La situación era absurda. Aquí estaba yo, acorralada contra la pared por un novato que, en cualquier otro contexto, debería estar temblando ante mi rango. Pero Zareth no parecía importarle ni la jerarquía ni las consecuencias. Su proximidad era tan incómoda como electrizante, su aliento frío rozando mi piel cada vez que hablaba.
— Quería saber los detalles de cómo saliste de la prueba del bosque — dije, manteniendo la voz firme aunque mis pulso acelerado delatara mi nerviosismo —. No me creo esa historia ridícula que le contaste a los demás.
Zareth arqueó una ceja con desdén. Tomó el libro que yo había estado hojeando y lo arrojó sobre su cama con un golpe sordo.
— ¿Vienes en medio de la noche, entras a mi habitación como una ladrona, y todo para eso?
Sí, sonaba ridículo. Incluso yo lo sabía. Pero no iba a retroceder.
— Hay algo que debes entender sobre mí — respondí, clavándole la mirada —. No miento. Prefiero el silencio antes que inventar excusas. Solo mentiría si estuviera frente a un enemigo y vidas inocentes dependieran de ello. Contigo no tengo motivo para falsear la verdad.
Una risa seca escapó de sus labios.
— Eso suena patético — dijo, meneando la cabeza como si yo fuera una niña testaruda —. Pero supongo que necesitas una mejor excusa para justificar esta intrusión.
— Solo dime la verdad y me iré de inmediato — repliqué, conteniendo el impulso de golpearlo por su arrogancia.
Zareth se rió de nuevo, pero esta vez con un dejo de diversión genuina.
— Es simple — dijo, encogiéndose de hombros —. Mientras los demás se mataban en la primera línea, yo esperé más de medio día antes de entrar. Una vez dentro, elegí los caminos correctos. Solo fueron cinco horas de caminata tranquila hasta la salida.
La explicación era lógica. De hecho, era casi idéntica a la estrategia que yo había usado años atrás, solo que con menos paciencia, porque mi estómago gruñía. Pero, eso no explicaba cómo se perdió del radar de todos y como encontró “el camino correcto”. Por alguna razón, mi instinto me gritaba que no siguiera presionando. No hoy.
— Bien — asentí, haciendo un esfuerzo por relajar mis hombros —. Lamento haber entrado así. Como superior, no deberías cuestionarme si no tienes nada que ocultar. Pero dejemos esto aquí. Ya me voy.
Intenté avanzar, pero en ese momento mi capa, aún enredada en mis hombros, se deslizó al suelo. Antes de que pudiera reaccionar, Zareth me empujó bruscamente contra la pared, su mano plana contra mi estómago con una fuerza que me dejó sin aliento.
— ¿Qué demonios haces? — logré escupir, sintiendo cómo el pánico y la furia se entrelazaban en mi pecho.
Zareth inclinó su rostro hacia el mío, y esta vez no había rastro de burla en sus ojos. Solo una advertencia gélida, tan afilada como una daga.
— Deberías haberte ido cuando tuviste la oportunidad — murmuró, y su voz ya no era humana.
Era el sonido del hielo agrietándose bajo un peso imposible. Era una promesa de peligro.
Su mano ascendía con lentitud deliberada, los dedos rozando el espacio entre mis costillas con una familiaridad que no le correspondía. Cada centímetro de contacto quemaba como hierro al rojo sobre mi piel.
— ¿Te estás burlando de mí? — La pregunta salió cortante, cargada de una advertencia que ni yo misma estaba segura de poder respaldar —. Una cosa es que omitas mi rango e incluso me tutees, otra que abuses de mi tolerancia. Todo tiene un límite, Zareth.
Él no retrocedió. Al contrario, su agarre se tensó imperceptiblemente.
— Pues justo ahora, tú has cruzado el mío, Xalenir Storm.
Mi nombre en sus labios sonó como un hechizo prohibido, una sílaba tras otra resonando en mis huesos. Un estremecimiento indeseado me recorrió la espalda antes de que pudiera aplastarlo.
— ¿Ahora decides usar mi nombre? — Elevé la barbilla para mirarlo, forzándome a ignorar la diferencia de estatura que me obligaba a alzar la vista —. Qué conveniente.
— Hasta donde tú me lo permitas.
Su voz era arena áspera bajo la piel. Me miraba desde arriba, esperando la reacción que tendría. Pero seguía moviendo su mano, ya estaba en mi espalda. Mientras hablaba, su otra mano se enredó en un mechón de mi cabello, tirando con justeza para exponer mi cuello. El mensaje era claro: Esto ya no es un juego de jerarquías.
— No te lo permito — mentí en un susurro que delataba todo lo contrario. Mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca, pero no con la fuerza necesaria para detenerlo. ¿Realmente quería hacerlo? Me iba a volver loca, si no paraba este atrevimiento ahora, no habría marcha atrás.
El silencio se espesó, cargado de electricidad estática. Zareth no cedió ni un milímetro. Se inclinó hacia mí, tan lento como un glaciar avanzando, dando tiempo de sobra para que lo detuviera.
Bang.
La puerta se abrió de golpe contra la pared.
— ¡Tengo noticias urgentes! — El estallido de voz hizo que ambos nos sobresaltáramos y me saco de mi trance.
El hombre de piel chocolate que siempre seguía a Zareth se quedó petrificado en el umbral, los ojos como platos al captar la escena: mi capa en el suelo, mi rostro arrebolado, Zareth atrapado en el acto de... ¿qué exactamente? Se atraganto cualquier otra palabra que pudiera decir al ver la escena.
— Coronel Storm — farfulló el intruso, inclinándose en un saludo automático mientras su cerebro procesaba el desastre.
Yo, profesional hasta la médula incluso en la vergüenza, empuje rápidamente a Zareth que ya no me forzaba y me enderecé como si nada.
— ¿Y tú eres? — pregunté con una frialdad que no reflejaba el infierno interno de mi dignidad herida.
— Teniente novato Basilis Rathmar, asignado a su escuadrón — respondió cordialmente, aún pálido.
Ah, sí. Como si llevara registro de cada recluta. Tras las pruebas iniciales, solo quedaban ochenta y ocho aspirantes, diez o doce bajo mi mando directo. Nunca me molesté en memorizar sus nombres; solo importaban los que sobrevivían al primer año.