El sol apenas despuntaba sobre los campos helados de Nordhaven, tiñendo el cielo con tonos dorados y carmesí. En lo alto de una colina custodiada por antiguos robles, Elara se preparaba para el inicio de su entrenamiento. Vestía una túnica sencilla, el cabello rizado atado con una cinta azul, y sus ojos marrones reflejaban una mezcla de emoción y temor.
Kael fue el primero en hablar.
—Hoy comenzarás a entender de qué estás hecha, pequeña estrella —dijo, su voz suave pero firme—. Dentro de ti hay fuego, y ese fuego debe ser controlado o lo consumirá todo, incluso a ti.
Kael la llevó a un claro donde ardía una fogata. Le enseñó a sentir la energía que emanaba de las llamas, a conectar su respiración con su pulso interior. Elara cerró los ojos, siguiendo las instrucciones.
—No le temas al fuego, Elara —susurró Kael—. Es parte de ti. No lo reprimas, pero tampoco lo desates sin control. El verdadero poder nace del equilibrio.
Más tarde, mientras el sol ascendía en lo alto, fue el turno de Sylas. El campo de entrenamiento se transformó en un terreno hostil, marcado por piedras, raíces y pendientes. El guerrero de cicatrices antiguas la esperaba con una lanza de madera en las manos.
—Hoy aprenderás a caer —le dijo sin rodeos—. Y más importante aún, a levantarte.
La hizo correr, esquivar, caer y levantarse una y otra vez. Cada caída traía un nuevo reto: subir una colina, enfrentar el viento gélido o simplemente mantener la mirada firme.
—Tu fuerza no está en tus manos, Elara. Está en tu corazón —gruñó Sylas cuando ella, exhausta, se desplomó al suelo—. Y ese corazón debe latir sin rendirse, incluso cuando el mundo te dé la espalda.
Elara apretó los dientes y se puso de pie. Sus mejillas rojas y las rodillas raspadas no la detenían. Había una chispa en su mirada que no estaba allí antes.
Al caer la tarde, el cielo comenzó a oscurecerse, y con él, llegó Lysandra. El entrenamiento cambió de tono. La llevó al bosque donde la luz apenas se filtraba entre las hojas. Allí, la hechicera conjuró una niebla densa que envolvió a Elara.
—Aquí enfrentarás tus propios temores —le dijo con voz susurrante—. No te enseñaré a usar la luz... sino a aceptar tu sombra.
La niebla se transformó en visiones: la soledad de su niñez, el miedo al fracaso, la voz del Vidente susurrándole mentiras. Elara tembló.
—Míralos, no huyas —la voz de Lysandra surgía desde todas partes—. Solo enfrentando la oscuridad, podrás hacer que la luz crezca en ti.
Y Elara lo hizo. Aun con lágrimas en los ojos, se mantuvo firme ante cada imagen. No las rechazó, las abrazó. Cuando la niebla se disipó, Lysandra sonrió.
—Has dado tu primer paso, Elara. El más difícil.
Esa noche, frente a una hoguera, los tres guardianes se reunieron junto a ella. Ingrid observaba desde la distancia, con los ojos brillando de orgullo silencioso.
Kael colocó su mano sobre el hombro de la niña.
—Has comenzado a despertar.
Sylas asintió.
—Y también a resistir.
Lysandra, con una media sonrisa, agregó:
—Ahora, solo queda que aprendas a transformar.
Elara miró al cielo estrellado. Por primera vez, no le temía al destino que la esperaba.
Sabía que no estaba sola. Y que su luz... incluso la que brotaba de su sombra, iba a ser más fuerte que cualquier oscuridad.