El viento rugía como un antiguo espíritu entre los riscos nevados. El grupo encabezado por Freydis, Halvar, Eirik y Sigrid se abría paso entre la ventisca. Cada paso les costaba el doble, pero sus corazones ardían con la urgencia de la misión. Debían encontrar a Kael, el guardián cuya sabiduría podía ser clave para despertar el poder de Elara antes de la batalla final.
Eirik tiritaba bajo su capa de piel de lobo, tratando de mantener el ánimo: —¿Sabes, Freydis? Podríamos haber buscado un sanador más... tropical. Este Kael vive donde el frío se mete hasta en los huesos.
Freydis no se dejó distraer. —Kael no es cualquier sanador. Él fue elegido por las raíces de Yggdrasil mismo. Y si Ingrid confía en él, nosotros también debemos hacerlo.
Sigrid, con su mirada serena, observó una manada de ciervos que huía montaña abajo. —La naturaleza nos habla. El equilibrio está alterado… y no solo por el invierno.
Finalmente, cuando las nubes se abrieron levemente, lo vieron. Kael estaba de pie al borde de un precipicio, junto a un árbol milenario cuya corteza brillaba con vetas de luz esmeralda. Su presencia imponía calma inmediata.
Halvar, con el respeto de un guerrero ante un antiguo dios, avanzó: —¿Eres tú… Kael, el sanador?
Kael giró lentamente. Sus ojos verdes brillaban como si contuvieran la sabiduría de los bosques primigenios. Su voz era suave, pero cada palabra resonaba con una gravedad ancestral:
—He sentido su llegada desde antes de que comenzaran a subir esta montaña.
Eirik frunció el ceño. —¿Entonces… sabías que veníamos? ¿Y no pensaste en enviarnos una carreta, al menos?
Kael sonrió levemente. —El que busca sanar debe conocer el dolor del camino. Así se valora el don.
Freydis dio un paso al frente. —Venimos por Elara. La niña de la profecía. Ingrid nos envía. Ella necesita tus enseñanzas, tu protección.
Kael se acercó y tomó la mano de Freydis, colocando la otra sobre el suelo. En ese instante, una luz cálida se extendió desde su palma hacia la nieve, y pequeñas flores blancas comenzaron a brotar entre los copos.
la niña de la profecia ella es el corazón del reino,no solo debe aprender a sanar a los demás… sino también a sí misma.
Sigrid lo observó con asombro. —¿Aceptarás entrenarla?
—Sí —respondió Kael—. Pero deberán entender algo. El don de sanar no es solo una bendición. Es también una carga. Cada vida que salvamos deja una huella en el alma. Cada dolor ajeno que absorbemos nos cambia.
Halvar asintió con solemnidad. —Ella es fuerte. Pero necesita guía. Y tú puedes ser esa guía.
Kael miró hacia el cielo, donde la tormenta parecía calmarse lentamente.
—Entonces, vayamos a Nordhaven, el tiempo es breve, y su corazón está por abrir la puerta entre la luz… y la sombra.