Son las 5:00 AM y ya es hora de levantarnos, mi hermana y yo nos bañamos para ir con mi padre a la base militar donde se encuentran mis hermanos. Nos dijo que iríamos a caballo. Terminamos de alistarnos a las 6:00 AM y nos fuimos al establo donde se encontraba mi papá preparando los caballos para montar.
—Buenos días, papá. —dijo Zuri con entusiasmo (tenía una gran conexión con mi padre, eran tal para el cual)
—¡Que hermosa estás hoy, princesa de papá! —dijo abrazándola fuertemente.
—¡Papi, suéltame que me asfixio!
—Tan dramática, pequeña. —levanta la mirada y se dirige a mí —Fiorella, tú también te ves muy bella.
—Gracias, papá. —dije dándole un beso en la mejilla.
—Bueno, es hora de irnos mis princesas. ¿Se despidieron de Isa?
—Ninguna quiso despertarme, querido. —dijo mi madre desde la puerta principal.
—Buenos días, mamá, creí que sería mejor si descansabas más. —me acerqué donde estaba para abrazarla.
—Mi pequeña es tan considerada como su padre, vayan con cuidado y cuando vuelvan les tendré el almuerzo listo. También tomen esto que es para sus hermanos, en esta canasta van algunas medicinas, algunos aperitivos que ellos aman. ¡Oh, casi lo olvido! También esta canasta que es para el príncipe John.
—Está bien madre, se las llevaré. —dándole un beso en la mejilla.
—Nos vemos mami. —gritó Zuri.
—Adiós, amores míos.
—¿No creen que nuestra Isabelle es demasiado hermosa? —mi padre dijo mirando con ternura a mi madre.
—Por supuesto que lo es, padre. —dijimos al unísono.
Durante el camino, nos encontramos con mercaderes, algunos gitanos, turistas, policías y algunas zonas de entrenamiento. Las personas que nos veían saludaban con alegría y nosotros devolvíamos de igual manera. Zuri era una niña alta para su edad, tez blanca y con pecas que le quedan súper lindas, ojos cafés claro, cabello negro y unas hermosas cejas. Todos heredamos el cabello lacio de mi madre y los ojos de mi padre a excepción de Franco, él tiene ojos azules que parecen diamantes. A Zuri le encanta aventurarse y siempre se aleja de nosotros, según qué somos muy lentos haciendo que el espíritu competitivo de mi padre haga aparición y le siga el ritmo. Estando a minutos de entrar un guardia que está en la entrada nos hace preguntas y pide nuestras identificaciones a lo cual le brindamos.
—Bienvenido Sr. Antonio. —dice el soldado con respeto y nos abre la puerta.
—Gracias soldado.
Estando adentro, vemos qué hay muchas cabañas con diferentes escuadrones y cada cabaña tiene un encargado en diferentes ramas. Mi hermano está al frente quien junto al príncipe se encarga de mantener todo en orden y controlar quién sale o entrar sin permiso y que intenciones poseen. Mis otros dos hermanos son los encargados de avisar a las otras cabañas sobre lo que ellos digan, pero más que mensajeros son los que cuidan de sus espaldas.
Llegamos a la cabaña donde ellos estaban, no podía creer que rápido había pasado el tiempo, mis hermanos enanos habían crecido demasiado y apenas les llegaba al cuello o mandíbula, pero el que me dejó sin palabras por lo alto que era fue el príncipe, ya que era mi primera vez viéndolo. Medía un poco más que mis hermanos, tenía una bonita figura, mandíbula marcada, ojos verdes, cabello rizado y de color café, tenía la corona de príncipe y el logo del reino. Debo admitir que, si era guapo, pero mejor recordaba a lo que dijo la chica de la esquina.
—Franco, que guapo eres. —dijo Zuri, saltando a sus brazos.
—Alteza y hermanos me alegra verlos. —dije inclinándome.
—No tienes por qué hacerlo Srita. Fiorella. —dijo el príncipe con su voz ronca.
—Claro que sí alteza, eres el hijo del rey y jefe de mis hermanos.
—Ahora somos amigos, llámame, John. —ignorando lo anterior.
—Está bien, y usted puede omitir lo de señorita. —sonriendo amablemente.
—Por mí no habría problema, un gusto de conocerla. Sus hermanos hablan mucho de usted y la pequeña Zuri. —viéndome con esos ojos verdes.
—No me haga sonrojar.
—¡Ejem!, que los trae por aquí, padre.
Desvié la mirada de John y me enfoqué en Franco que también me miraba con curiosidad. ¡Oh, vaya!
—Bueno, quise verlos porque ya los extrañaba y también para recordarles que el próximo mes será el cumpleaños de Zuri y como los conozco tanto que probablemente lo olvidaran, ya saben que ella se pondría triste. También su madre les envió algunas cosas. —dijo mi padre y mirándome, diciendo— Fiorella, tráeles las canastas.
—Aquí las tienen, esta es para ustedes y esta es para usted John. — ¿Podría explicarme por qué fui yo quien entregó la canasta? Me parece que mamá tomó esa decisión de manera intencionada.
—Muchas gracias, que considerada eres. —tomando la canasta y echando un vistazo a lo que había dentro.
—Es de parte de mi madre. —evité mirarlo.
—La señora Isabelle es muy cuidadosa, ahora entiendo porque tiene unos hijos tan temerarios.
—La verdad que sí, John. Mi madre desde pequeños nos enseñó muchas cosas, pese a ser hombres nos decía que siempre teníamos que saber un poco de todo y sobre todo si era de primeros auxilios porque después de lo qué pasó con Franco ahora la entiendo más. —dijo Aurelio, que era el segundo.
—Ya me doy cuenta, bueno los dejaré un momento. Iré a ver algunas cosas de la frontera y así ustedes disfrutan de un tiempo en familia, nos vemos chicos y señoritas ha sido un placer conocerlas. —achinando sus ojos, por Dios.
—Está bien, jefe. —dijeron mis hermanos.
—¿Dónde está Emilio? —preguntó mi padre.
—Se fue a verificar si artillería tenía lo necesario o faltaba algo.
Así pasó nuestra mañana, como mi madre nos había dicho que nos esperaría con el almuerzo decidimos venirnos, nos despedimos de mis hermanos (al final llegó Emilio) y prometieron que irían al cumpleaños de Zuri, mi padre les pidió que también llevaran al príncipe con ellos a lo que con entusiasmo dijeron que sí.