El mundo se desvaneció en un torbellino de labios ardientes y manos urgentes, logré separarme de él por un momento y tranquilizarme, hasta que una voz irrumpió en mi mente como un cuchillo helado:
— Storm, ¿dónde estás? Nos están atacando.
Mordrek.
Su mensaje mental me golpeó como un balde de agua fría. Intenté separarme de Zareth, pero sus brazos eran cadenas de ébano vivas alrededor de mi cuerpo.
— ¿Nos atacan? ¿En la Guardia? — respondí mentalmente, mientras seguía forcejeando.
— Los persas aparecieron de la nada. Nos tienen rodeados. Es una emboscada.
— ¡Pero nunca se atreverían a atacar la Guardia directamente! — protesté, sintiendo cómo el pánico comenzaba a filtrarse entre la neblina del deseo.
— Pues aquí están — replicó Mordrek, con su tono mental tenso. — Los guardias personales del Rey están aquí. Lorien necesita hablar contigo. Ahora.
¿Lorien?
Ese nombre bastó para que el hielo me recorriera la espina dorsal. Si la encargada de la Guardia Real estaba involucrada, esto no era un simple ataque. Era una declaración de guerra. Antes de que pudiera procesarlo, una presencia mental más fría y afilada invadió mis pensamientos: — Xalenir, danos tu ubicación inmediatamente. Enviaremos al Comandante Malakar por ti. No hay tiempo.
La voz de Lorien resonó con urgencia.
Zareth, al notar mi distracción, tomó mi mandibula en su mano y me giró hacia él. — ¿Qué sucede?
— Debo irme. Hay problemas — respondí, intentando liberarme.
Pero él no lo permitió. Con un gruñido bajo, me atrajo de vuelta, sellando mis labios en un beso que sabía a despedida y posesión. Fue una desgracia, pues para que un Shade, como Mordrek, pudiera comunicarse telepáticamente, la mente del receptor debía estar parcialmente calmada. Por eso era tan difícil infiltrarse en las mentes de los persas, siempre estaban en caos.
Mordrek había esperado el momento en que mi mente se aquietara, sin saber por lo que estaba pasando. La ironía era tan amarga que casi me reí. Pero no hubo tiempo. La conexión se cortó abruptamente cuando Zareth hundió sus manos en mi cabello, inclinando mi cabeza para profundizar el beso.
— ¡Nos están atacando! ¡Debemos irnos! — insistí, volviendo la cara.
— No.
Su negativa fue un muro inamovible. Sus labios encontraron mi cuello, mordiendo la piel justo donde el pulso bailaba frenético.
Intenté reconectar, pero la comunicación mental se había esfumado. Mi cabeza estaba hecha un lío, no me podía concentrar. Lorien, Mordrek... todos pensarían que estaba bajo ataque o quien sabe qué cosas. Pero yo estaba atrapada entre la guerra y el hombre que no dejaría que escapara.
Zareth no cedía. Por más que forcejeé, sus brazos eran cadenas que no se rompían. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué se negaba a escuchar?
— ¡Suéltame! — grité, empujándolo con todas mis fuerzas.
Tuve que recomponerme y tomarlo enserio. Ataque a Zareth, no tuve más remedio. Y finalmente logré separarlo de mí, pero solo por un instante. Sus ojos ardían con intensidad.
— ¿Qué te pasa? ¡¿Es que no escuchas lo que te digo?! — Mi voz resonó entre los árboles, cargada de furia y desesperación.
Zareth respiró hondo, como si luchara por contener algo dentro de sí. — Solo quería disfrutarlo un momento más.
Y con un silbido agudo, llamó a Regan. El dragón negro aterrizó junto a nosotros, sus alas agitaban el aire con fuerza. Zareth al instante extendió su mano hacia mí. — Ven. Yo te llevo. Será más fácil evaluar la situación desde arriba.
— ¿Sabes que yo también tengo un dragón, cierto? — repliqué, cruzando los brazos.
Zareth esbozó una sonrisa peligrosa. — Por supuesto. Pero no sería tan divertido si lo llamas.
Por un momento, pensé que estaba bromeando. Pero no había tiempo para discutir. Con un suspiro, tomé su mano y montamos en Regan. El infierno nos esperaba desde las alturas. En cuestión de minutos, sobrevolamos la Guardia y la Academia. El panorama era una pesadilla hecha realidad.
Fuego. Caos. Muerte.
Las llamas devoraban los edificios, iluminando la noche con un resplandor siniestro. Los dragones de la Guardia luchaban contra bestias deformes, criaturas de los persas que escupían veneno y ácido. Los muros estaban siendo derribados, uno a uno. Esto no era un ataque improvisado. Era una emboscada calculada.
El horror se apoderó de mí al escuchar los gritos. Los instructores intentaban organizar a los novatos, pero el pánico los envolvía. A lo lejos, el General Dusk luchaba a lomos de su dragón contra... cielos. No. No podía ser.
Mi corazón se detuvo.
Sobre un coloso de piedra, tan alto como una torre, él cabalgaba.
Vaen.
El Demonio de la guerra en persona.
Su armadura negra brillaba bajo la luz de las llamas, y su espada, forjada con almas, dejaba un rastro de oscuridad a su paso. Sus ojos, vacíos como el abismo, escudriñaban el campo de batalla como un depredador que elige su próxima víctima.
— No... — murmuré, sintiendo cómo el terror se enredaba en mi garganta.
Mi sangre se heló en mis venas. Vaen no aparecería por una simple escaramuza. Ese demente solo se dignaba pisar el campo de batalla cuando pretendía borrar ciudades enteras del mapa. Con manos temblorosas, escudriñé el caos buscando a su hermano entre el humo y las llamas, pero la espesura del combate lo hacía imposible.
Zareth hizo aterrizar a Regan en la plaza principal con un aterrizaje que levantó una nube de polvo. El escenario era surrealista. El General Velmor, estaba con el rostro congestionado por la furia, se plantaba frente a Lorien como un toro listo para embestir. Alarik sólo observaba el intercambio con su habitual mirada impenetrable, aunque sus nudillos blancos alrededor del pomo de su espada delataban la tensión. Para mi sorpresa Thavian estaba también con ellos.
— ¡¿Por qué seguimos aquí discutiendo cómo traer a la Coronel Storm en lugar de planear el contraataque?! — rugió Velmor, escupiendo las palabras frente al rostro imperturbable de Lorien.