El Renacer de un Imperio

Capítulo 18. Los Últimos serán Primeros

Aunque había comenzado con notable desventaja, Zareth no tardó en alcanzar al grupo. Sus movimientos eran una exhibición de precisión y agilidad, escalaba obstáculos con la gracia de un felino, esquivaba trampas con anticipación, y cuando era necesario, rompía barreras con una fuerza que contrastaba con su aparente despreocupación.

El recorrido estaba diseñado para ser brutal. Cada sección presentaba condiciones extremas: zonas de calor sofocante que hacían hervir el aire, pasajes helados donde el aliento se congelaba, y tramos de vientos y lluvia cortantes que amenazaban con derribar a cualquiera. Pero Zareth avanzaba como si el campo entero fuera su patio trasero, adaptándose con una facilidad inquietante. Luego, llegó el momento que nadie esperaba.

No solo alcanzó al grupo, sino que lo rebasó con tal ventaja que, cuando llegó primero a la segunda etapa, incluso los instructores se quedaron sin palabras. Azel, listo para registrar su tiempo, abrió la boca para felicitarlo, pero las palabras murieron en sus labios cuando Zareth, sin detenerse, giró y comenzó a correr en dirección contraria.

— No puede ser — murmuré. En serio iba a hacerlo otra vez.

Era una locura. Pero lo más impresionante era que, a pesar de esta decisión absurda, llevaba tanta ventaja que los demás aún no terminaban su primer intento. En cuestión de minutos, estaba de vuelta en la línea de salida, respirando un poco jadeante, como si no hubiera hecho más que un entrenamiento.

Draven, con el rostro tenso por la incredulidad, se plantó frente a él.

— ¿Qué crees que estás haciendo, teniente Valtor? — su voz se alzó —. ¿No te tomas esto en serio?

Zareth ni siquiera se inmutó.

— Por el contrario — respondió, con tranquilidad —. Tengo la misión de hacerlo dos veces. Solo obedezco órdenes.

Y fue allí cuando, como si supiera exactamente dónde estaba yo, giró la cabeza y me lanzó una sonrisa. Lanzándose de nuevo a la pista.

Desgraciado.

Draven siguió su mirada y, al encontrarme, sus cejas se alzaron en un gesto de demanda silenciosa. Intenté evadirme, dar media vuelta, fingir que no tenía nada que ver, pero era inútil.

— ¿Qué significa esto? — preguntó Draven, con severidad.

No tenía excusa.

— Bueno... — me encogí de hombros, tratando de parecer indiferente —. Solo lo animé para que dejara de ser tan mediocre. De todas formas…. no hace daño que aprenda un poco de disciplina.

Draven me clavó su mirada gélida, pero en el fondo, detecté un destello de satisfacción. Sabía tan bien como yo que el prodigio Valtor necesitaba ser puesto a prueba de verdad.

— ¿Le ordenaste hacer la prueba dos veces? — preguntó, y asentí, sintiendo cómo el peso de mi decisión se asentaba sobre mis hombros.

— Si algo sale mal — advirtió, inclinándose ligeramente hacia mí —, te delataré sin piedad.

Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en mis labios.

— Lo sé — respondí —. Pero al menos no me estás deteniendo ahora.

Por un instante, creí ver el brillo de la complicidad en sus ojos. Draven soltó una risa breve, áspera como el roce de una armadura.

— Pocas veces haces algo que me agrade.

Sin más palabras, llamamos a nuestros dragones y nos alzamos hacia el cielo, dirigiéndonos a la segunda etapa. Desde las alturas, el panorama era claro desde arriba, los evaluados se acercaban a la meta, sus figuras diminutas avanzando entre los obstáculos como hormigas en un laberinto gigante.

El pequeño John, estaba a la cabeza. Su determinación era palpable incluso desde el aire. Cuando Zareth lo había rebasado horas antes, había visto cómo el muchacho apretaba los puños, cómo su ritmo se volvía más agresivo. Pero el esfuerzo excesivo comenzaba a pasar factura.

A pocos kilómetros de la meta, John tropezó. No fue una caída cualquiera, su pie se torció con un ángulo antinatural, y aunque se levantó de inmediato, cada paso que daba ahora estaba marcado por el dolor. Cojeaba visiblemente, pero no se detenía.

Mientras tanto, Zareth avanzaba como una sombra roja, imparable. Había alcanzado a los últimos participantes, y las expresiones de incredulidad en sus rostros eran casi cómicas. Nadie podía creer lo que veían, el mismo hombre, corriendo la prueba por segunda vez, y aún así superándolos con una facilidad insultante.

Cuando pasó junto a John, por un momento pensé que se detendría. Pero no. Solo redujo ligeramente la velocidad, lo suficiente para decir algo que no pude escuchar. Al pequeño John se le subió el calor a la cabeza, con una mueca de dolor y frustración trató de que Zareth no lo dejara atrás, pero fue en vano.

Zareth cruzó la meta por segunda vez, estableciendo un nuevo récord. Apenas mostraba signos de fatiga, aunque el sudor que brillaba en su frente delataba el esfuerzo que hizo. John llegó después, cojeando pero con la cabeza en alto. Los demás lo siguieron, uno a uno, exhaustos pero orgullosos de haber completado la primera mitad de la evaluación.

Aquellos que habían cruzado la meta podían elegir descansar o iniciar inmediatamente el siguiente desafío. La mayoría, exhaustos por la prueba anterior, optaban por recuperar fuerzas antes de continuar. Pero Zareth no era como los demás. Con un silbido agudo, llamó a Regan y se preparó para montar sin perder un segundo.

De repente, el pequeño Jhon lo agarró por la tela que colgaba de su cinturón, sus dedos estaban temblorosos por el esfuerzo acumulado.

— ¿No vas a descansar? — preguntó, con la voz entrecortada.

Zareth lo miró con frialdad y, con un movimiento brusco, se liberó de su agarre.

— No puedo perder tiempo. Mi tarea es más dura que la tuya — respondió, sin dar lugar a más preguntas.

En un instante, estaba en el lomo de Regan, y el dragón alzó el vuelo con un poderoso batir de alas. Pero Jhon no se quedaría atrás. Aunque cada músculo de su cuerpo le gritaba que se detuviera, el orgullo y la determinación lo impulsaron a llamar a su propio dragón, y despegar tras Zareth.




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