Elara sabía que la batalla final no solo sería contra el Vidente, ni siquiera contra los Sombras del Mar, que parecían más bien una manifestación externa de su propio miedo y desesperación. La verdadera batalla estaba dentro de ella. Mientras sus guardianes seguían preparándola, Elara pasaba más tiempo a solas, meditando sobre sus sueños y visiones. La sombra que veía en sus sueños, que hablaba en su mente, la había inquietado más de lo que quería admitir.
No podía dejar de preguntarse: ¿era esa sombra algo que podría vencer, o algo que simplemente debía aceptar como parte de su esencia? Sabía que la respuesta no era simple, y las palabras de Ingrid resonaban en su interior: "Solo cuando aprendas a bailar con las sombras, serás verdaderamente libre."
Kael, su guardián y maestro en el control del fuego, fue el primero en notar el cambio en ella. Aunque Elara seguía entrenando con la misma tenacidad, sus ojos ya no reflejaban solo determinación. Había un toque de vulnerabilidad en su mirada, una tensión como si estuviera luchando contra algo más grande que su propia voluntad.
—Elara... —dijo Kael, mientras ambos caminaban por los entrenamientos diarios junto a un río cristalino que fluía cerca del campo de batalla—. "Sé que llevas algo dentro. Algo que te consume. Pero no lo enfrentes sola. Cuando las sombras vengan por ti, no podrás luchar solo con el fuego. Necesitarás el equilibrio de todos tus guardianes, y sí... incluso tus sombras. Lo que temes puede convertirse en la mayor fortaleza."
Elara lo miró, sintiendo una extraña calma en sus palabras. Kael no mencionaba el fuego o el control físico, sino algo más profundo, algo que sabía que Elara temía enfrentar. La aceptación.
Sylas, por otro lado, nunca había sido tan directo. A menudo con una sonrisa despreocupada, solía minimizar las cosas, pero Elara había empezado a comprender que había más en él de lo que mostraba. A menudo la encontraba mirando hacia el horizonte, contemplando las olas que se estrellaban en las costas, como si estuviera buscando respuestas a algo que solo él entendía.
—Las sombras no siempre son malas, Elara. Algunas veces, lo que tememos solo es un reflejo de lo que somos. Es el miedo el que les da poder. —Sylas le dijo un día, mientras ambos observaban una tormenta que comenzaba a formarse en el horizonte.
—No puedo simplemente aceptar lo que hay dentro de mí. Y si las sombras... si lo que llevo dentro me consume, ¿qué quedará de mí? —respondió Elara, una duda que nunca había compartido antes.
Sylas sonrió con suavidad, ese brillo travieso en sus ojos nunca desapareciendo. —Elara, ¿te has visto alguna vez reflejada en el agua cuando el viento la perturba? La superficie parece rota, como un caos de sombras, pero bajo eso está tu verdadero reflejo. Las sombras son solo una parte de lo que eres, no lo que te define. La luz solo existe porque hay oscuridad. Aprender a equilibrarlas te dará el poder que necesitas.
Lysandra había sido siempre la más callada de los tres guardianes, pero cuando hablaba, sus palabras calaban más profundo. Elara la había observado en varias ocasiones, sentada en silencio, mirando las estrellas o caminando entre los árboles, como si estuviera conectada a algo más grande que el propio reino. Esa noche, en medio de una conversación mientras entrenaban a la orilla del bosque, Lysandra reveló algo de su propio ser.
—Elara, cuando las sombras invaden el alma, no debes temerlas. Yo misma he vivido en la oscuridad. Cuando era joven, mis poderes me llevaron por un camino que no comprendía. Estaba llena de rencor, de enojo, de una necesidad de venganza. Pero fue solo cuando miré en lo profundo de mí misma que entendí que la oscuridad no era mi enemigo. Era la forma en la que podía comprender mi propia fuerza. No te niego que puede ser aterrador, pero si aprendes a abrazarlo, las sombras no te consumirán. Al contrario, te harán más fuerte."
Esa noche, Elara se retiró al lugar que había encontrado más a menudo últimamente para meditar: un claro en el bosque, lejos de las miradas curiosas. Cerró los ojos, respiró profundamente y comenzó a sumergirse en el lugar más oscuro de su mente. No había fuego, ni luz, ni agua que purificara lo que sentía en su interior.
Fue entonces cuando las sombras se materializaron, rodeándola, envolviéndola. Como siempre, la figura sombría apareció frente a ella, con la misma sonrisa torcida. Pero esta vez no era una amenaza. Elara la miró directamente.
—¿Quién eres realmente? —preguntó, su voz firme pero llena de una curiosidad palpable.
—Soy tú, Elara. Todo lo que temes, todo lo que ocultas. Lo que te niegas a aceptar. Yo soy la parte de ti que siempre has rechazado. Y si no me enfrentas ahora, serás mi prisionera para siempre. —respondió la sombra, su voz un eco de desesperación.
Pero Elara no se echó atrás. En su corazón, las palabras de sus guardianes resonaban. Kael, Sylas, Lysandra... todos ellos habían confiado en ella. Les había mostrado su vulnerabilidad, y ellos no la habían rechazado. No era el fuego, ni la calma, ni la resistencia lo que necesitaba. Necesitaba comprenderse a sí misma.
Con un resplandor suave, Elara extendió su mano hacia la sombra, aceptándola. En ese momento, la figura sombría se disolvió en una niebla oscura que se fundió con el viento, y una luz cálida emergió desde dentro de Elara, envolviéndola completamente.
Elara regresó al campamento esa noche con un nuevo sentido de claridad. Las sombras ya no la acechaban, ni la consumían. Las había integrado, las había comprendido, y ahora su poder interior brillaba con más fuerza que nunca.