El Reino Sagrado de las Conspiraciones

Parte Ocho: Mascota y deseos frustrados.

El interior de una casa en ruinas estaba a oscuras por la noche, o eso se suponía porque de todas formas por las ventanas ingresaba la luz generada por el fuego ardiendo intensamente en la aldea. Se trataba del resultado de distintos enfrentamientos entre los sacerdotes y Paladines del lugar contra demonios que controlaban el fuego, era algo obvio que terminaría así y ni siquiera el agua de los pozos sería suficiente para apagarlo todo.

     Dos seres estaban dentro de la casa, el primero era ahora una incubo con alas pequeñas y una larga cola que vestía ropa reveladora. A su lado alguien de apariencia mucho más joven y lleno de ítems mágicos en todo su cuerpo, la pulsera de su muñeca derecha mostraba el número 130.

     Pero eso no fue todo, su rostro estaba manchado de sangre ajena y en una mano sostenía un sombrero de bruja blanco. Este estaba teñido de negro por los ataques de fuego que recibió y la parte superior estaba desgarrada. –Por suerte ya no fastidiaran –comentó molesto el Monarca del Averno.

     –Confió en que mis dos compañeros podrán distraerlos el tiempo suficiente –contestó el subordinado de uno de sus congéneres.

     –Eso es soñar demasiado, me da la impresión de que podrían morir. Si eso sucede yo le daré a Physs Cuss el oro necesario para revivirlos igual. –Hablado sobre la vida y la muerte con total tranquilidad Arian tenía la mayor parte de su cerebro concentrado en otra cosa.

     A pesar de no poder ver, aun así, tenía un mapa mental de la aldea, y sus diferentes habilidades de rastreo y localización le indicaban donde se encontraban ocultos ítems de mucho valor. El Vigilante de Área ya podía sentir esos extraños ítems en sus manos, avanzó unos pasos mirando al suelo hasta llegar a un librero en la pared el cual se quedó analizando.

     El incubo que lo acompañaba lo miró confundido. –Esta casa era protegida por varios de esos sacerdotes, y es la única que tiene un sótano. –El joven de cabello rulado y negro dejo caer el gorro de bruja para señalar con su dedo índice–. Debajo de este librero esta la escotilla al sótano. –Acto seguido utilizó la guadaña de su creador para destruir el mueble en muchos pedazos y confirmar su teoría.

     De un solo golpe destruyó las tablas de madera que formaban la escotilla y vio unas escaleras que descendían hasta la oscura profundidad, sin pensarlo dos veces Arian empezó a bajar por ellas seguido por el subordinado de su compañera. Una vez debajo, una flama de fuego apareció en la palma de su mano y la utilizó para poder ver con mayor facilidad.

     El sótano, más allá de su misma presencia, no mostraba nada fuera de lugar. Parecía tratarse de una especie de oficina privada: había más libreros llenos, escritorios con papeles, algunos cuadros y pocas cosas más destacables. –¿Aquí se encuentra el ítem que busca señor? –El incubo señaló a un baúl cubierto de polvo.

     –No –contestó en seco el Vigilante de Área. Además, su tono de voz sonaba confundido o extrañado mientras sus ojos ocultos por el pelo miraban fijamente debajo del escritorio. Un segundo después Arian utilizó nuevamente la guadaña de su creador para partir el escritorio en dos y correr ambas partes.

     El subordinado de su compañero dejó salir un gemido de asombro. –No puede ser. –Sus pequeñas alas negras de murciélago se movieron como si amenazaran con hacerlo volar.

     –Así es. –Una sonrisa se formó en el rostro pálido del Monarca del Averno–. Si ya encontraste un escondite secreto casi nadie se esperaría un segundo oculto de la misma manera. –Otra escotilla similar a la anterior estaba donde antes había un escritorio lleno de papeles.

     Pero esta vez había algo diferente, podían escucharse extraños susurros provenir de allí debajo. –¿Se tratará de Elfos que se refugiaron por el ataque? –teorizó el incubo.

     –No lo creo –negó al instante Arian–. Hubiéramos notado rastros de presencia antes. Parece que aquí no entró nadie por varios días. –El Vigilante de Área acercó el fuego de su palma a una vela y la encendió para luego apagar la de su mano. Le entregó la vela al incubo y procedió a destruir la segunda puerta del suelo para bajar también.

     Mientras ambos bajaban la incontable cantidad de susurros incomprensibles aumentó gradualmente, el segundo sótano ya no tenía las paredes de madera y sino que era más como un gran pozo excavado burdamente en la tierra. El lugar era mucho más grande y estaba dividido en dos por una enorme reja de metal con una puerta bloqueada por un candado.

     Cuando ambos tocaron el suelo de tierra se encontraron con otra mesa de madera y muchos papeles escritos sobre ella, también había una caja de metal cerrada. Una gran sonrisa que revelaba sus colmillos apareció en el rostro de Arian, su corazón palpitó más rápido y tenía una inexplicable emoción subiéndole por la garganta cuando lo notó.

     Al instante él se acercó a la caja y la tomó entre sus manos para analizarla. –Esto es, dentro de esto esta lo que busco. El ítem de aquí dentro debe ser de clase Tesoro, algo impresionante para los estándares de este mundo creo yo.

     Sin embargo, antes de poder abrirla escuchó un sonido del incubo que fue a investigar la otra mitad del lugar. –Ehm…señor.

     El Monarca del Averno se acercó y levantó la mirada, descubrió de donde provenían esos extraños sonidos. Del otro lado de la reja de metal, intentando ocultarse de la luz de la vela en la fría oscuridad, se trataba de decenas de cuerpos desnudos de distintas razas. Temerosos de los dos extraños que acababan de llegar. –Este lugar esta tan aislado del resto de la aldea que parecen no haberse enterado de lo que está sucediendo –analizó el incubo.

     Arian percibió el estado de todos esos seres. La cantidad de heridas, moretones, sangre seca y suciedad que poseían le daba la idea de que, si tuviera alguna habilidad para ver sus barras de vida, sabría que con suerte estarían a la mitad. Sumado a esto también provenía de ellos un desagradable olor a material fecal, lo que le recordaba a un grupo de ratas o insectos.




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