El Renacer de un Imperio

Capítulo 22. Emboscada

Lo siguiente que vi fue un mar de masacre ardiendo frente a mis ojos.

Zareth me arrastró como un trofeo, llevándome sobre Regan, quien ya había dejado inconsciente, en el suelo, a Othus. Maldita sea. ¿Por qué tenía que ser elegido precisamente por este dragón? Aparte de Drarex, era el único lo suficientemente fuerte para enfrentarse a Othus y ganar. Y ahora, aquí estaba, derrotado por traición, no por fuerza.

El viento helado me azotó el rostro mientras volábamos hacia donde Vaen, el hermano de Zareth, quién luchaba contra el general Dusk. La batalla era caótica, todos los Dusk se habían unido al combate, incluso el pequeño John, que, con determinación desesperada, intentaba contener a los persas que avanzaban.

— ¡Llegaste, hermano! — gritó Vaen entre dientes, esquivando un golpe mortal. — ¡Estabas tardando!

Zareth aterrizó conmigo aún en sus brazos. — ¿Crees que mi trabajo es fácil? — respondió. —Tú no hubieras durado ni un día. Te hubieras desesperado.

Vaen soltó una risa áspera antes de clavarme sus ojos, llenos de un hambre que me hizo estremecer. Me miró fijamente de pies a cabeza. — ¿Es lo que creo que es? — preguntó, con su lengua rozando sus colmillos.

Zareth, como si solo entonces se diera cuenta de que me sostenía como a una maldita princesa, me soltó de golpe. Caí al suelo con un golpe seco, el dolor recorrió mi costado de inmediato. — Es correcto. Es el comodín — dijo, como si anunciara una presa. — Nos lo llevamos.

Vaen me miró de nuevo, y esta vez, una chispa de crueldad danzó en su mirada. Sentí que era mejor que me comieran los lobos al entender el significado de su mirada. — Ya veo por qué no lo mataste — murmuró, inclinándose un poco para esquivar una llamarada de fuego. — Se ve… apetitoso.

Qué asco.

Antes de que pudiera reaccionar, un rugido desgarró el aire. Rathmar llegó montado en su dragón, confirmando lo que ya sospechaba, que estaban del mismo lado.

— Quédate y vigílala — ordenó Zareth, arrojándome a Rathmar como si fuera un paquete molesto. — Iré a dar apoyo.

Vaen giró para unirse de nuevo a la batalla, y por un instante, el general Dusk y yo nos miramos. Sus ojos se abrieron como platos al verme junto a los persas, pero no había tiempo para explicaciones. No había manera de decirle que todo era una trampa, que yo no había elegido esto.

Zareth se unió a su hermano en medio del campo de batalla, y en ese momento, fui testigo privilegiado, o más bien, obligado, del verdadero poder del temido Dúo de la Muerte.

Era como observar a dos fuerzas de la naturaleza danzando en perfecta sincronía. Vaen, con su espada curva que destellaba como un relámpago plateado, cortaba el aire con mortalidad, cada giro calculado para abrir gargantas o desgarrar armaduras. Zareth, movía las manos con la elegancia de un director de orquesta, pero en lugar de música, sus gestos convocaban ráfagas de hielo negro que congelaban la sangre en las venas de sus oponentes literalmente.

Vi cómo el general Dusk, se abalanzó sobre Vaen, en su dragón, con un grito de guerra. El ataque habría derribado a cualquier hombre común, pero Vaen simplemente sonrió. En un movimiento fluido que parecía desafiar la física, esquivó la embestida, giró sobre sí mismo y hundió su hoja en el costado del general. No fue un golpe mortal, pero podía notar como el general estaba sufriendo de dolor.

Mientras tanto, Zareth enfrentaba a tres jinetes de dragón simultáneamente. Uno lanzó un hechizo de fuego que debería haberlo reducido a cenizas, pero con un chasquido de sus dedos, Zareth congeló las llamas en el aire, transformándolas en esculturas cristalinas que luego estallaron en mil esquirlas mortales. Otro jinete logró acercarse lo suficiente para clavar su espada... sólo para que la hoja se partiera al contacto con la piel de Zareth, como si hubiera golpeado diamante puro.

En medio de tanto caos, sólo estaba pensando: Si tan solo hubiera prestado más atención antes.

Los recuerdos me golpearon como puñaladas. Kael siempre al fondo, encapuchado, apoyando desde la distancia en cada batalla importante. Esas veces que pude haberme acercado para mirarlo bien, sólo lo ignoré, no creí que ver su apariencia fuera importante. Y luego, estaban sus comportamientos extraños en la guardia, como no se tomaba enserio lo que los demás veían como un honor, su cuarto asegurado, esos libros……esos libros probablemente eran persas y no lo noté, lo ignoré, me confié, fallé en ver la verdad.

Un estruendo sacudió la tierra cuando la torre este de la Academia se derrumbó, enviando una nube de escombros y polvo que nos envolvió a todos. Entre el caos, pude ver pequeños destellos de resistencia. El pequeño John Dusk estaba protegiendo a un grupo de tenientes heridos con un escudo de fuego y su dragón. Debo admitir que estaba orgullosa de él. Tiempos difíciles hacen hombres fuertes y tiempos fáciles hacen hombres débiles. Ciertamente el cambió por completo en esta situación.

El aire era una mezcla nauseabunda de olor a carne quemada, hierro caliente y el frío de la noche. Cada inhalación quemaba mis pulmones, pero no podía apartar la mirada del espectáculo dantesco.

Los muros de la Academia, esos mismos que habían resistido siglos de invasiones, se desmoronaban como arena bajo la marea. Las runas de protección grabadas en sus piedras centenarias parpadeaban débilmente, estaban a punto de ceder. La Guardia de Ébano, la última línea de defensa entre los reinos del norte y el caos, caía bajo el peso de nuestra propia ingenuidad.

Mientras tanto, Rathmar me vigilaba con la fría indiferencia de un carnicero observando a su res antes del sacrificio. No necesitaba atarme, estaba paralizada y su mirada bastaba para recordarme mi impotencia. Mi cuerpo ya no me respondía, convertido en poco más que un saco de carne y huesos por la maldición gélida de Zareth. Cada músculo, cada tendón, se había vuelto contra mí, pesado como un yunque y tan útil como un montón de trapos mojados.




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