El Reino Mágico de Nordhaven

El Eco de Nerethiel

El cielo sobre Nordhaven se había teñido de un rojo profundo, como si el horizonte sangrara. Las nubes giraban sobre sí mismas, arrastradas por vientos cargados de presagios, y el aire olía a hierro y ceniza. En la torre más alta del castillo, Elara se mantenía de pie junto a una ventana, sus ojos cafés fijos en la tempestad que avanzaba desde el este.

Lysandra, envuelta en su capa azul oscuro, se acercó a ella con cautela.

—¿Lo sientes, verdad? —preguntó la hechicera, con voz baja.

—Sí, —respondió Elara con serenidad. —Es como si algo antiguo estuviera despertando… algo que me llama.

Lysandra entrecerró los ojos. No necesitaba sus hechizos para comprender que Elara no imaginaba esas palabras. La joven portadora de la profecía, podía percibir lo que ni los magos más poderosos alcanzaban a presentir: el eco de Nerethiel.

Desde el Bosque del Este, más allá del mar embravecido, una vibración oscura recorría la tierra. Ingrid, reunida con Kael y Sylas en el salón del consejo, dejó caer su bastón con un sonido seco.

—El sello se ha quebrado. El Vidente ha invocado a Nerethiel.

Kael frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho. —¿Qué es Nerethiel exactamente?

Fue Sylas quien respondió, su voz rasgada por recuerdos que aún le dolían.

—No es un ser. Es una idea... una sombra sin forma, creada de los miedos más antiguos del mundo. Una entidad que no solo corrompe la carne o la mente... sino la esperanza misma.

Ingrid asintió lentamente. —Y ahora se mueve. No por ambición. No por venganza. Se mueve porque ha sentido a Elara.

Esa noche, Elara soñó.

Se encontraba sola en una llanura negra, sin estrellas. A su alrededor, susurros sin idioma alguno la rodeaban como un mar invisible. En el centro, una figura emergía lentamente: una silueta envuelta en sombras líquidas, de ojos sin pupilas, pero con una mirada que atravesaba el alma.

—Eres... diferente —dijo la voz, tan suave como cruel—. No eres solo luz. Eres ambos. Sombra y fuego. Y por eso, me perteneces.

Elara dio un paso atrás, temblando. Pero algo en su interior brilló. El calor de las manos de su madre. El canto de un ruiseñor en los campos. La risa de los niños del pueblo. La luz dentro de ella no era solo magia: era vida.

—No —dijo, firme. —No soy tuya. No soy de nadie. Y no voy a temerte.

La criatura se detuvo. Una pausa. Luego una sonrisa invisible se extendió como grietas en una máscara.

—Veremos... pequeña estrella rota.

Elara despertó jadeando. Lysandra y Kael ya estaban a su lado. Ingrid llegó segundos después, sus ojos graves.

—Lo has visto —murmuró.

—Él me habló —dijo Elara—. Me llamó “estrella rota”.

Ingrid cerró los ojos. La profecía, hasta ahora envuelta en metáforas, era clara. Elara era la llave. No solo para la luz… sino para el equilibrio que Nerethiel temía.

—Ya no podemos esperar. Debes comenzar tu entrenamiento final —anunció Ingrid—. Todos nosotros, tus guardianes, estamos contigo. Pero esta guerra... la más importante será la que librarás dentro de ti.

Kael posó una mano en el hombro de la niña.

—No estás sola, pequeña guerrera.

Y por primera vez, Elara asintió con una mirada diferente. Más fuerte. Más firme. La mirada de una niña destinada a cambiar el mundo.



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En el texto hay: fuerza, unidad, amistad amigos familia

Editado: 06.04.2025

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