En la gran sala del castillo, Elara se enfrentó a Eryx. El hombre estaba de pie, impasible, con la misma sonrisa fría que había mostrado en la entrada.
—¿Quién eres? —preguntó Elara, sus ojos fijos en él.
Eryx la miró, su mirada profunda como un abismo. —Soy un mensajero de las sombras oscuridad. Vengo a a visitar qe viene batalla para reclamar lo que nos pertenece.
Sylas se adelantó, preparado para cualquier movimiento. —¿Y qué es lo que te pertenece, extraño?"
Eryx dirigió su mirada hacia los tres guardianes, y luego a Elara.
—La hija de Nordhaven. El destino de la profecía ha sido escrito, y no pueden cambiarlo. El poder que ella posee, ya sea por la luz o por la oscuridad, es mi derecho.
Elara sintió cómo la tensión se apoderaba de ella. Sabía que este era el momento que había temido. La amenaza no era solo externa, sino interna: una batalla por su propio destino.
—¿Qué deseas de mí? —preguntó, su voz tranquila, pero firme.
Eryx soltó una risa baja y temblorosa. —Nada más que lo que está destinado.
Y tu destino será el mío. El tiempo de los guardianes ha terminado. El tiempo de la oscuridad ha llegado.
Lysandra, con su espada preparada, se adelantó. —No te permitiremos hacerle daño.
—No tienes opción.—respondió Eryx, su voz llena de amenaza.
De repente, el aire se tensó, y una energía oscura comenzó a envolver la sala y el Eryx se desvanecio.