En un lejano reino llamado Nordhaven, rodeado por enormes bosques de abetos y montañas que tocaban el cielo, vivían el rey Björn y la reina Astrid. Este reino era muy especial, porque sus ancestros habían sido valientes vikingos que navegaban por los mares con grandes barcos de madera llamado drakkars. Cada año, el pueblo de Nordhaven celebraba el Festival de los Vientos del Norte, donde todos bailaban alrededor de una gran hoguera y contaban historias sobre los héroes del pasado.
El castillo del rey y la reina era enorme y de piedra blanca, y se llamaba El Castillo del Sol. Cada mañana, el sol salía detrás de las montañas y hacía que las torres del castillo brillaran como si fueran de oro. Todos los días, el rey Björn y la reina Astrid caminaban por los jardines llenos de flores y árboles que olían a miel y vainilla, soñando con un futuro lleno de risas y alegría.
La reina Astrid era muy cariñosa. Siempre sonreía y su risa sonaba como la brisa fresca de la primavera. Ella vestía ropas de colores suaves, como si su presencia fuera un abrazo cálido para todos. Miraba al cielo todos los días, esperando ver el milagro de tener una hija, alguien que trajera alegría no solo a su corazón, sino a todo el reino.
Todos en el reino la querían mucho porque siempre estaba dispuesta a ayudar y a dar amor.
El rey Björn era un hombre alto y fuerte, con una mirada llena de amor y protección. Aunque a veces su rostro parecía serio, siempre que miraba a su esposa, sus ojos se llenaban de ternura. Él también deseaba ser padre y tenía mucha esperanza de que pronto tendrían a la niña que tanto anhelaban. Cada vez que veía a su esposa triste, tomaba su mano y le prometía que no perderían la esperanza.
Una noche, mientras la reina Astrid miraba las estrellas desde el balcón del castillo, el rey Björn se acercó y la abrazó por detrás, sintiendo su tristeza.
—¿Estás pensando en ella otra vez?; —preguntó el rey, su voz suave y llena de cariño.
Astrid suspiró y asintió, sin apartar la vista del cielo.
—Sí... Cada noche, cuando miro las estrellas, me imagino su rostro. Imagino su risa y los pasos de nuestra niña recorriendo los pasillos del castillo
El rey sonrió y, mirando las estrellas, dijo:
—¿Te has dado cuenta de cómo cambia el viento cuando se acerca el Festival de los Vientos del Norte Es como si las estrellas susurraran que nuestro tiempo está por llegar.
Astrid lo miró, con sus ojos llenos de esperanza.
—Lo he notado. Pero mi corazón aún se pregunta por qué no tenemos a nuestra hija. Hemos esperado tanto..
El rey Björn, con una sonrisa suave, tomó las manos de Astrid.
—Quizás el tiempo tiene su propio ritmo, querida. No podemos forzar las cosas, pero siempre confiaré en que llegará. Como hemos confiado siempre en las tradiciones de *Nordhaven*. Nuestra historia nos enseña que todo llega cuando menos lo esperamos."
La reina Astrid sonrió, sintiendo la calidez del abrazo de su esposo.
—Y yo siempre estaré aquí para ti, mi amor. Juntos, con paciencia, encontraremos lo que el tiempo nos tiene preparado
A la mañana siguiente, un grupo de niños llegó corriendo al castillo, riendo y jugando con una bola de lana.
—¡Majestad! ¡Majestad!" —gritó uno de los niños—.¡El viento nos lleva a la Plaza del Viento! ¡Es hora de las danzas!
El rey Björn levantó al niño en el aire y se rió. —¡Vaya! Parece que el viento ya está anunciando que la fiesta ha comenzado. ¿Nos acompañas, mi reina?
La reina Astrid asintió con una sonrisa.
—Claro, mi amor. Vamos a ver cómo celebran los niños. Quizás su risa nos dé la esperanza que necesitamos.
El Festival de los Vientos del Norte continuaba con risas y cánticos mientras las llamas de la hoguera danzaban al compás del viento. Pero en medio de la celebración, un murmullo recorrió la plaza cuando una ráfaga de aire más fría de lo habitual pasó entre ellos, apagando momentáneamente algunas antorchas. Un escalofrío recorrió la piel de los presentes. El anciano Leif, el consejero real, quien había servido a la familia real por décadas, se acercó al reyBjörn y la reina Astrid con el ceño fruncido.
—Majestades, he visto muchas estaciones en este reino, pero nunca una señal tan clara como esta. Algo está por cambiar. Antes de que Leif pudiera responder, una figura emergió de entre la multitud.
La reina Astrid miró una anciana fijamente y le preguntó al rey: — ¿Quién es ella?
El rey Björn la observó con curiosidad. —No lo sé, pero algo en su mirada me dice que sabe algo que necesitamosescuchar.
Mientras el viento helado de Nordhaven susurraba secretos a través de los árboles. Su nombre era Völva Ingrid, un título antiguo que significaba "vidente" entre los antiguos vikingos.
El rey Björn y la reina Astrid ntercambiaron una mirada y asintieron. —Traerla ante nosotros —ordenó el rey.
—Sabes cosas que nosotros no conocemos, dijo el rey, su voz firme pero respetuosa.
Pocos minutos después, la multitud se apartó mientras que la anciana caminaba ,su presencia imponía respeto. Su rostro estaba marcado por las arrugas del tiempo, sus ojos eran dos pozos profundos de sabiduría, y su cabello, blanco como la nieve, caía en ondas bajo su capucha plateada. Su capa parecía hecha de estrellas y su báculo demadera oscura estaba adornado con runas talladas, cada una contando una historia olvidada. A pesar de su aspecto casi espectral, su mirada transmitía una calma inquebrantable, como las olas que persisten contra la roca sin perder su esencia. Era una mujer resiliente, forjada en las tormentas del destino, pero su corazón permanecía cálido y lleno de bondad.