El viento del norte soplaba con una fuerza inusual aquella noche. Las estrellas parecían más brillantes, como si el firmamento supiera que algo trascendental estaba por suceder en Nordhaven.
En la gran sala del castillo, la reina Astrid jadeaba, aferrando la mano de Björn con fuerza. Freydis, con sus ungüentos y paños tibios, daba indicaciones firmes, mientras Ingrid, la vidente, se mantenía de pie junto a la ventana, observando el cielo. El viento había cambiado aquella noche, como si la propia naturaleza reconociera que algo importante estaba por suceder. El cielo oscuro y sin estrellas presagiaba lo que estaba por llegar, y el reino de Nordhaven se mantenía en una quietud solemne.
La princesa no llegaba como una niña común. Su nacimiento fue un evento que los ancianos del reino ya habían anticipado en las antiguas profecías. La madre, con las manos temblorosas pero decididas, sentía el peso de lo que se estaba gestando dentro de ella. Cuando la niña finalmente nació, una ráfaga de viento gélido se coló por las ventanas abiertas, como si el aire mismo respondiera al primer llanto de Elara. Los rayos de luna se reflejaron sobre la delicada piel de la recién nacida, mientras sus ojos, pequeños pero brillantes, se abrieron con la intensidad de un sol recién nacido.
Elara era especial. Su piel, blanca como la nieve, parecía reflejar la luz de manera sobrenatural. Sus ojos, de un dorado intenso, brillaban como los de una criatura de otro mundo, y en su pequeño pecho latía una energía desconocida, una fuerza que el reino aún no entendía, pero que todos sentían. Los sabios sabían que ella traería consigo no solo la salvación, sino también una serie de pruebas que pondrían a prueba tanto su fuerza como su alma.
—Las estrellas están alineadas."—susurró la anciana.
Björn, a pesar de la tensión, no apartó la vista de su amada—"Eres fuerte, mi amor. Ya falta poco."
Un último esfuerzo y, de pronto, el llanto de la niña llenó la habitación. Freydis la envolvió en una manta de lino y la colocó en los brazos de su madre. Astrid la miró con lágrimas en los ojos.
—"Es hermosa…"
La niña tenía la piel blanca como la luna, ojos cafés brillantes como el ámbar y un cabello rizado que ya parecía tener vida propia. Ingrid se acercó y observó a la pequeña con detenimiento.
—"El destino la ha marcado desde antes de su nacimiento." Björn acarició la frente de su hija y miró a la vidente.
—"¿Cuál es su nombre?" Ingrid cerró los ojos y, por un instante, la habitación pareció llenarse de un resplandor cálido. Luego, abrió los labios y pronunció:
—"Su nombre es Elara." Astrid susurró el nombre con ternura. —Elara de Nordhaven