Me alejé volando lo más rápido que pude del campo de pruebas, el corazón me golpeaba las costillas como si quisiera escapar. Los rankings ya no importaban. Había metido la pata hasta el fondo, y ahora solo quería desaparecer.
¿Cómo diablos logró pasar la prueba? Las condiciones que le impuse eran imposibles... o al menos, así debería haber sido. Maldita sea. ¿Y por qué estaba huyendo? Porque, cuando el miedo te paraliza, solo queda recurrir a tu habilidad más depurada. En mi caso, la número uno, de la que, aunque no lo admitiría en voz alta, estaba orgullosa: huir.
Me encerré en mi habitación como si las paredes de piedra pudieran protegerme de lo inevitable. No salí. No hablé con nadie. Los reportes de la prueba podían esperar; el mundo entero parecía demasiado ocupado para fijarse en mí. De esta manera, pasaron los días... hasta que la paz se rompió.
¡CRASH!
La puerta se estrelló contra el suelo antes de que pudiera contar hasta diez. Thavian, con sus tacones impecables y esa mirada de "estoy-harta-de-tus-tonterías", cruzó el umbral como un huracán.
— ¿Por qué sigues aquí? ¿No sabes qué día es hoy?
Yo me envolví más en las sábanas, fingiendo que un poco más de sueño resolvería mis problemas.
— Déjame dormir un poco más... — murmuré, enterrando la cara en la almohada.
Thavian no era de las que aceptaban negativas. En un movimiento fluido, me arrancó de la cama como si fuera un fardo de paja.
— ¿De qué hablas? ¡Ya es pasado el mediodía! Deja de comportarte como un murciélago vampiro y ve a alistarte.
Me froté los ojos, tratando de procesar su palabras.
— Thavy... ¿de qué estás hablando?
Ella suspiró, exhausta, y comenzó a sacar ropa de mi closet con la determinación de una general preparando a su tropa para la batalla.
— Soy la anfitriona de la fiesta de graduación, ¿recuerdas? — dijo, lanzándome una mirada asesina —. Debo ir temprano, y tú me debes acompañar. Además... — aquí hizo una pausa dramática — ya hay quejas oficiales porque te esfumaste estos dos días. Tienes que entregar los honores, imbécil.
ª.
Mierda.
Había olvidado por completo que, como coronel, era mi deber estar en la ceremonia. Y ahora, con Zareth, probablemente buscándome para cobrar facturas pendientes... esto iba a ser un desastre.
Pero Thavian no me dio opción. Antes de que pudiera protestar, ya estaba empujada al baño, vestida a la fuerza, llevada hacia la puerta, y con la amenaza clara de que si intentaba escapar de nuevo, no serían las paredes de mi habitación las que me protegerían, sino su puño en mi cara.
Hoy no podía seguir huyendo. Era hora de enfrentar mi realidad, por más que cada fibra de mi cuerpo gritara por esconderse. Con un suspiro resignado, me puse el vestido que Thavian y yo habíamos elegido semanas atrás, cuando todo parecía más simple.
Era una obra maestra de seda roja, del mismo tono carmesí que los estandartes de nuestro escuadrón. Aunque no mostraba mucha piel, el diseño ceñido en las caderas y suelto en la falda, que caía en cascadas elegantes hasta el suelo, hacía que cada movimiento se viera fluido, como si estuviera envuelta en llamas líquidas. El cinturón era una banda brillante de cristales que parecían diamantes, capturaba la luz con cada paso, dibujando destellos en el aire.
Thavian no se conformó con vestirme. Me obligó a quedarme quieta mientras trabajaba en mi rostro con la precisión de un artista, delineando mis ojos con un kohl oscuro que los hacía parecer más intensos, y pintando mis labios de un rojo apenas más profundo que el vestido. Cuando terminó, recogió mi cabello en una coleta alta, dejando escapar algunos rizos rebeldes que enmarcaban mi rostro.
— Wow — exclamó, retrocediendo para admirar su obra —. Realmente cambias por completo cuando te arreglas así. Serás la más hermosa esta noche.
Hermosa. Claro.
Pero yo solo pensaba en escabullirme apenas terminara mi discurso. No tenía intención de aguantar estos malditos tacones ni un minuto más de lo necesario.
— Gracias — murmuré, asintiendo con una sonrisa forzada.
Entre tanto me había alistado y habíamos comido rápido, ya eran casi las siete. Thavian me agarró del brazo y me arrastró hacia el salón principal antes de que pudiera reconsiderar mi plan de escape.
El ambiente que había creado era... exquisito.
Flores primaverales en tonos dorados y blancos decoraban cada rincón, entrelazándose con guirnaldas de luces cálidas que titilaban como estrellas cautivas. Las mesas, cubiertas con manteles de seda, brillaban con vajillas de plata y centros de mesa que parecían sacados de un cuento de hadas. El aire olía a jazmín y a algo dulce, como miel recién derramada.
— Thavy... — dije, boquiabierta —. Esto es como un sueño de fantasía. Fue un error no ponerte a cargo de esto antes.
Ella se irguió, orgullosa, con una sonrisa que dejaba claro que no necesitaba mi aprobación para saberlo.
— Por supuesto — respondió, ajustándose los guantes negros con un gesto teatral —. Nunca dudes de mi capacidad.
Llegamos justo a tiempo para tomar posición antes del desfile de graduandos. El gran salón resonaba con el murmullo expectante de la élite militar reunida, una de las pocas ocasiones donde toda la Guardia de Ébano se congregaba sin distinción de rangos.
Azrael fue el primero en notarme. Sus ojos se clavaron en mí desde el otro extremo del salón mientras cruzaba la entrada principal. La expresión de asombro que dibujó su rostro fue tan evidente que hasta Thavian soltó un bufido de satisfacción. Parece que, en cierto modo ya lo había superado. Pero él, solo se limitó a un breve saludo con la cabeza antes de desaparecer entre la multitud. Al parecer, la presencia de Thavian seguía siendo algo que no quería enfrentar demasiado.
No tuvimos tanta suerte con los siguientes en llegar. Draven entró junto a Sylas, y este último no perdió tiempo en acercarse con su sonrisa de depredador habitual.