El Renacer de un Imperio

Capítulo 2. Refugio Interrumpido 

Los nuevos reclutas fueron guiados al interior de la Academia, donde les esperaban sus nuevas habitaciones. El día de ingreso no era más que una formalidad: un recorrido por las instalaciones, una introducción superficial a lo que sería su nuevo hogar — o su infierno — durante los próximos años. Las evaluaciones reales comenzarían en los días siguientes, cuando los instructores pusieran a prueba su resistencia, su fuerza y su voluntad. Pero incluso ahora, el ambiente estaba cargado de tensión. Los altos mandos paseaban con aire de superioridad, los novatos intentaban formar alianzas precarias y la hipocresía flotaba en el aire como una niebla espesa. Yo, por mi parte, solo quería escapar de todo ese circo y refugiarme en algún lugar tranquilo, preferiblemente cerca de la comida.

Thavy, como siempre, parecía leer mi mente. Apoyó su brazo sobre mi hombro con una sonrisa burlona.

— ¿Ya estás pensando en escapar? — preguntó, su voz llena de esa perspicacia que la hacía tan irritante y fascinante a la vez.

— ¿De qué estás hablando? — respondí, intentando sonar despreocupada —. Solo estoy pensando en unirnos al recorrido con los novatos de nuestro escuadrón. Debemos empezar a observar su comportamiento, como hacen los demás.

Thavy me miró fijamente, entrecerrando sus ojos violetas. Sabía que mentía, pero no dijo nada. En ese momento, uno de los comandantes se acercó a nosotras con paso firme.

— Comandante Velmor — dijo con voz autoritaria —, debe liderar a su capitán en el recorrido.

Era el Comandante Sirus, un hombre de 38 años cuya arrogancia rivalizaba con la de un adolescente. Creía que su apariencia madura y su rango le otorgaban automáticamente el respeto de todos, pero en realidad solo lo convertían en el rival número uno de cualquiera que tuviera el mínimo sentido común. Era molesto, pero no se podía negar que era hábil en el campo de batalla.

— Parece que te llaman, Thavy — dije, liberándome de su brazo con un movimiento rápido —. Yo estaré por ahí, observando a la competencia. No te preocupes por mí.

Thavy no parecía entusiasmada con la idea de hacer su trabajo, pero era más responsable que yo, así que siguió al Comandante Sirus sin protestar. En cuanto se alejaron, respiré aliviada. Lo último que quería era pasar el día espiando a un grupo de novatos asustados. En su lugar, decidí dirigirme al gimnasio. El día estaba nublado, lo que significaba que no podía volar con Othus, mi dragón, pero al menos podía descargar mi frustración golpeando un saco de arena.

El gimnasio norte era mi refugio secreto. Alejado de las áreas principales de la Academia, era un lugar tranquilo y poco frecuentado, perfecto para entrenar en soledad. Durante las siguientes horas, me sumergí en el ritmo constante de golpes y patadas, dejando que el sudor y el esfuerzo físico me liberaran del estrés acumulado. El sonido de mis puños golpeando el saco era como una melodía reconfortante, un recordatorio de que, al menos aquí, estaba en control.

Cuando finalmente me detuve, mi cuerpo estaba empapado y mi mente más clara. Decidí que era hora de una ducha, así que me dirigí hacia los gabinetes donde guardaban las toallas. Pero justo cuando estaba a punto de agarrar una, el sonido de voces cercanas cortó el aire como un cuchillo.

— Bueno, chicos, este es el gimnasio norte — escuché decir a alguien —. No se usa mucho, solo para eventos grandes o entrenamientos intensos. Si observan su tamaño, notarán que está reforzado…

Carajo.

Giré lentamente la cabeza y vi a Thavy entrando al gimnasio, seguida por el Capitán Malakar y un grupo de 25 novatos. Me quedé petrificada. Mi ropa estaba hecha un desastre, mi cabello parecía una escoba de mimbre y el sudor corría por mi piel como si fuera un río. Era un desastre andante. Y lo peor de todo: los novatos no deberían estar aquí. Thavy lo sabía. Esto tenía que ser una jugada suya.

La miré con tanta intensidad que mis ojos podrían haberla atravesado como flechas. Ella, por supuesto, no se inmutó. Con una sonrisa amplia y un brillo travieso en sus ojos violetas, continuó hablando como si nada.

— ¡Qué grata coincidencia! — exclamó, haciendo un gesto teatral hacia mí —. Tienen la fortuna de conocer a la Coronel Storm. De los cinco coroneles en nuestra guardia, es la más joven, la única mujer y la única en alcanzar su posición sin tener habilidades especiales, como nosotros los nobles.

Sus palabras resonaron en el gimnasio, y sentí que todas las miradas se clavaban en mí. Thavy estaba presumiéndome, como si fuera un trofeo, y eso me irritaba profundamente. ¡Como si me importara un bledo lo que pensaran estos novatos!

El Capitán Malakar, siempre el caballero, se inclinó ligeramente y me saludó con respeto.

— Coronel Storm — dijo con una voz calmada y cordial.

Los 25 novatos me miraron con una mezcla de asombro y confusión. Sus expresiones variaban desde la incredulidad hasta la burla disimulada. Claramente, no encajaba con la imagen que tenían de un coronel: desaliñada, con el cabello revuelto y la ropa empapada de sudor. Algunos intercambiaron miradas cómplices, como si creyeran que todo esto era una broma pesada. Otros se rieron incómodamente, sin saber cómo reaccionar ante la presencia de alguien que, en su mente, no debería estar allí.

Pero entonces, entre la multitud de miradas curiosas y burlonas, hubo una que me hizo detenerme.

Era él. El joven de ojos dispares.

Sus ojos, se clavaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. No era una mirada de curiosidad superficial, ni de juicio como las de los demás. Era algo más profundo, más penetrante. Era como si, a través de esos ojos, pudiera ver más allá de mi apariencia desastrosa, más allá de mi rango y mi reputación. Era como si estuviera desentrañando cada capa de mi ser, cada secreto que guardaba celosamente.

Su rostro era serio, casi impasible, pero en sus ojos había algo que no podía describir. No era admiración, ni tampoco desprecio. Era... interés. Un interés genuino, como si yo fuera un enigma que necesitaba resolver. Sus labios estaban ligeramente fruncidos, como si estuviera evaluando cada detalle de mi presencia, desde la forma en que me sostenía hasta la manera en que evitaba su mirada.




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