El campo de batalla era un caos controlado, un torbellino de gritos, golpes y destellos de poder. Los comandantes no se contenían, y hasta ahora, ningún novato había logrado pasar la prueba. Observé a Thavian desde lejos, rompiendo huesos con la emoción de una psicópata desatada, su risa resonando entre los gritos de dolor de sus oponentes. Nada raro en ella.
Entonces, apareció Zareth.
No lo había visto hasta ahora, pero allí estaba, listo para enfrentarse al Comandante Azel Sirus. Un hombre de 33 años, era todo lo que uno esperaría de un comandante de élite. Joven, sin barba, con rasgos afilados y una mirada penetrante. Su agilidad era impresionante, y aunque pertenecía al escuadrón Mantis, ese grupo de verdes odiosos bajo el mando de Draven, a mí me caía bien. Era callado, reservado, y no se andaba con rodeos.
Zareth atacó primero, con unos movimientos que reconocí de inmediato. Eran los mismos que le había intentado enseñar esta mañana. Pensé que no me había prestado atención, pero me equivoqué. Estaba usando todo lo que le había mostrado, y lo hacía bien. Demasiado bien.
Esto es peligroso.
Azel no tardó en responder. Con un gesto de su mano, desató su poder de telequinesis, lanzando armas hacia Zareth con una precisión mortífera. Espadas, dagas y hasta un escudo volaron hacia él, pero Zareth no se inmutó. Esquivó cada uno de los proyectiles con una agilidad que parecía casi sobrenatural, moviéndose como si bailara entre las hojas de un bosque en otoño.
La pelea estaba casi empatada. Zareth contraatacó con una serie de golpes rápidos y precisos, obligando a Azel a retroceder. Pero entonces, cometió un error. Un pequeño desliz, casi imperceptible, pero suficiente para que Azel lo aprovechara. Con un movimiento rápido, Azel lo inmovilizó, usando su telequinesis para levantar a Zareth del suelo y lanzarlo contra una de las paredes del gimnasio.
El impacto resonó en la sala, y Zareth cayó al suelo, derrotado.
Pero algo no cuadraba.
Mientras observaba la pelea, no pude evitar notar que Zareth parecía estar, quizá... ¿jugando?, otra vez. Como si no estuviera dando todo de sí, como si estuviera midiendo a Azel, probándolo. Ese error final no parecía un error, sino una decisión calculada. Puede que no sea notorio pero mi percepción es demasiado alta, casi aterradora. Tantos años en peligro me hicieron desarrollar un instinto que sobrepasa cualquier poder especial.
No pasó nada especial después de eso, al final del día, nadie le pudo ganar a los comandantes, ni siquiera el pequeño Jhon que perdió contra el Comandante Luther Thorn, debo admitir que se merecía esa paliza. Pero de ahora en adelante solo se enfrentaran a los de su nivel, así que no creo que ese pequeño arrogante se deje ganar de nuevo.
La luna colgaba como una guadaña plateada sobre los techos de la Academia cuando lo vi. Zareth avanzaba en la oscuridad, su silueta esculpida por las antorchas distantes. Cada paso suyo era calculado, demasiado seguro para ser un simple paseo nocturno. Se dirige hacia las oficinas de los generales, no dudo en seguirlo en secreto, ¿que planea? Mi instinto me dice que este chico oculta algo. Camina hacia el lado oeste a la oficina del general Dusk, pero sigue de largo y entra a la oficina del general Velmor.
Mi pulso se aceleró.
¿Qué demonios hace un novato merodeando las oficinas de los generales a esta hora?
El aire nocturno olía a tierra mojada y a peligro. El corazón me dio un vuelco.
Me planté frente a la entrada, las manos sudorosas. ¿Qué hago? ¿Entrar y acusarlo? ¿Gritar "traidor" y esperar que alguien me crea? No tenía pruebas, solo ese instinto que me quemaba las entrañas. Sólo podía entrar y sorprenderlo con las manos en la masa, reportándolo a mis compañeros para que terminen expulsándolo. Pero no sabía exactamente que quería. Y si solo andaba curioseando por ahí. Ahg no sé qué hacer.
La voz del General Velmor atravesó la madera como un cuchillo:
— Coronel Storm, no se quede ahí espiando. Entre.
Maldita sea.
La puerta crujió al abrirse. En el interior, la oficina estaba bañada en el resplandor ámbar de las lámparas de aceite. El General Velmor, alto como una torre, con su melena plateada y esos ojos violeta que Thavian había heredado, ocupaba su trono de ébano. Y frente a él, Zareth, imperturbable, como si mi entrada fuera parte de su guión.
— Qué oportuna coincidencia — el General alzó una ceja —. Justo discutía el futuro de su pupilo.
Su sonrisa se levantó lo suficiente para que se notara pero no demasiado. Un escalofrío me recorrió la espalda.
— No quería interrumpir — mentí, clavando las uñas en mis palmas —. Solo... tuve una sospecha de sus movimientos nocturnos.
— ¿Y por qué sospecharía de un soldado bajo su mando? — Su voz gélida cortó el aire —. A menos que no confíe en su propia autoridad.
Zareth permanecía mudo, pero sus ojos dispares brillaban con algo que pudo ser diversión.
— Quiero que me ceda su entrenamiento — declaró Velmor, apoyándose en el escritorio —. Tres meses. Nadie lo sabrá... excepto nosotros tres.
Era una trampa, quizás.
— Entiendo — dije, midiendo cada palabra —. Pero el General Dusk...
— Yo cargaré con las consecuencias — interrumpió
El razonamiento de Velmor tenía sentido. Zareth sin duda progresaría más rápido bajo su tutela. Pero si el General Dusk descubría que había entregado a su pupilo estrella a su rival político, mi cabeza rodaría por los suelos antes del amanecer. Podía ser rebelde, pero no suicida.
En la Guardia de Ébano, el poder se dividía en dos facciones perfectamente equilibradas. Por un lado, el General Dusk comandaba la Primera División: el Escuadrón Cuervo, fantasmas vestidos de negro que operaban en las sombras, y mi propio Escuadrón Fénix, los guerreros de rojo sangre que llevábamos el peso de las batallas más cruentas, aunque mi atuendo era más parecido al de los cuervos, hacía lo que podía por llevar tonos rojos, en alguna parte de mi ropa. A parte de nosotros tenía a unos 50,000 soldados bajo su mando, del ejército del rey.