El Reino Olvidado

Capitulo 7

Había comenzado a trabajar ya como niñera, de un bebe muy bello y juguetón, desde que la conoció no se separaba de ella y lloraba cuando sus padres llegaban y ella se tenía que ir, la hacía feliz ver sonreír a ese angelito.

Por las noches soñaba con el mismo bosque, con la misma ropa, pero sin la creatura de la última vez. Ya tenía ojeras debajo de sus ojos, pero cada mañana antes de salir se ponía rodajas de pepino helado. Algunas veces en el trabajo andaba distraída y se le caían mucho los juguetes que tenía el bebe, pensó que sería por sus pastillas pero tomaba las necesarias, se reusaba a visitar a un médico, sabía que no estaba bien del todo.

Todos esos días había estado muy ocupada y no había tenido tiempo para ver bien lo que su abuela le había mandado, ni había podido responder las cartas. Salía temprano en la mañana y regresaba de noche, así que aprovecho que era domingo y saco la caja de debajo de la cama, esparciendo todo por el colchón. Lo que más ocupaba espacio eran los dos vestidos que le había enviado, de colores muy bonitos y telas costosas, se podía saber por la textura. Se los probó nuevamente mirándose en el espejo que había pegado en una de las puertas del armario de madera que venía con la habitación, ubicado del lado derecho de la puerta del baño, se vio bonita, casi como una princesa, pero eso la hizo sentir mal y lanzo el vestido a la cama de mala gana, con lágrimas derramas. Por los regalos que le mando su abuela podía saber que tenía mucho dinero, pero al parecer no lo suficiente como para llevarla con ella. Estaba sola y se sentía abandonada.

Al ver la cajita donde estaba guardado el collar y la daga en la cama se calmó un poco, sintiendo tristeza en lugar de rabia, reliquias familiares decía en las cartas, guardo la daga con incrustaciones de piedras rojas y verdes en la gaveta de la mesita de noche y arriba puso la cajita de madera, abriendo la pequeña tapa, se acostó en la cama respirando profundo tratando de no llorar. No sabía qué hacer, extrañaba salir para ir a clases, era la única cosa que le hacía desaparecer esos pensamientos que la abrumaban, los pensamientos que la deprimían y la hacían sentir inútil.

No quiso comer en todo el día, estaba cansada emocionalmente, viendo el techo, lloro más hasta que sintió que no podía más, no podía matarse de hambre ni de deshidratación, y allí mirando al techo le llego una idea. Salió a la cocina a tomar agua y hacerse la cena, mientras caminaba por los pasillos con un vaso de agua en la mano y un plato en la otra, se consiguió con la dueña del lugar.

- Señora ¿tiene una escalera que me preste?

- ¿Y qué quieres hacer con una escalera, mi niña?

- Quiero limpiar un poco el techo, pero no alcanzo – mintió, solo a medias

- Ah, claro, sígueme, por aquí tengo una.

- Muchas gracias, espere un momento – le dijo con una sonrisa.

Corrió a su habitación y dejo las cosas en la mesita de noche, cerró y corrió hasta donde estaba la señora.

- Ya, vamos.

Caminaron por otros pasillos y salieron al patio trasero, del otro lado estaba un muro y una puerta en medio, la señora saco unas llaves de su bolsillo y abrió la puerta, era una habitación grande, el famoso cuarto de los “peretos”, todo estaba lleno de polvo y telaraña de tanto estar guardado, muchas de los objetos guardados sin mantenimiento y sin limpiar, caminaron por el laberinto de cosas hasta que dieron con una escalera doble, perfecta para lo que quería hacer ya que la podía mover a cualquier parte sin miedo a caerse.

- Aquí esta, úsala y avísame cuando termines.

- Si, señora – dijo un poco emocionada.

Se la llevo con cuidado para no golpear nada de lo demás y ocasionar desastres en ese espacio tan estrecho. La dueña paso llave a la puerta y luego entraron a la residencia.

Apurada camino por los pasillos con la pesaba escalera, cuando llego a la habitación ya estaba sudando del esfuerzo. Escalando hasta alcanzar el techo empezó a dibujar mientras comía, con el plato en los escalones del otro lado. Mordisco a mordisco dibujo, hasta altas horas de la noche, recordó que trabajaría al otro día y se fue adormir.

El lunes tuvo un día normal, cansada pero no tanto llego a la residencia, acostándose en la cama mientras de reojo veía las carta que había dejado en la mesita de noche, rodeada de otras cosas incluyendo la cajita, se sentía tan bien como para responderlas y eso hizo. Escribió partes de su vida vivida con la señora Cecilia y le preguntaba las dudas que tenía, sobre sus padres. Le conto un poco de cómo se sentía normalmente. Cuando acabo de escribir ya había anochecido, así que dejo todo a un lado y se acostó a dormir.

Acostada en aquel bosque, me entro pánico. Mis movimientos era muy lentos, empecé a levantarme mientras mi corazón se aceleraba y mi cabeza palpitaba, La podredumbre del lugar me afectaba y mi estómago protestaba, cada vez era más intenso y el cielo más oscuro, sentía mucho frio, ese frio que llegaba hasta mis huesos, me dolía el cuerpo y quería escapar de acá cuanto antes.

El mismo ruido de la última vez me puso los vellos de punta y no me quede para averiguar que era, corrí tanto como pude en dirección contraria, algo me perseguía, lo podía sentir pero tenía mucho miedo y me obligue a no mirar atrás, los árboles se ponían borrosos igual que mi visión, debía escapar cuanto antes. Mi camino se despejo y pare en seco antes de caer al vacío, mis pies estaban sangrando, dejando mis huellas delatando el lugar donde estaba, no podía estar pasándome esto a mi ¿Por qué a mí?

Vi la creatura antes que ella a mí, no debía perder tiempo, una valentía cruzo mi cuerpo, o seria adrenalina, me sentí viva y retrocedí de la orilla para luego correr y lanzarme al vacío, lejos de aquellas terribles creaturas.

Despertó con los sentidos alertas, pánico. De un brinco salió de la cama corriendo hasta el interruptor, no quería más oscuridad, miro a su alrededor buscando algo que allí no existía, algo que no llego a alcanzarla. Después de la pesadilla no pudo dormir, así que su miraba fue a la carta que le había escrito a su abuela antes y la guardo en un sobre, pensando en mandarla ese día cuando amaneciera, ya que eran las cuatro de la madrugada, solo con ella podía hablar de sus problemas, casi no la conocía ni recordaba nada de ella pero era la familia que le quedaba.




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