Lomin toma un breve descanso antes de continuar con su odisea, debía recuperar la energía perdida en sus últimos viajes. La imagen del reino y su padre sacudieron sus pensamientos, junto a ellos surgió una nueva imagen, Bin Espax.
—¿Estarán todos a salvo?— interroga en un inaudible susurro.
Había perdido completa noción acerca del tiempo, solo la acompañaba la luz del sol o la luna, mientras que su odisea llegaba casi a su final.
Se encontraba decidida a obtener el último poder que necesitaba para enfrentar a Chronos y obtener la flor de la inmortalidad. Después de haber obtenido el poder de Rodas y de Perséfone, se encaminó hacia el oscuro reino de Melinoe, la diosa de las pesadillas y los sueños oscuros, ubicado en las cercanías del Inframundo. Sabía que esta última prueba sería la más desafiante de todas y es que no había oído más que aterradoras historias acerca de la diosa.
El camino hacia el reino de Melinoe era tortuoso y oscuro. Lomin caminaba a través de un bosque denso, donde los árboles parecían retorcerse en formas extrañas y las sombras se alargaban amenazadoramente. El aire estaba lleno de susurros inquietantes y murmullos de pesadillas olvidadas.
Finalmente, llega a las puertas del reino de Melinoe. Eran enormes y siniestras, sin embargo, Lomin las empuja con determinación y entra en el reino oscuro.
Dentro, el paisaje era surrealista y aterrador. Los cielos eran de un color morado oscuro y la tierra estaba cubierta de niebla espesa. Las sombras se movían y se retorcían como serpientes, creando formas horribles que parecían acechar a Lomin desde todos los lados.
Lomin avanza con precaución, consciente de que cada paso la acercaba más a Melinoe y al poder que necesitaba. Finalmente, llega al corazón del reino, donde encuentra a Melinoe de pie en medio de un lago de pesadillas.
Melinoe era una figura impresionante y aterradora. Su piel era pálida como la luna, y sus ojos brillaban con una luz oscura y siniestra. Vestía un vestido que parecía tejido de sombras y llevaba una corona de espinas retorcidas en la cabeza, sin embargo, había una característica particular que la distinguía, su largo cabello bicolor en blanco y negro, la vida y la muerte en una sola diosa.
Lomin avanza hacia ella con lentitud, consciente del poder de Melinoe y la peligrosidad de su reino, descendiente de la diosa del Inframundo, Perséfone, y el rey del Olimpo, Zeus.
Se posiciona de rodillas frente a la diosa e inclina su mirada con respeto.
—Diosa Melinoe, soy Lomin, provengo de El Reino Kimin y he venido en busca de tu poder —dijo Lomin con voz firme—. Necesito de tu gran poder para enfrentar a Chronos, salvar a mi padre y mi reino.
Melinoe la observa con ojos insondables y sonriendo con malicia.
Melinoe suelta una risa siniestra que resuena en el oscuro reino. Su risa era como el eco de las peores pesadillas y llenaba el aire de malevolencia.
—¿Crees que puedes simplemente pedir mi poder y yo te lo concederé? ¡Qué ingenua eres, Lomin! El poder de las pesadillas y los sueños oscuros es algo que debe ganarse a través de la superación de tus miedos más profundos. No cualquiera tiene la capacidad de ganarle a las pesadillas.
La voz de Melinoe suena extrañamente melodiosa y aterradora al mismo, como si dos personas completamente distintas habitaran en simultáneo el mismo cuerpo.
—Los humanos son frágiles y falibles. Curiosas criaturas sujetas a las pasiones, impulsos y debilidades humanas, lo que a menudo los lleva a cometer errores y actos pecaminosos.
Melinoe avanza hacia Lomin.
—Una curiosa criatura con una atractiva dualidad con la que solo unos pocos humanos cuentan.
Lomin se siente desconcertada por la respuesta de Melinoe, pero su determinación no se debilita.
Melinoe camina con pasos ralentizados alrededor de Lomin.
—Nacida a raíz de una repudiable tragedia. Hija del dios del Mar y la única mortal ctónica, Medusa.
Una imagen creada con sombras se visualiza frente a Lomin, en donde una figura femenina se encontraba de rodillas en un antiguo templo, brindando oración a la estatua de la diosa de la sabiduría y la estrategia, Atenea.
La sacerdotisa Medusa, con su largo cabello oscuro y una expresión de devoción en su rostro, parecía completamente absorta en su acto de adoración. El templo estaba impregnado de una sensación de paz y reverencia.
Lomin observa la imagen sin expresión alguna, sabiendo que es lo que la diosa Melinoe estaba recreando.
La tranquilidad del lugar fue abruptamente interrumpida cuando, de las profundidades del mar, emergió Poseidón, el dios del mar y señor de los océanos. Su aparición fue acompañada por el rugido de las olas y el retumbar de truenos, anunciando su presencia divina.
La expresión de Lomin se ensombrece y es que para ella no existía dios más repudiable que Poseidón.
Poseidón se acerca rápidamente a la sacerdotisa Medusa con ira en sus ojos. La visión se vuelve caótica y aterradora cuando el dios del mar ataca a Medusa sin la posibilidad de poder defenderse.
La diosa de la sabiduria ingresa al templo con una ira incontrolable, condenando a Medusa a una eterna maldición. La sacerdotisa, antes una figura de devoción y pureza, se transforma en un ser monstruoso en un instante. Su cabello se convierte en serpientes venenosas, y su rostro expresaba una mezcla de asombro y terror mientras la maldición de Atenea la consumía.
Lomin intenta recuperar la compostura, sabia que Melinoe la estaba poniendo a prueba. Sabía que este era un momento crucial. Debía encontrar una manera de persuadir a Melinoe para que le concediera su poder, sin importar el precio que tuviera que pagar.
—Estoy dispuesta a enfrentar cualquier prueba que me impongas, diosa Melinoe. Estoy dispuesta a superar las pesadillas y demostrar que soy digna de tu poder— responde con firmeza haciendo caso omiso a las imagenes que acaba de visualizar.