Rápidamente, bajó la espada con completo arrepentimiento, mientras que una gota de sangre se deslizaba por el cuello del joven.
—Yo...— pero las palabras no podían salir de sus labios.
El joven limpió la gota de sangre que había llegado hasta el cuello de su prenda.
—Siento haber sido imprudente, pero actuar basándose en la ira, no solucionará absolutamente nada, aun así seguiré sus órdenes y no haré más preguntas al respecto.
El joven emprendió viaje de regreso hacia el reino, mientras que Lomin iba tras él.
Un profundo silencio arrasó con su camino de regreso, sin embargo, la culpa no podía escapar de los pensamientos de Lomin.
Al llegar a la aldea, el joven Bin observó sus alrededores con pesadumbre y es que había oído la noticia de que la aldea Dogok había sido azotada por una endemia, pero ver toda una aldea envuelta en un completo silencio debido a las vidas perdidas, era un desconsuelo aún mayor, sobre todo porque las manchas de sangre de los aldeanos continuaban marcadas.
Lomin, quien se encontraba detrás del joven, no hizo más que inclinar la mirada, la pesadumbre la envolvía cada vez que pisaba la aldea.
—¿Realmente cree que se haya tratado de una endemia?— interrogó Bin mientras daba lentos pasos alrededor.
Lomin elevó nuevamente la mirada, no era la única que lo pensaba.
—Es lo que estamos intentando descubrir.
—¿Estamos?
Lomin llevó la mirada hacia la vivienda de Mazin.
—Mi padre, mi maestro y yo, hemos sido los únicos sobrevivientes, sin embargo, no tiene sentido que mi padre haya sido el responsable de la endemia, se supone que es el paciente cero y quien debía de haber fallecido en primer lugar, sin embargo está retenido en las mazmorras del palacio bajo las órdenes del príncipe Neul, debido a la conocida condición del Rey.
—¿El príncipe?
El joven se giró hacia Lomin.
—Se ha estado encargando del reino, supongo que también les ha llegado la noticia de que el tomaría la corona si mi padre no logra recuperarse.
—¿El rey enferma y de pronto todo se descontrola?, hay piezas faltantes.
—Las descubriremos lo más rápido posible, al menos mi maestro está encargándose de ello.
—Bien, ¿cuál es el próximo paso?
—Debo advertirle al maestro acerca de la reubicación de los Eurynomos.
—¿A qué se refiere?
—Hablemos adentro— Lomin señaló el taller de herrería.
El joven le dio una rápida mirada para seguidamente seguir los pasos de Lomin que se adentraron en el lugar.
—Este es el taller de herrería de mi padre. Aquí solíamos forjar las armas para los soldados del reino y los aldeanos.
Bin caminó alrededor del taller, podía observar las variadas herramientas para el uso de la creación de las armas, desde ligeros escudos hasta pesadas armaduras.
—Es admirable el trabajo suyo y de su padre.
Pero Lomin no emitió respuesta.
—Creo que su espada necesita algunas mejoras— sugirió Lomin a base de la vieja espada del joven.
Bin desenfundó su espada y Lomin estaba en lo cierto, su notoria vejez había acabado hasta con el filo de ella.
La extendió hacia Lomin y esta la tomó entre sus manos. Dejó a un lado las armas que había usado para luchar y tomó la bata que solía utilizar para realizar las armas en el taller.
Ubicó la desgastada y oxidada espada sobre la mesa de herrería, la cual no contaba con un mango, lo había perdido con el pasar de los años.
Con una pesada masa se deshizo de las partes extras de la espada, dejando solo su estructura inicial. En el siguiente paso, tomó un artefacto que se encargaría de eliminar el óxido por completo para seguidamente llevar el arma hasta una extensa máquina de limado, en la que se deshizo de marcas e imperfecciones junto con restos de óxido, la espada comenzaba a tener un nuevo color.
La espada fue llevada de regreso hacia la extensa mesa de herrería y con una lija manual en compañía de un líquido que vertió sobre la espada, comenzó a devolverle su alisado y color original.
Un corto camino la llevó hacia la afiladora, la cual le devolvió el filo que solía caracterizarla.
Apoyó la espada nuevamente sobre la mesa de herrería para seguidamente dirigirse hacia un cofre ubicado al final del taller, un cofre el cual contenía diferentes sobras, entre ellas, mangos de espadas que no fueron usadas. Un hermoso mango en color negro con relieves en dorado llamó la atención de Lomin y no pudo evitar sonreír, recordaba el momento exacto en que su padre lo había forjado.
Con el mango entre sus manos, regresó hacia la mesa en donde se encontraba la espada.
—Este mango ha sido forjado por mi padre— y nuevamente una sonrisa de pesadumbre invadió su rostro— Será el nuevo mango de tu espada.
El joven avanzó un paso hacia Lomin, sabía que no había palabras que pudieran consolarla, pero si podía estar seguro de algo.
—Todo lo que está haciendo es debido a él, ¿verdad?. El día que nos conocimos ha dicho que debía de salvar a alguien, es el señor Galanis, ¿verdad?
Lomin se apartó de la mesa de herrería y tomó una banca de madera en la que tomó asiento frente al joven.
—Casualmente, el día del anuncio sobre el traspaso de la corona, oí las noticias acerca de una enfermedad terminal que estaba hostigando a mi padre. Estaba completamente absorta y hui lejos de la aldea, fue allí cuando recurrí a los dioses en búsqueda de ayuda y gracias a la ayuda de la diosa Artemisa, descubrí la flor de la inmortalidad que ella misma procreó. Dijo que se encontraba resguardada en el Tártaro a manos del Dios del Infierno y por supuesto no iba a dármela con facilidad.
Un silencio momentáneo invadió el lugar y es que los recuerdos más dolorosos rondaban por la mente de Lomin.
—El Dios del Infierno me pidió superar algunas pruebas, entre ellas, conseguir el cáliz que reemplazaría la flor, sin embargo, antes de comenzar las pruebas, regresé a la idea en busca de provisiones y armamento, fue allí cuando la supuesta plaga había arrasado con todos los aldeanos.
Editado: 07.11.2024