El Reino Kimin: La Odisea de Lomin

C A P I T U L O 9: ISLAS

Un trozo de tela cubría el rostro de Lomin y sus acompañantes mientras eran guiados hasta las profundidades del palacio en búsqueda de Adio.

Unas oscuras galerías acompañados de extensos pasadizos y celdas le dieron la bienvenida a los allegados. Los gritos de los prisioneros no tardaron en inundar el lugar.

Cualquiera que oyera la palabra mazmorras, sentía un estremecimiento recorriendo por todo su cuerpo y es que algunas celdas tenían cráneos o esqueletos encadenados de presos que habían muerto anteriormente de hambre o por torturas, lo cual hacía más horrible el aspecto de las mazmorras, daban macabra compañía a los presos vivos y les daban a entender que ellos también iban a correr la misma suerte en castigo por los delitos por los cuales fueron llevados allí.

—¡Es el príncipe Neul! — informó uno de los prisioneros mientras se aferraba a los barrotes de la celda.

Lomin dio una rápida mirada hacia los prisioneros. Sus diminutas y desgastadas prendas solo cubrían las partes inferiores de sus cuerpos y la grasitud de sus cabellos podía notarse a la distancia. Un hedor comenzó a penetrarse en las fosas nasales de los presentes a pesar de llevar el pañuelo cubriendo sus rostros.

Rápidamente, Lomin buscó a Adio con la mirada.

—El señor Galanis se encuentra en una habitación al final del pasadizo— informó el noble Ajax.

Lomin no emitió respuesta alguna, un pesar estaba apoderándose de su cuerpo y no iba a permitir que su padre corriera con la misma suerte.

—Debo advertirle, Galanis. No puede, bajo ninguna circunstancia, tener algún tipo de contacto con su padre que no sea mediante el diálogo o nos veremos en la obligación de hacerle un lugar en una de las celdas de las mazmorras— advirtió el noble Lekkas.

Lomin asintió en respuesta y finalmente se encontraba de pie frente a la añeja habitación.

—Señor Galanis, su hija se encuentra aquí— informó el príncipe Neul.

Un sonido resonó a través de la maciza puerta de hierro.

—¿Lomin? — se oyó la débil voz de Adio al otro lado de la habitación.

Lomin apoyó una de sus manos en la sólida puerta mientras las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos.

—Si, estoy aquí, padre— respondió con agobio en sus palabras.

—Escúchame bien, Lomin. No debes preocuparte por mí, ocúpate de la aldea, van a necesitarte mientras no esté.

Una lágrima se deslizó por su rostro.

—Padre...— pronunció acompañado de un nudo en su garganta— Nadie ha quedado con vida— informó.

Y un silencio se produjo por parte de Adio.

—Escúchame con atención, padre. Prometo que voy a encontrar la manera de curar tu enfermedad y regresaremos a la aldea, solo asegúrate de mantenerte con vida hasta entonces, promete que vas a hacerlo.

Pero no hubo respuesta del otro lado.

—Señorita Galanis, debemos salir de las mazmorras o estaremos expuestos muy pronto a las pestes de los prisioneros.

—¿Qué hay de mi padre? — Lomin se giró hacia el príncipe Neul y a través de su mirada podía lucirse su aflicción— ¿Cómo sé que no contraerá las enfermedades de los prisioneros?

—El regente Galanis fue puesto en una habitación aislada para que justamente no se aglomere con las pestes de los prisioneros. Estoy encargándome personalmente de que tenga los mejores cuidados y se mantenga en dignas condiciones.

Lomin volvió a girarse hacia la pesada puerta de hierro y nuevamente apoyo una sus manos sobre ella.

—Volveré muy pronto por ti, padre, lo prometo.

Lomin volteo hacia los presentes, estaba lista para marcharse de las mazmorras hasta que oyó la voz de su padre.

—Lo siento, Lomin. Te quiero más que nada en el mundo, no lo olvides.

Lomin cerró momentáneamente sus ojos y la abrumación golpeo fuertemente su pecho, pero no podía desistir antes de intentarlo.

—Volveré por ti, no olvides eso, padre.

Recorrieron de regreso el camino hacia la salida de aquel oscuro lugar y luego de recordarle una vez más al príncipe que Mazin visitaría ocasionalmente a Adio, se despidieron del mismo para seguidamente alejarse del palacio y regresar a la aldea.

—¿En qué piensas, Lomin?, ¿cómo planeas salvar a tu padre? — interrogó Mazin con inquietud.

—Primero démosles a los aldeanos un entierro digno, hablaremos de ellos en cuanto le otorguemos su debido descanso.

Mazin asintió y para el final del día habían logrado construir un vasto mausoleo en donde descansaban los restos de los aldeanos.

—La diosa Artemisa me ha hablado de la flor de la inmortalidad— comentó Lomin quien se encontraba frente a una improvisada fogata acompañada de Lomin.

—¿La flor de la inmortalidad? — repitió Mazin con asombro.

Lomin asintió en respuesta.

—La diosa Artemisa me ha indicado el camino y fui en su búsqueda, he descubierto que se encuentra en el Tártaro.

—¡¿Te has adentrado en el Tártaro?!— se alarmó Mazin.

—No, aún. En el Inframundo me he encontrado con el dios Hades.

—Lomin, ¿has bajado hasta los infiernos?

Lomin se silenció momentáneamente.

—No sé qué piensa, maestro, pero no creo en absoluto la historia de que mi padre desató una endemia en la aldea. De así serlo, ambos tendríamos que haber contraído la enfermedad, sin embargo, somos los únicos que no consumían las provisiones brindadas por el Reino.

—¡Por todos los dioses, Lomin! — Mazin acababa de entender lo que intentaba decirle— El Reino aniquiló a toda la aldea, ¿verdad?

Lomin asintió con rigor.

—Estoy segura de que los envenenaron y si estoy en lo cierto, el veneno está extendiéndose por el cuerpo de mi padre, el tiempo se nos está acabando.

—¿Qué hay de la enfermedad de tu padre?

—Es lo que debemos averiguar, si es que realmente existe.

—¿Dices que puede que tu padre realmente no esté enfermo?

Lomin asintió con convicción.




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