El viento golpeaba su rostro, pero Elara no cedió. Su respiración era profunda, su mente llena de los aprendizajes de sus guardianes. Kael le había enseñado a no flaquear, a mantener su propósito incluso cuando el viento se levantaba en su contra. Sylas le había mostrado la importancia de la resistencia, de seguir avanzando incluso cuando las fuerzas parecían estar en su contra. Y Lysandra... Lysandra le había mostrado la magia que residía en la sombra, cómo utilizarla sin perderse en ella, cómo enfrentarse a sus propios miedos.
El Heraldo del Abismo levantó su espada, oscura como la misma noche que había devorado todo a su paso. La luz de Elara brilló con intensidad, pero la sombra se extendió rápidamente, absorbiendo su resplandor. Ella sintió cómo su fuerza se desvanecía, cómo la oscuridad la rodeaba. A través de la bruma de su mente, recordó las palabras de Ingrid: "El equilibrio entre la luz y la sombra no se alcanza luchando solo con una de ellas. Ambas deben coexistir dentro de ti, y solo entonces serás verdaderamente invencible."
El Heraldo dio un paso hacia ella, su sombra alargándose como una serpiente dispuesta a devorarla. Elara levantó las manos, extendiéndolas hacia las nubes, buscando el fuego dentro de sí misma. Pero en el momento justo, cuando todo parecía perdido, algo dentro de ella cambió. Un calor, oscuro y radiante al mismo tiempo, explotó desde su pecho, envolviendo sus brazos en llamas negras que destellaron como estrellas moribundas.
La batalla había cambiado.
—No solo soy luz —susurró Elara, su voz resonando con fuerza—. Soy la chispa en la oscuridad.
El Heraldo levantó su espada, pero Elara no retrocedió. Con un grito que resonó como un trueno, soltó las llamas oscuras que surgieron de su interior, impactando al Heraldo con una fuerza que lo hizo tambalear. Las sombras se deshicieron ante el fuego negro, pero el Heraldo no cayó.
—Tienes el poder, niña —dijo, su voz profunda y gutural—. Pero aún no sabes cómo controlarlo.
Elara apretó los dientes, sintiendo la furia crecer dentro de ella. Sabía lo que tenía que hacer. La oscuridad no podía ser destruida, no podía ser vencida con solo luz. Debía ser comprendida, abrazada.
El Heraldo avanzó una vez más, pero Elara levantó la mano. La oscuridad y la luz se entrelazaron, creando una barrera de fuego negro que rodeaba su cuerpo. De repente, el viento cambió, y una ráfaga de energía oscura golpeó a Elara. Ella cayó al suelo, su cuerpo encajando con la tierra dura de Nordhaven, pero en lugar de rendirse, se levantó con un poder renovado.
De entre las sombras, Elara sintió la presencia de Ingrid, sus palabras resonando en su mente.
—Recuerda lo que eres. No solo luchas por ti misma, sino por todos los que te han dado su confianza. No solo eres hija de la luz. Eres la guardiana de los dos mundos.
Con un resplandor cegador, Elara dio el último golpe, una explosión de fuego y oscuridad que envolvió al Heraldo, que cayó de rodillas, su espada quebrándose en mil pedazos. La batalla no estaba ganada, pero el primer paso había sido dado.
El Heraldo miró a Elara, su rostro desmoronándose en sombras líquidas.
—Este no es el final. —susurró antes de desaparecer en la oscuridad.