El Reino Mágico de Nordhaven

La Desesperación de los Sombras del Mar

El viento rugía con furia en las costas del Este, donde las aguas oscuras del mar parecían tragarse todo a su paso. En la distancia, el templo de los Sombras del Mar seguía emitiendo una energía sombría que alteraba el entorno, el aire impregnado con la esencia misma de la oscuridad.

Dentro del templo, El Vidente estaba absorto en su ritual. Los antiguos símbolos de poder brillaban en las paredes de piedra, y la cámara de obsidiana resonaba con una vibración profunda, como si algo antiguo y prohibido estuviera despertando. Las criaturas del mar, convocadas por el ritual, se agitaban en las aguas cercanas, y las sombras se alzaban por todo el templo, mezclándose con las figuras encapuchadas de los hechiceros que rodeaban al altar.

La Sirena del Abismo estaba en el centro del altar, con los brazos extendidos, conectando su alma con las aguas profundas del océano. Su voz resonó como un canto ancestral, arrastrando consigo las voces de aquellos que habían caído en las profundidades del mar. Había algo de solemne y peligroso en su canto, una melodía que desbordaba tanto tristeza como maldad.

—El ritual está completo, Vidente, —dijo La Sirena del Abismo, con la mirada fija en el altar, su rostro imbuido de una serenidad aterradora. —Las sombras están aquí, y con ellas, el caos.

El Vidente, con los ojos cerrados y la piel cubierta de sudor, respiraba con dificultad. Había absorbido toda la energía de la tormenta y las sombras que surgían, pero sabía que esto solo era el principio.

—El poder está cerca, —murmuró, su voz baja, cargada de una furia silenciosa. —La niña, el equilibrio... es más que lo que imaginábamos. Su alma será nuestra, y con ella, controlaremos la luz y la oscuridad. Nada puede detenerlo ahora.

El Vidente alzó las manos hacia el cielo cubierto por nubes rojas. Los hechiceros de su círculo se arrodillaron, entonando cánticos oscuros en un idioma perdido, invocando a las criaturas que se movían bajo el agua, seres primitivos de los cuales incluso los más antiguos magos temían. La magia que liberaban, combinada con el viento del Este, parecía alterar el propio tejido de la realidad.

Afuera del templo, las aguas se alzaron con violencia, como si el mar quisiera devorar todo a su paso. En la costa, las criaturas del océano comenzaron a emerger: criaturas con tentáculos como serpientes marinas y ojos como abismos sin fin, su presencia haciendo que los árboles cercanos se retorcieran en un dolor mudo.

De repente, un rugido lejano, gutural y lleno de poder, hizo que las paredes del templo temblaran. Las criaturas que invocaban el ritual comenzaron a agitarse con más furia. Algo estaba por suceder, algo que incluso los más poderosos entre los Sombras del Mar no podían haber anticipado.

El Vidente abrió los ojos, mirando al horizonte donde la tormenta se alzaba con una furia inusitada.

—¡Ha llegado el momento! —gritó, con una mirada llena de furia y codicia. —Nada podrá detenernos. No ahora.

Sin embargo, la atmósfera comenzó a cambiar, y una presión extraña se apoderó del templo. Algo, o alguien, estaba interfiriendo. La Sirena del Abismo frunció el ceño, mirando hacia el mar.

—¿Qué sucede? —preguntó, su voz preocupada.

De las aguas, emergió una figura sombría. Su presencia oscura era aún más aterradora que las criaturas que había invocado el ritual. Un ser de aspecto etéreo, pero con una fuerza palpable que parecía absorber la luz misma, avanzó hacia el altar.

—El equilibrio... no es lo que parece, —dijo la figura con una voz grave, que resonó en las paredes de la cámara.

Los Sombras del Mar retrocedieron, desconcertados. El Vidente no había previsto este giro. La figura que emergió del mar parecía estar ligada a algo mucho más antiguo que su propio poder. Una entidad olvidada, perdida en las aguas oscuras del tiempo, pero con una conexión profunda con el ritual que ellos mismos habían comenzado.

La figura se acercó lentamente a El Vidente, cuyas manos temblaron mientras trataba de mantener el control de la situación.

—¿Quién eres? —preguntó el Vidente, su voz vacilante, pero autoritaria. —¡Nosotros estamos por completar el ritual! El equilibrio será nuestro.

La figura, cuya forma se desvanecía entre las sombras, extendió una mano hacia El Vidente, un gesto que parecía tanto una advertencia como una amenaza.

—El equilibrio... no es algo que se pueda forzar. El destino que buscan no es el que les pertenece.

En ese instante, el poder que habían invocado comenzó a descontrolarse. Las sombras, antes alineadas con el deseo del Vidente, empezaron a rebelarse, volviéndose caóticas. Las criaturas del mar, en un giro inesperado, comenzaron a moverse hacia las profundidades nuevamente, como si algo más las estuviera llamando, algo más antiguo que la magia del Vidente.

El mar comenzó a calmarse, y las criaturas desaparecieron en las aguas oscuras, llevándose consigo la tormenta y las sombras que habían invocado. El Vidente quedó de pie, sudando, mirando las aguas, su control sobre el ritual desmoronándose ante algo más grande, algo que aún no comprendía.

La figura sombría dio un último vistazo a El Vidente, antes de desvanecerse en la niebla del templo, dejando una sola advertencia en el aire:

—El destino no puede ser manipulado. El equilibrio, sea de luz o de sombra, siempre encuentra su camino.



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En el texto hay: fuerza, unidad, amistad amigos familia

Editado: 06.04.2025

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