El sol comenzaba a ocultarse cuando intenté escabullirme, de nuevo, por el pasillo más solitario del ala este, justo el que conectaba con los jardines traseros. Llevaba días evitando a Thavian. Y no sólo era ella, se había sumado a mi escabullida de otro individuo en mi lista, al cual, desde hace semanas le venía inventando excusas, esquivando sus miradas y cambiando de ruta cada vez que su figura aparecía en el horizonte. Pero hoy, el destino, o más bien, él mismo, tenía otros planes.
— ¿Huyendo otra vez? — Zareth me había encontrado.
Su voz resonó justo detrás de mí, tan cerca que el aliento cálido rozó mi nuca. No había dado ni tres pasos cuando sentí su mano cerrarse alrededor de mi muñeca con firmeza, deteniéndome en seco. Sabía que correría sin dudarlo al notar su presencia.
— ¡Déjame! — protesté, intentando zafarme —. Tengo cosas que hacer.
Pero Zareth no me soltó. Al contrario. Con ese movimiento fluido que siempre lo caracterizó, me giró hacia él y, sin darme tiempo a reaccionar, me levantó en vilo como si no pesara más que una pluma.
— ¡Zareth! ¡Suéltame! — grité, pataleando inútilmente mientras él comenzaba a caminar —. ¡No puedes hacerle esto a tu superior!
— Claro que puedo — respondió con sonrisa desafiante —. Y lo estoy haciendo.
No hubo forma de razonar con él. En cuestión de segundos, estábamos subiendo la colina hacia la loma del gimnasio norte, el lugar que durante años había sido mi refugio secreto, el único rincón donde podía escapar del mundo.
— Ya no es solo mi lugar — murmuré cuando por fin me soltó, mirando el horizonte —. Ahora tú también lo invades.
Zareth no respondió de inmediato. Se quedó a mi lado, sus brazos cruzados, mirándome, tan intensamente con sus bellos ojos dispares, clavados en mi perfil como si intentara descifrar cada uno de mis pensamientos. A veces, creía que sí podía.
— Llevas meses evadiéndome — dijo al fin —. ¿Por qué?
— Estoy ocupada — respondí automáticamente, evitando su mirada —. Los novatos, los informes, la graduación... — No era mentira, pero, no quería admitir que si lo estaba evitando de verdad. Pero mis palabras no le importaron. Zareth dio un paso hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros a menos de un palmo.
— Dime la verdad, Xalenir.
El aire entre nosotros se volvió espeso, cargado de algo que no me atrevía a nombrar. Su proximidad me mareaba, el calor de su cuerpo se mezclaba con el aroma a hierba y tierra mojada de la colina. Y esos ojos... esos malditos ojos que me atraían tanto.
— ¿Qué necesito hacer para que confíes en mí? — preguntó, bajando la voz.
El corazón me latía tan fuerte que temía que lo escuchara.
— Deja de darme dolores de cabeza — contesté, buscando refugio en la irritación —. Llegas último en todas las pruebas, apenas pasas los exámenes... ¡Eres un capitán en potencia y actúas como un niño rebelde!
Zareth arqueó una ceja, el brillo en sus ojos se intensificó.
— ¿Y si llego primero en la prueba final? — preguntó, inclinándose un poco más —. ¿Entonces me perdonarás?
— Quizá — murmuré, conteniendo el aliento cuando su nariz rozó casi la mía.
— ¿Quizá? — repitió —. ¿Y tendré una recompensa?
Sus palabras eran apenas un susurro, pero cada sílaba resonó en mi pecho como un tambor. Intenté no dejarme intimidar.
— Sé que tienes la capacidad para hacerlo — dije, intentando alejarlo un poco —. ¿Qué tal si llegas primero... haciendo el doble de la prueba física individual y la prueba con dragones?
Era una condición imposible. Nadie en su sano juicio podría completar ambas pruebas seguidas dos veces, y aún así, llegar primero. Lo decía solo para que desistiera de esa idea de la recompensa.
Pero Zareth no se inmutó.
— Bien — respondió, con confianza.
— ¿Eh? — No podía creerlo. ¿En serio lo aceptaba así de fácil?
— Entonces debes aceptar la recompensa que yo decida — añadió, sonriendo maliciosamente.
Algo en su tono hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. No sabía por qué, pero eso sonaba mucho más peligroso de lo que parecía. No sabía por qué me estaba poniendo nerviosa, sabiendo que solo estaba fanfarroneando para quedar bien.
— Prepárate para sorprenderte, instructora — dijo, soltándome de golpe.
Y antes de que pudiera reaccionar, se lanzó colina abajo, su figura desapareciendo entre los árboles.
Me quedé ahí, inmóvil, con el corazón latiendo tan fuerte que casi podía oírlo.
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Los días siguientes fueron una tortura. Zareth había desaparecido por completo de las últimas clases, justo cuando más lo necesitábamos. La prueba final estaba programada para un par de días antes de la graduación, y esas sesiones previas eran cruciales. Ahí repasábamos los consejos más valiosos, los trucos que podían marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Para los 47 que habían llegado hasta esta etapa, era casi imposible fallar. La prueba no tenía límite de tiempo, y todos ellos ya eran considerados prácticamente parte de la Guardia de Ébano. Todos menos Zareth, que no había aparecido desde aquel día en la loma.
¿Qué estaba tramando? ¿Quería sabotearme aún más? ¿Humillarme frente a todos?
Mañana era la prueba, y necesitaba encontrarlo para instruirlo. Si no fuera porque el rey lo protegía como a un tesoro, ya lo habría arrastrado de vuelta a rastras. Pero ni siquiera podía vigilarlo como se debía.
Hundí la cabeza entre mis manos, frotándome la frente con tanta fuerza que la piel me ardía. Estaba al borde del colapso.
— ¿Estrés?
La voz profunda me sobresaltó. Alcé la vista y allí estaba Draven, de pie frente a mí. No puede ser. ¿Había venido a hablarme directamente? ¿Estaba en problemas? ¿O solo quería burlarse de mí por haber fallado en mis tareas?
— No… no es que importe, ¿o sí? — balbuceé, sin saber cómo dirigirme a él.
— Escuché que el teniente Valtor no ha asistido a clases — dijo, sentándose en el banco a mi lado como si fuera lo más normal del mundo —. ¿Tienes noticias?