El Reino Kimin: La Odisea de Lomin

C A P Í T U L O 17: GRAYAS

Las grayas retomaron su postura y estaban listas para hablar acerca de lo que el oráculo les había mostrado.

—Cuando el semidiós Perseo fue en búsqueda de Medusa para asesinarla bajo la orden de la diosa Atenea, se encontraba a la espera de tres descendientes que nacieron de su cuello en cuanto Perseo traspasó su espada.

—A diferencia de sus dos hermanos, Lomin nació mortal al igual que su madre.

—Semimortal— corrigió una de ellas.

—Semimortal— repitió Enio— Luego de la muerte de Medusa, el semidiós Perseo regresó al templo y encontró a la pequeña entre los escombros. La tomó entre sus brazos para emprender viaje hasta la aldea de Dogok en donde la dejó en manos de Adio Galanis y Dánae Lamprou.

—El oráculo ha mostrado que se convertiría en una gran guerrera, sin embargo, se vería envuelta en una peligrosa aventura.

Lomin se silenció momentáneamente, no había forma de negar que era hija de la persona que tanto repudiaba.

Arrojó el ojo a un lado e inmediatamente las brujas fueron tras el, enfrentándose entre si para tomarlo en primer lugar.

La mirada de Lomin se cruzó con la de Espax quien se encontraba completamente bajo un estado conmoción.

Se giró en dirección a la salida, sin embargo, las brujas bloquearon su camino.

—Es ella— se oyó de una de ellas.

—La hija de Medusa y Poseidón— esbozó otra de ellas mientras que el ojo ubicado en una de sus manos apuntaba hacia ella.

De pronto, el ojo se desvió hacia el joven Bin.

—¿Quién es este apuesto joven?

—Vamos a quedarnos con él— propuso Enio.

Y las tres brujas se abalanzaron hacia el joven, quien continuaba inmóvil.

Lomin corrió tras ellas para seguidamente desenfundar su espada y cortar la mano que controlaba el ojo.

—¡No!— gritaron al unísono mientras un quejido de dolor acompañaba sus palabras.

Lomin tomó al joven Bin de una de sus manos, arrastrándolo hacia el exterior de la cueva.

De regreso al exterior, Bin se soltó bruscamente de la mano de Lomin.

—¿Lo sabía?— interrogó con agobio.

Lomin observó su mano con enfado para seguidamente llevarla hacia Espax.

—Creí haber dicho que no hicieras preguntas, ni que hablaras acerca de lo que oyes en el viaje porque las consecuencias serán fatales.

El rostro de Bin cambió a una notable decepción.

—Se supone que salvaría el reino.

—¿Qué consideras que estoy haciendo?

El joven Bin largó un suspiro. 

—Los dioses o semidioses no pueden reinar en la tierra.

—Mi padre lo hará, no yo.

Bin la observó con estupor.

—Sabe muy bien que los reyes necesitan de un descendiente que lo acompañe durante la gestión.

Lomin se acercó hasta Espax con una notoria molestia.

—¿Por qué crees que te he dejado en claro que te asesinaría si algo de lo que oyes durante el viaje se esparce por el reino?, no pienso renunciar a la salvación del reino solo por un aldeano que no puede guardar las palabras para sí mismo.

—¿Considera que no van a enterarse tarde o temprano?

—Entonces tomaré la responsabilidad y me abstendré a las consecuencias, pero primero terminaré lo que he comenzado y si no estás dispuesto a continuar el viaje, sabes el camino de regreso a la ciudad.

Lomin emprendió viaje hacia el sendero de los titanes que la llevaría hasta el cáliz que reemplazaría la flor de Cytisum en el tártaro, no podía perder el tiempo respondiendo las preguntas de Espax. 

El sendero se ubicaba en el sur del reino, escondido tras el cerro nevado, rodeado por pequeñas montañas. El sendero era un extenso camino de piedra rodeado por el lago Fitz, el cual resguardaba el cáliz de flor, creado por la diosa Artemisa y que a la vez era custodiado por soldados titanes acorazados que disponían de sólidas armas, listos para atacar a cualquier intruso.

Un largo viaje la separaba del sendero; sin embargo, aún con el agotamiento en cada rincón de su cuerpo, no se detuvo hasta llegar al cerro, el cual visualizó a la distancia luego de un día entero de viaje. Reposo en una roca antes de continuar con su viaje, debía recuperar la fuerza que había perdido con anterioridad.

Con las rodillas extraídas hacia su pecho, Lomin apoyó la cabeza sobre ellas mientras las rodeaba con sus brazos y sus ojos se cristalizaron. Era producto de un repulsivo acto de un Dios hacia una mortal que no hacía más que venerar a la diosa Atenea.

¿Cómo pudo haber castigado a Medusa de esa manera sabiendo que fue el dios del mar quien la había tomado a la fuerza?

Una lágrima se deslizó por su rostro y es que no podía dejar de pensar en la injusticia por la que había pasado su madre biológica, más aún sabiendo que no hubo nadie de su lado en ninguna parte de la historia.

El recuerdo de las palabras de su padre en la última visita vinieron a su mente.

—La espada que forzó tu madre, Dánae, la que tanto me esforcé por proteger y cuidar durante tantos años, la recuerdas, ¿verdad?

Lomin cerró momentáneamente sus ojos y es que es de las más valiosas compañías que tiene que en su actual búsqueda.

—La recuerdo.

—Coloca el gorgoneion en la hendidura de la espada y será incluso una de las armas más poderosas del reino, su poder no tendrá comparación con ningún arma existente en la Tierra.

Levantó la mirada, tomó la espada forjada por su madre para posarla frente a ella y observar la hendidura. Con la mano restante rodeo el gorgoneion que rodeaba su cuello. 

Dejó la espada a un lado y se deshizo del gorgoneion que era sostenido por una cadena. Separó a la cadena del gorgoneion para seguidamente tomar la espada y colocar el gorgoneion en la hendidura.

Una ligera luz se formó a su alrededor y pequeños relieves de ofidios comenzaron a formarse en el mango de la misma, ofidios como los que llevaban las gorgonas en sus cabellos.




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