El joven estaba conversando con el mismo novato que le había hablado aquella vez en el gimnasio norte. Parecía que ya eran amigos.
Ahora se enfrentaría al Capitán Mathew Malakar.
— Mathew, no pierdas — murmuré para mí misma —. Quiero que te asciendan este año.
La atención de todos en el gimnasio central estaba clavada en el joven de ojos dispares. El ambiente, cargado de tensión y expectación, parecía vibrar con cada movimiento de los combatientes. El Capitán Mathew Malakar, un hombre cuya habilidad de teletransportación lo hacía uno de los oficiales más respetados, se preparaba para enfrentar al misterioso novato. Para mí, Mathew era especial. Su capacidad de moverse en un instante, aunque limitada a un rango de 5 kilómetros, era algo que envidiaba profundamente. Caminar no era precisamente uno de mis gustos, y aunque volar en Othus era una experiencia incomparable, no podía hacerlo todo el tiempo, mucho menos dentro de la academia. Así que, mientras observaba el duelo, no pude evitar sentir una mezcla de curiosidad y ansiedad.
El joven de ojos dispares no llevaba armas ni equipo especial. Solo estaba allí, de pie, esperando a que Mathew hiciera el primer movimiento. El capitán, al verlo tan aparentemente indefenso, decidió no usar armas tampoco. Pero entonces, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambió.
Mathew atacó primero, moviéndose con la velocidad y precisión que lo caracterizaban. Sin embargo, el joven lo esquivó con una agilidad impresionante, como si supiera exactamente lo que iba a hacer antes de que sucediera. La multitud contuvo la respiración. Mathew, ahora más serio, intensificó sus ataques. Los golpes se sucedían uno tras otro, cada vez más rápidos, más fuertes. El joven era hábil, pero Mathew tenía años de experiencia a su favor. Con un movimiento calculado, el capitán lo derribó.
El joven cayó de espaldas, y Mathew no dudó. Se abalanzó para darle un golpe definitivo, pero el joven, con una resistencia asombrosa, escupió un poco de sangre y se levantó rápidamente. Con una patada veloz, intentó contraatacar, pero Mathew se desvaneció en el aire, reapareciendo detrás de él en un instante. Con un movimiento rápido y preciso, le aplicó una llave de sumisión conocida como la mata león.
El agarre de Mathew era fuerte, implacable. El joven empezó a cambiar de color, su rostro se congestionaba mientras la multitud estallaba en gritos:
— ¡Ríndete! — gritaban algunos.
— ¡Acábalo! — exclamaban otros.
— ¡Es hombre muerto!
Parecía que esta vez sería el fin del joven. Pero entonces, algo increíble sucedió. El cuerpo de Mathew comenzó a temblar, como si una fuerza invisible lo estuviera paralizando. ¿Qué estaba pasando? El joven, aprovechando la confusión, se liberó del agarre con una facilidad inquietante. Mathew se quedó inmóvil, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y dolor.
Mathew Malakar era un hombre de 40 años, alto, moreno y corpulento, que había trabajado duro para llegar a donde estaba. Estaba a punto de convertirse en comandante, pero siempre alguien con mejores influencias le robaba el ascenso. Su vida personal tampoco era fácil: divorciado y con una hija que apenas le hablaba, Mathew era un hombre amable que rara vez luchaba contra las injusticias que lo subyugaban. Suspiré, sintiendo una punzada de tristeza.
— Quisiera que no fuera tan desafortunado — murmuré para mí misma.
De repente, el silencio se apoderó del gimnasio. Trozos de hielo comenzaron a emerger del cuerpo de Mathew, cristalizando su piel y su ropa. La multitud quedó muda, incapaz de procesar lo que estaba viendo. La habilidad del hielo, una rareza que se creía extinta, había reaparecido.
Hace treinta años, cuando los dragones aún eran un mito para nosotros, el clan Valtor, conocido por su dominio sobre el hielo, fue exterminado mientras defendía las fronteras del reino, en donde residían, de un ataque sorpresa. Cuando llegaron los refuerzos, ya era demasiado tarde. Nadie había sobrevivido, y se creyó que el hielo como elemento había desaparecido para siempre. Pero ahora, aquí estaba, frente a nuestros ojos, en el cuerpo de este joven misterioso.
Eso explicaba su ojo azul vibrante y claro, un rasgo distintivo del clan Valtor. El único azul que se había visto en años era el oscuro, como el de Draven Kaelor, pero este era diferente. Era un azul gélido, como el hielo mismo.
Los altos mandos comenzaron a susurrar entre ellos, sus rostros reflejando una mezcla de asombro y preocupación. El Capitán Renegan Dusk, con su dominio del fuego, se apresuró a descongelar a Mathew. La batalla ya estaba decidida, pero el impacto de lo que acababa de suceder resonaría durante mucho tiempo.
— Zareth Valtor, 28 años, elemento hielo, escuadrón rojo — anunció Azel Sirus, su voz temblando ligeramente al pronunciar el nombre que el joven le acababa de decir.
El joven, ahora identificado como Zareth Valtor, se mantuvo en pie, su mirada fría y desafiante recorriendo la multitud. El pequeño John Dusk ya no era la novedad del día. El regreso del clan Valtor había robado el protagonismo, y con él, una nueva era de incertidumbre y poder había comenzado.
— Así que se llama Zareth — murmuré para mí misma, mientras el nombre del joven de ojos dispares resonaba en mi mente. Pero algo no cuadraba. Si bien las identidades de los reclutas solo se revelaban a la élite durante estas pruebas, el reclutador debió haber sabido quién era. ¿Por qué no dijo nada?
El resto de las batallas continuaron con normalidad, pero el gran momento de Thavy, en el que enfrentaría a los mejores en la segunda ronda, fue abruptamente interrumpido. Una reunión de emergencia fue convocada, y los enfrentamientos de la tarde se pospusieron para el día siguiente. No pasó mucho tiempo antes de que un mensajero llegara a buscarme.
— Coronel Storm, debe presentarse de inmediato en la sala de reuniones — dijo el mensajero, con una voz que no dejaba lugar a dudas.