El día había llegado. No era un día cualquiera, sino el momento en que los nuevos reclutas se unirían a la guardia de élite del rey, los Guardianes de Ébano, un nombre que resonaba con el peso de la leyenda y el honor. Cada año, los mejores soldados del reino eran seleccionados para someterse a un entrenamiento brutal, un rito de paso que los llevaría al borde de sus límites físicos y mentales. Solo aquellos que sobrevivieran al año de pruebas serían nombrados oficialmente como Guardianes, convirtiéndose en los protectores más temidos y respetados del reino. Era un título que llevaba consigo una promesa: servir hasta que la guerra terminara o hasta que la muerte los alcanzara.
El despertador sonó en la oscuridad de la madrugada, un sonido estridente que cortó el silencio como un cuchillo. Era una hora indecente, un momento en el que incluso los fantasmas parecían dormir. Afuera, la lluvia caía con furia, golpeando las ventanas como si el cielo mismo estuviera enojado. Levantarse a esta hora no solo era una tortura, sino casi una falta de respeto hacia la naturaleza. Me envolví en las cobijas, intentando ignorar el mundo exterior.
Pero el universo parecía conspirar en mi contra. Un golpe seco y estremecedor resonó en la puerta de mi habitación, seguido de unos nudillos que tamborileaban con insistencia. ¿Quién demonios se atrevía a molestarme a esta hora?
— ¡Xalenir, levántate ya! — La voz de Thavian irrumpió en mi refugio de sueños —. Si te quedas dormida, te van a disciplinar. Hoy llegan los nuevos reclutas, ¿lo has olvidado?
Cerré los ojos con fuerza, deseando que todo fuera una pesadilla. No quería ir a esa maldita ceremonia. Me cubrí los oídos con la almohada, intentando ahogar su voz y el sonido de la lluvia. Pero Thavy no era de las que se daban por vencidas.
Crash.
La puerta se abrió de golpe, el cerrojo saltó en pedazos bajo la fuerza bruta de mi mejor amiga. Me incorporé de un salto, la ira hirviendo en mi sangre.
— ¿Qué diablos? — gruñí, mirando los restos de la puerta —. Thavy, más te vale que estés preparada para morir por interrumpirme así.
Thavian entró sin inmutarse, como si acabara de abrir una puerta cualquiera en lugar de destrozarla. Era ella, mi única y verdadera amiga, la única persona en todo el reino lo suficientemente valiente — o lo suficientemente tonta — para no temerle a una de las guerreras más temidas de la élite. Thavy era todo lo que yo no era: alegre, hermosa, divertida. Con solo mirarla, uno quería estar cerca de ella para siempre. Su cabello rizado y largo, de un tono ocre oscuro que brillaba como el oro bajo el sol, enmarcaba un rostro perfecto. Sus ojos violetas, profundos como el crepúsculo, parecían contener todos los secretos del universo. Era baja, de figura esbelta y piel canela, una representación viviente de la nobleza que llevaba en la sangre.
En cambio, yo era su antítesis. El lado oscuro de todo lo conocido. Odio socializar, los colores claros me dan alergia y mi figura, alta y delgada, tiene más de masculina que de femenina. Mi piel es tan pálida que parece hecha de mármol, y mis ojos, negros como la noche, reflejan una oscuridad que ahuyenta a cualquiera que se atreva a mirarme demasiado tiempo. Si no fuera porque Thavy me impide cortarme este molesto cabello negro y rizado, ya habría completado mi look andrógino, para desgracia de los cotillas del reino.
— ¿De qué hablas? — Thavy se acercó sin titubear, con esa confianza que solo ella podía tener —. Si no entro a tu cuarto, jamás me hubieras abierto la puerta.
Tenía razón, por supuesto. Era lo más molesto de todo. Me conocía tan bien que podía adivinar mis pensamientos antes de que yo los tuviera.
— Igual, la reparación de la puerta corre por tu cuenta — dije, cruzando los brazos.
— Por supuesto — respondió ella, ya hurgando en mi closet con una determinación inquebrantable —. Sabes que no importa lo que dañe, puedo pagarlo. Ay, Xalenir, ¿por qué no tienes colores brillantes? ¿Acaso vas a funerales siempre?
Claro que podía pagarlo. Thavy no solo provenía de un linaje noble, sino que era una de las pocas personas en el reino que poseía habilidades especiales, un legado de su sangre real. Mientras que los nobles como ella nacían con dones extraordinarios — el rey podía controlar el fuego, otros nobles tenían habilidades como la telepatía o la curación —, los plebeyos como yo teníamos que conformarnos con el sudor y el esfuerzo. Thavy, en particular, era increíblemente fuerte. Podía aplastar una roca con sus manos o partir un árbol de un solo golpe. Y todo ese poder residía en un cuerpo pequeño y delicado, como si el universo quisiera jugar una broma cruel.
— Vamos, Xalenir — dijo, lanzándome un uniforme negro que había encontrado en el fondo del armario —. Hoy no es día para esconderse. Hoy es el día en que esos pobres reclutas descubrirán lo que significa ser un Guardián de Ébano. Y tú, mi querida amiga, serás su peor pesadilla.
Suspiré, sabiendo que no tenía escapatoria. Thavy tenía esa manera de arrastrarme a situaciones que no quería, pero también era la única que me hacía sentir viva en este mundo lleno de sombras. Me vestí rápidamente, ignorando el frío que se filtraba por la puerta destrozada. Afuera, la lluvia seguía cayendo, como si el cielo llorara por los reclutas que estaban a punto de enfrentar su destino.
Thavy me arrastró a regañadientes hasta la plaza principal, donde una multitud de espectadores observaba con expectación el ingreso de los nuevos reclutas a lo que muchos llamaban "la cueva de lobos". El aire estaba cargado de tensión y emoción, una mezcla de ansiedad y adrenalina que se palpaba en cada rostro. Entre la multitud, destacaban los generales, figuras imponentes que observaban con miradas críticas y calculadoras. Thavy señaló discretamente a uno de ellos, su padre, un hombre de cabello plateado y ojos fríos como el acero, cuya presencia emanaba autoridad y experiencia.