Luego pasó el pequeño Jhon, erguido y con una arrogancia que rivalizaba con la de los príncipes reales. Subió al estrado como si el mundo entero debiera postrarse ante él, su uniforme impecable y sus gestos calculados para causar impresión. Sus insignias se las entregó Mordrek, pues ahora pertenecía al Escuadrón Cuervo.
Pobre Mordrek. Con su personalidad tranquila y amable, tendría que lidiar con ese narcisista insufrible. Aunque, considerando lo que me esperaba a mí, quizás él llevaba la mejor parte.
A pesar de su actitud detestable, gran parte del público ovacionó a Jhon como si fuera un héroe legendario. Claro, lamebotas nunca faltan.
Finalmente, llegó el turno de Zareth.
El rugido de la multitud al llamar su nombre eclipsó incluso el de Jhon. Se levantó con esa elegancia innata que lo hacía parecer de otro mundo y caminó hacia mí con pasos firmes, como si el estrado fuera suyo por derecho.
Ay cielos.
Tuve que clavar los tacones en el suelo para que mis piernas no traicionaran mi compostura. Tragué saliva cuando se detuvo justo frente a mí, tan cerca que podía distinguir el brillo de sus ojos dispares bajo la luz de las antorchas.
— Felicidades — dije, extendiéndole la medalla y la cinta escarlata con la mayor serenidad que pude fingir.
Él las tomó, pero en lugar de retirarse, inclinó ligeramente la cabeza hacia mí y murmuró en un tono que solo yo podía escuchar:
— La recompensa que quiero es que hagas todo lo que te diga sin objetar por el resto de la noche.
¿¡QUÉ!?
Me paralicé. ¿Cómo se atrevía a decirme eso aquí, en medio de la ceremonia, cuando no podía responderle sin que todos nos escucharan? La indignación y la vergüenza luchaban dentro de mí, pero lo único que logré fue apretar los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas.
Zareth no esperó una respuesta. Se retiró con esa media sonrisa suya, dejándome ahí, petrificada, mientras mi mente calculaba frenéticamente cómo iba a sobrevivir a esta noche.
¿Todo lo que él dijera? Por suerte, solo quedaban unas horas antes de que terminara la noche.
El General Dusk se levantó con solemnidad, su traje ceremonial reflejaba la luz de las antorchas como si fuera parte del espectáculo. Todos contuvimos el aliento. Este era el momento de los honores especiales, donde se reconocería a aquellos cuyo desempeño había marcado la diferencia. Y, lo más importante, donde se anunciarían los ascensos.
Primero, cuatro tenientes fueron llamados para convertirse en capitanes. Entre ellos, el pequeño Jhon, quien subió al estrado con esa arrogancia que lo caracterizaba, como si el ascenso fuera su derecho natural. No podía negarlo, ser segundo en la prueba final era un logro impresionante. Aunque me costaba admitirlo, el mocoso tenía talento.
Luego, el General continuó: — Por su excelente desempeño en los últimos años, cuyos logros han pasado desapercibidos pero que hoy merecen ser honrados, como capitán, ha demostrado liderazgo y dedicación incuestionables. Por ello, se le concede el honor de ascender a Comandante de la Guardia. El Capitán Mathew Malakar.
— ¡Sí!
El grito se me escapó antes de que pudiera detenerlo. Me senté de inmediato, pero la felicidad me quemaba por dentro. ¡Por fin! Mis gestiones, mis informes, mis insistencias... todo había valido la pena.
Mathew, sentado entre los instructores, se quedó paralizado. Por un momento, pensó que había escuchado mal. Hasta que los demás comenzaron a empujarlo para que se levantara, incrédulo. Con pasos torpes, pero con una sonrisa que iluminaba su rostro, recibió sus insignias de comandante.
— Felicidades — dijo el General Dusk con un raro asomo de calidez.
Mathew asintió, y luego, como si sintiera mi mirada, volvió la cabeza hacia mí. Levanté ambas manos con los pulgares extendidos. Lo lograste. Él asintió de vuelta, y el público estalló en aplausos. Mathew era querido, respetado y ahora, por fin, reconocido.
Pero el General no había terminado. — Y por último, pero no menos importante…
El silencio se hizo absoluto.
— Por sus logros excepcionales en tan solo un año, ha demostrado no solo la fuerza para superar a más de la mitad de la Guardia, sino el liderazgo innato que pocos poseen. Rompió el récord en la prueba más difícil, no solo por eficacia, sino porque lo hizo en la mitad del tiempo que cualquier otro en generaciones, incluso el doble. Hoy, se le concede el honor de ascender a Comandante de la Guardia. El Teniente Zareth Valtor.
¡¿Pero qué carajos?! ¿Comandante el mismo día de su graduación?
Nunca en la historia de Windsor se había visto algo así. ¿En qué demonios estaban pensando los altos mandos? La multitud, tras el shock inicial, estalló en vítores para Zareth, quien se levantó con tranquilidad exasperante, tanto, que lo hacía parecer dueño del mundo.
No lo podía creer. Sin querer, había convertido a este monstruo en una leyenda viviente. ¿Debía felicitarme por haberlo entrenado tan bien... o darme de golpes por haber creado semejante pesadilla?
A mi alrededor, los demás oficiales parecían tan atónitos como yo. Thavian me lanzó una mirada que decía claramente "esto es tu culpa", mientras que Draven, desde el otro extremo, observaba la escena con los brazos cruzados y una expresión impenetrable.
Mientras caminaba hacia el estrado, sentí que el aire se volvía más denso. Comandante. Igual que Mathew. Era demasiado.
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La ceremonia terminó sin más explicaciones, dando paso a la fiesta. Aproveché el bullicio para escabullirme sin pestañear hacia la salida lateral. Pero Zareth, como si hubiera leído mi mente, apareció de la nada, bloqueando el pasillo con su imponente figura.
— Xalenir — dijo mi nombre y me hacía sentir como un ratón acorralado —. Si no fuera por las sombras, pensaría que estás intentando huir de mí.
— ¿Cómo crees? — respondí, forzando una sonrisa —. Solo quería un poco de aire.