lo tanto, indefinida y como todo, existe una debilidad. La persona que consuma la flor de la inmortalidad no va a significar que vivirá eternamente en estado físico, cuando su cuerpo cumpla su ciclo desaparecerá, sin embargo, su alma siempre permanecerá.

—Si eso significa que mi padre no morirá pronto debido a la enfermedad, estoy bien con ello— afirmó Lomin.

—Debo advertirte que es un camino realmente peligroso y tú eres una débil mortal.

Lomin retomó su postura y se acomodó a la altura de Artemis.

—Mortal si, débil no— corrigió con seguridad.

Artemis sonrió en respuesta.




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