El Reino Mágico de Nordhaven

Cuando el Mar Rugió

El amanecer no trajo luz, trajo niebla.
Una densa cortina gris cubría las costas de Nordhaven, como si el propio mundo contuviera el aliento antes del primer rugido de la tormenta.

Desde lo alto de las murallas del norte, Halvar observaba el horizonte, su armadura de guerra brillando con escarcha. A su lado, los estandartes del reino ondeaban con lentitud, como si también supieran lo que se avecinaba.

—No veo barcos —murmuró uno de los centinelas.

Halvar apretó la empuñadura de su espada.

—Eso es peor. Si no los vemos… ellos ya están aquí.

En la playa, Freydis distribuía frascos de pociones y hierbas protectoras entre los soldados. Algunos temblaban. No de frío, sino del silencio, ese que antecede a la muerte.

En el corazón de la ciudadela, Ingrid colocaba piedras de protección en los caminos antiguos. La tierra misma parecía susurrarle. Y los susurros… no eran buenos.

—La marea ha cambiado, —dijo en voz baja, casi para sí. —No por la luna. Por algo más antiguo.

El primer golpe no vino del mar… sino del cielo.

Una sombra cruzó veloz sobre las almenas. Algo enorme, alado, hecho de oscuridad líquida, chilló con una voz desgarradora. Los soldados alzaron sus lanzas, pero no fue suficiente. Una criatura se abatió sobre la primera línea de defensa, arrancando la torre de vigilancia como si fuera de papel.

Halvar gritó la orden.

—¡A las posiciones! ¡El enemigo ha llegado!

Del mar emergieron figuras negras: no caminaban… deslizaban, con cuerpos amorfos y ojos sin alma. Criaturas nacidas del abismo, los Nevaron. Donde pisaban, la arena se tornaba negra y el agua retrocedía, como temiendo su toque.

Las flechas llovieron desde las murallas. Algunas alcanzaron a las bestias, pero estas parecían absorber el daño, reformándose una y otra vez.

Freydis, viendo que las armas comunes eran inútiles, lanzó un puñado de sal roja encantada sobre uno de los Nevaron, quien se disolvió en un chillido desgarrador.

—¡Usen sal del norte! ¡Y fuego sagrado! ¡No acero!

Mientras tanto, en una colina cercana, Kael, Sylas, Lysandra y Elara observaban el campo de batalla. Elara tragó saliva. Su corazón latía con fuerza. Nunca había visto algo así.

—¿Estás lista? —preguntó Kael, con una calma que solo los que han conocido la muerte pueden tener.

—No —respondió Elara—. Pero eso nunca detuvo a nadie que mereciera estar aquí.

Sylas sonrió con su media sonrisa de guerrero cansado.

—Entonces estás lista.

Lysandra puso una mano en el hombro de Elara.

—Recuerda… el caos busca dividirte. Pero tú eres muchas cosas al mismo tiempo. Sé todas ellas.

En ese instante, un retumbar sacudió la tierra. Desde el mar, una figura gigante emergía. No tenía rostro… solo una corona de tentáculos oscuros que se agitaban con furia. Sus pasos hacían temblar los cimientos del castillo.

Ingrid lo sintió antes de verlo.

—El Heraldo del Abismo… han despertado a uno de los antiguos.

Los soldados comenzaron a retroceder. El miedo era tangible. El enemigo no venía solo por guerra. Venía a devorar el alma del reino.

Pero entonces, Elara avanzó.

Con la capa al viento, bajó la colina entre el humo y la bruma, sus ojos fijos en la criatura. Su fuego interior comenzaba a arder.

Kael, Sylas y Lysandra la siguieron. No como protectores. Sino como aliados. Sabían que había llegado la hora. La niña de la profecía ya no era una niña. Era llama, sombra, y voluntad.

—Nordhaven —susurró Elara—. No caerás. No hoy.

Y así, comenzó la guerra.



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En el texto hay: fuerza, unidad, amistad amigos familia

Editado: 06.04.2025

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