Los días en Nordhaven comenzaban a acortarse. Un presagio colgaba en el aire como una neblina densa que ni la luz del sol podía disipar. Kael, Sylas y Lysandra se reunieron con Ingrid en el círculo de piedras antiguas, donde se alzaban los restos de una civilización olvidada, justo al borde del valle de Skarn—un lugar que el pueblo solo nombraba en susurros.
—Está cerca —dijo Lysandra, sus ojos oscuros brillando con la energía del bosque—. La criatura ya despertó.
—¿Estás segura de que es necesario? —preguntó Sylas, cruzado de brazos.
—No hay otra forma. Para que Elara abrace su destino, debe enfrentarse a él sin nosotros. No como niña. No como aprendiz. Sino como protectora —respondió Ingrid.
Esa misma noche, Elara fue guiada por sus tres guardianes hasta la entrada de una caverna sellada por raíces y piedra. El suelo temblaba levemente con un pulso antiguo, como si el corazón de la tierra latiera en ese lugar.
—Aquí se esconde el Drakhen, el Corazón de Piedra —dijo Kael con gravedad—. Es una criatura ancestral, forjada de roca viva y alimentada por la pena de los antiguos reyes. Nadie ha osado enfrentarlo desde que fue sellado por la primera hechicera de Nordhaven.
—¿Y si no salgo? —preguntó Elara, con la voz firme, pero con una sombra de miedo en los ojos.
—Entonces sabremos que no estabas lista. Pero si sales... habrás renacido —dijo Sylas con calma.
Lysandra se acercó y colocó una pequeña piedra brillante en la palma de Elara.
—Esto te recordará quién eres. Luz... y sombra. No lo destruyas, Elara. Solo haz que escuche.
Dentro de la caverna, el aire era denso, caliente, cargado de energía ancestral. La oscuridad no era completa: algunas piedras brillaban con un tenue resplandor azul. Al avanzar, Elara sintió la vibración del suelo intensificarse. Hasta que finalmente lo vio.
El Drakhen se alzaba como una montaña viviente, ojos de cristal rojo, espalda cubierta de placas de granito. Su respiración era profunda y resonante, como un trueno bajo tierra.
Elara dio un paso, y el ser despertó por completo. Rugió, haciendo temblar las paredes de la caverna. Podría haber corrido. Podría haber gritado. Pero no lo hizo.
Cerró los ojos, recordó la enseñanza de Kael: domina tu fuego sin destruir. Pensó en Sylas: resiste sin temor. Y sintió la sombra dentro de ella, de la mano de Lysandra: abraza tu oscuridad sin perder tu luz.
Abrió los ojos. Y caminó hacia el corazón del monstruo.
—¡Drakhen! —gritó, y su voz resonó con una fuerza que no era suya—. No vengo a destruirte. Vengo a recordarte quién eras.
El Drakhen la miró. Una chispa de conciencia brilló en sus ojos. Elara alzó la piedra que Lysandra le había dado, y de ella emergió un brillo cálido y profundo, como la voz de la primera hechicera.
—Fuiste creado para proteger. No para dormir en soledad.
El Drakhen rugió, alzándose con furia... pero no atacó. En cambio, bajó la cabeza. La tierra dejó de temblar.
La criatura se arrodilló ante ella. Y en ese gesto, el sello de la caverna se rompió. Las raíces se retiraron, y la luz de la luna entró como una cascada de plata.
Elara salió de la cueva sola, cubierta de polvo y con la mirada transformada. Kael bajó la cabeza. Sylas sonrió de lado. Lysandra no dijo nada, solo tocó su pecho con orgullo. Ingrid la miró como una madre ver a su hija convertida en reina.
—No necesito más pruebas —dijo Elara con voz firme—. Estoy lista.
En el cielo, las nubes comenzaron a moverse. Una señal.
Porque la guerra... se acercaba.