El Renacer de un Imperio

Capítulo 15. Regan el Desterrado

El corazón me gritaba que corriera tras Zareth, que lo alcanzara antes de que se perdiera entre los árboles. Pero el destino, cruel como siempre, tenía otros planes. Un rugido desgarró el aire, tan profundo que hizo temblar la tierra bajo mis pies. Emergiendo de las cuevas lejanas, una silueta negra como la noche más profunda, con una cicatriz plateada que le cruzaba el pecho como un relámpago congelado en el tiempo.

Oh, no. Era el dragón desterrado.

La bestia más temida, la que ni siquiera Drarex había podido domar, entonces Drarex lo marco y lo desterró de la manada. Era tan peligroso suelto que el rey lo había condenado a un sueño eterno, encerrado en las profundidades de la montaña. ¿Cómo había despertado? ¿Y por qué justo ahora, cuando la lluvia convertía todo en un caos y la visibilidad era casi nula? Si atacaba, si se dejaba llevar por su furia... pocos saldrían vivos de aquí.

No lo pensé dos veces. Monté a Othus en un salto, maldiciendo entre dientes. Siempre olvidaba reclutar a un Shade para enviar mensajes de emergencia. Me abrí paso entre la lluvia hasta donde Mathew estaba organizando a los reclutas.

— ¡El dragón desterrado despertó! — le grité —. ¡Informa al rey!

No hubo preguntas, no hubo dudas. Mathew desapareció antes de que terminara de hablar, su figura difuminándose en la tormenta. Giré hacia Thavy, Azrael y Sylas, que ya estaban alerta, sus dragones tensos ante la presencia del proscrito.

— ¡La prioridad es proteger a los reclutas! — ordené —. ¡Yo trataré de mantenerlo alejado!

Asintieron, y sin perder un segundo, Othus y yo nos lanzamos hacia la bestia. Solo Drarex podía vencerlo. Pero Othus no se rendiría sin pelear.

El dragón negro rugió cuando las llamas de Othus lo alcanzaron, pero no ardieron como deberían. Parecía... desorientado. Como si luchara contra el sueño que aún lo arrastraba hacia la oscuridad. Era mi oportunidad.

— ¡Garras, Othus! ¡Derribalo!

Mi dragón obedeció, clavando sus garras en los flancos del enemigo y arrojándolo contra el suelo. La tierra tembló con el impacto, pero la victoria duró poco. El dragón desterrado se revolvió con una furia animal, liberándose con un movimiento brutal que casi nos derriba. Othus retrocedió, protegiéndome con su cuerpo mientras yo rodaba por el suelo embarrado.

Era demasiado peligroso. Pelear encima de un dragón contra otro dragón era una sentencia de muerte para el jinete. Así que Othus me dejo a lo lejos y regreso solo.

— ¡Othus, atrás! — grité, pero ya era tarde.

El dragón negro lo embistió con una fuerza colosal, lanzándolo lejos con un golpe que hizo eco en todo el valle. Othus cayó con un quejido que me partió el alma, su cuerpo arrasando la tierra como un meteoro. Y luego, ese enorme coloso me miró. Esos ojos, dorados como el infierno, se clavaron en mí.

No era estúpido. Sabía que sin mí, Othus estaría vulnerable. Sabía que matándome, ganaba la batalla de, quizá, el segundo dragón que podía detenerlo. Y ahora, con la lluvia azotando mi rostro y el barro frenando mis movimientos, venía directo hacia mí.

¡Maldición!

En momentos como este, maldecía cada gota de sangre plebeya en mis venas. ¿Cómo enfrentar a semejante monstruo, sola? Sabía que era inútil, pero el instinto es más fuerte que la razón. Corrí. Corrí hacia el bosque, intentando perderme entre los árboles mientras Othus se recuperaba. Pero el dragón no era tonto. Una llamarada cruzó el aire como un latigazo, tan caliente que sentí que mi piel se crispaba aun antes de que las llamas me rozaran. Por un segundo, creí que era el fin.

Hasta que un brazo me rodeó la cintura y me arrancó de la muerte. Zareth. Ambos caímos contra un árbol, el impacto sacudiéndome hasta los huesos.

— ¿Qué demonios haces aquí? — le espeté, con más rabia que alivio —. ¡Es demasiado peligroso!

Él solo sonrió, ese gesto insolente que tanto me sacaba de quicio. — ¿No se supone que debes combatir el fuego con hielo? — dijo, como si esto fuera un juego —. Soy tu mejor opción.

Pero, por desgracia, tenía razón. No era cualquier noble. Era un Valtor, y su poder helado podía ser nuestra única esperanza hasta que llegaran los refuerzos.

El dragón avanzó hacia nosotros, sus fosas nasales palpando el aire, oliendo nuestro miedo. Zareth se interpuso entre la bestia y yo, levantando las manos con calma.

— ¡Vete! — me ordenó, sin volverse —. Yo lo detendré.

— ¡Estás loco! — grité —. ¡Te matará en menos de un minuto!

— ¿Crees que puedes opinar en este momento? — rugió, vi la furia auténtica en sus ojos.

Sabía que estaba en desventaja, pero no podía dejarlo. No así. Mientras intentaba reconectar con Othus, que ya se levantaba a lo lejos, tambaleándose pero firme, el dragón actuó. Sus alas se desplegaron con un sonido como de tela rasgada, y en un movimiento demasiado rápido para seguirlo, sus garras envolvieron a Zareth y lo alzaron como un juguete.

— ¡NO! — Mi grito se perdió en el estruendo.

Zareth reaccionó como solo un prodigio podría, creó una rampa de hielo al caer, amortiguando el golpe. Pero el dragón no se detuvo. Se lanzó en picada, destrozando la estructura helada en mil pedazos. Zareth salió despedido como una muñeca rota, rodando por el suelo. No le daba posibilidades de recuperarse, pude ver como Zareth se hincó y escupió sangre.

El dragón no dudó y fue a darle el golpe final, pero, de la nada, el dragón se detuvo frente a él. Sus ojos dorados, antes llenos de furia, se clavaron en Zareth con una intensidad que heló la sangre. Algo estaba cambiando. La llamarada que ardía en su garganta se apagó lentamente, como si alguien hubiera cerrado un conducto. El dragón avanzó, pero no para matar, sino para explorar.

Zareth, aún aturdido pero alerta, extendió una mano temblorosa, casi que instintivamente, para tocarlo. Que evento mas extraño estaba presenciando. Cuando sus dedos rozaron las escamas del dragón, el mundo contuvo el aliento. El monstruo se calmó por completo. Como si, después de siglos de furia, por fin hubiera encontrado lo que buscaba.




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