Kael, el Guardián de la Tierra y la Sanación
Elara pasó incontables días en los bosques junto a Kael. Al principio, la idea de sanar con sus propias manos le parecía imposible.
—La tierra no obedece a la fuerza, sino a la armonía." —le decía Kael, guiándola para que sintiera la energía de cada planta.
Un día, Kael la llevó a un lago escondido en el bosque.
"Sumérgete las manos en el agua y cierra los ojos." Elara obedeció. Sintió el agua fría envolver su piel y, de pronto, una corriente cálida recorrer sus dedos. Abrió los ojos con asombro.
—¿Qué es esto?"
Kael sonrió. —Es tu don, Elara. La sanación es energía en su forma más pura. Pero debes aprender a controlarla.
Durante semanas, Kael le enseñó a identificar hierbas medicinales, a sentir la vida en los árboles y a canalizar su poder para aliviar el dolor. Un día, encontraron un pequeño cervatillo herido. Elara sintió la desesperación del animal y, sin pensar, posó sus manos sobre su herida. Su calor se extendió y, ante sus ojos, la herida comenzó a cerrarse.
—Lo logré… —susurró, con lágrimas en los ojos.
Kael asintió, con orgullo. —La verdadera sanación, Elara, no está solo en tus manos, sino en tu corazón.
Con Sylas, el entrenamiento era diferente. Mientras Kael la enseñaba a sentir la vida, Sylas la instruía en la observación, el sigilo y la astucia.
—"El poder no siempre se demuestra con fuerza. A veces, la victoria está en ver lo que otros no pueden."
Una noche, la llevó a la muralla del castillo y le vendó los ojos. —Escucha. ¿Qué oyes? Elara frunció el ceño. El viento… el crujir de la madera… pasos lejanos."
"Bien. Ahora dime, ¿cuántos pasos?"
Elara se concentró y contó mentalmente. —Cuatro… no, cinco. Uno más ligero que los demás.
Sylas sonrió. —Ese es un niño descalzo. Lo hiciste bien.
A medida que pasaban los meses, Elara aprendió a moverse sin ser vista, a analizar el comportamiento de las personas y a entender que no todo lo que brillaba era oro.
—Siempre observa, Elara. La verdad rara vez está donde los ojos miran primero."
Lysandra no tenía paciencia.
—"¡Deja de dudar, niña! ¡El fuego no espera!" Su entrenamiento era el más agotador. Lysandra la hacía correr, trepar árboles y pelear con una espada de madera.
—"No puedes confiar solo en la magia o en la inteligencia. Debes ser fuerte, debes ser rápida." Un día, la llevó a la cima de una colina y encendió una hoguera.
—Toca las llamas.
Elara la miró, insegura. —"¿Me quemaré?"
—Solo si crees que lo harás.
Dudó, pero extendió la mano. Cuando el fuego rozó su piel, en lugar de quemar, sintió un calor reconfortante. —El miedo no es más que una sombra, Elara. Lo dominas o te consume."
Con Lysandra, Elara aprendió a confiar en sí misma. A pelear, a resistir y a saber que, aunque el camino fuera difícil, siempre tenía el poder de seguir adelante.
Con el tiempo, Elara dejó de ser solo la princesa de Nordhaven. Se convirtió en una joven fuerte, sabia y determinada.
Un día, mientras observaba el atardecer desde la torre del castillo, sus tres guardianes la encontraron en silencio. —"¿En qué piensas?" —preguntó Kael.
—En lo que viene."Sylas cruzó los brazos. —Temes la profecía.
—No la temo. Pero tampoco quiero ser solo un destino escrito en las estrellas. Lysandra rió.
—Eres más que eso, niña. Eres tú misma. Y eso es más que suficiente."
Elara los miró, sintiendo el peso de lo que estaba por venir. Pero por primera vez, no tenía miedo. Porque sabía que, pase lo que pase, nunca estaría sola.