Salí al pasillo y al instante salude a Thavian.
— ¡Thavy! — dije, alzando una mano en un saludo espontáneo.
Ella se giró sorprendida. Por un segundo, su expresión se quedó congelada, como si no pudiera creer lo que veía. Pero en cuanto me reconoció, su rostro se iluminó con una sonrisa desbordante y echó a correr hacia mí.
— ¡Xalii! — gritó con júbilo mientras me envolvía en un abrazo apretado y, sin previo aviso, me levantaba del suelo con una voltereta torpe pero cargada de emoción —. ¡Estás viva! ¡Estás bien! ¡Maldición, Xali, estás aquí!
Me apretaba tanto que apenas podía respirar. Su fuerza era como una expresión pura de alegría, pero mi nivel de resistencia aún no estaba en la capacidad de soportar. De todas formas, yo también me sentí feliz. En todo este tiempo, extrañé su energía brillante y su manera única de arrancarme de mi oscuridad aunque me resistiera a salir de ella.
Pero esa fuerza de oso ya era demasiado. — Thavy... suéltame primero, ¿sí? Hablemos antes de que me saques las tripas.
Ella se sobresaltó y me soltó de inmediato, con los ojos abiertos como platos.
— ¡Ay, perdón! ¡Perdón! No me pude controlar — se excusó entre risas, llevándose una mano a la nuca.
Yo también reí. Cuánto extrañaba mi Thavy alegre, intensa y desbordante. Y pensar que me había preparado para encontrarla sumida en la tristeza, pero no. Una vez más, me sorprendía. Sin embargo, la pregunta que había evitado desde que la vi seguía clavada en mi mente. Mis ojos se desviaron hacia su padre, el general Velmor, que ahora sostenía las pesas que Thavian había traído y se ejercitaba como si nada.
— ¿Me puedes explicar qué está pasando? — pregunté en voz baja, señalándolo discretamente.
Thavian bajó la mirada, pensativa. — Eso… — dudó un poco antes de continuar —. En realidad no sé cómo explicarlo bien. Cuando Zareth nos atacó… no fue lo que parecía. Nos paralizó, sí, pero solo momentáneamente. Fue como si el hielo nos envolviera sin intención de matarnos. Y después, cuando todo acabó, el hielo se desvaneció. No hubo secuelas ni nada parecido, increíblemente estábamos bien.
Desvió la mirada hacia su padre, con una sensación de alivio.
— Y sobre él… la herida no fue mortal, sólo que toco un punto que lo paralizaba momentáneamente. Kaelor se recuperó justo a tiempo y logró estabilizarlo. Desde entonces, mi padre no ha dejado de entrenar, como si necesitara demostrar algo. Entrena tanto que vuelve a abrir la herida una y otra vez. No está en peligro, al menos no realmente… sólo me da dolores de cabeza. — Su voz sonaba frustrada, pero también cargada de cariño.
Parece que Thavian y su padre se han vuelto cercanos en este tiempo que no estuve. Me quedé en silencio, procesando todo lo que acababa de decir intentando entender. Zareth… ¿nos perdonó? ¿Será posible que todo lo que hizo no fue para matarnos sino para protegernos? No podía ser. ¿O sí?
No, no debía pensar así. Era peligroso. No podía olvidar todo lo que él había hecho en el reino, había traicionado nuestras defensas, y sobre todo, había sido responsable de la tortura y muerte de Othus. Quizá había razones ocultas o quizá no. Pero dejarme llevar por la duda sería un error, era mejor no pensar nada bueno sobre él.
Thavian y yo nos pusimos al día con todo lo que había ocurrido. Hablamos durante horas, casi sin pausas, como si quisiéramos recuperar todo el tiempo perdido. Le conté cada detalle de mi misión, del caos en el territorio persa, de la traición... y de Zareth. No me guardé nada esta vez. Por este momento, dije en voz alta lo que sentía, esa mezcla venenosa de amor y decepción, de deseo y rabia. Confesé cómo había querido odiarlo, cómo lo había intentado, pero una parte de mí aún se aferraba a los momentos en que fue todo lo contrario al enemigo.
Yo había ido con la intención de consolar a Thavian por lo ocurrido con su padre. Pero fue ella quien me consoló a mí. Me sostuvo en silencio mientras mi voz temblaba. Ella no me juzgó, ni tampoco me interrumpió, solo estuvo allí y su abrazo fue como un ancla en medio del naufragio.
Sin embargo, no hubo tiempo para quedarnos demasiado en ese momento. Los días siguientes se sintieron como una espiral creciente de tensión. El plan para atrapar al espía comenzaba a tomar forma, y mi papel en él exigía atención total. Cada rincón de la ciudad debía ser vigilado y cada sombra cuestionada.
Volví a patrullar, esta vez a pie. Suspiré. Con cada paso sentía más la ausencia de Othus. Dolía mucho no estar con él, dolía caminar sin el retumbar de sus alas, sin la seguridad cálida que me daba su presencia y el viento rozando mi cara. Sin querer, terminé llegando a ese campo, aquel donde enfrentamos por primera vez a Regan.
El viento soplaba fuerte, haciendo susurrar a los árboles como si hablaran. Cerré los ojos por un momento, dejándome envolver por esa brisa, y en mi mente, lo busqué. A Othus. Su imagen apareció de inmediato, vívida, como si me llamara, era extraño pero también lo sentí. Esa punzada que me daba cuando me transmitía sus emociones, de repente tuve una sacudida interna, como un latido que no era mío.
Abrí los ojos de golpe, pero, no había nada.
Era extraño, el sentimiento no se desvanecía. Al contrario, se hacía más intenso, las vibraciones en el aire se extendían como una conexión en mi pecho que apuntaba sin error hacia el este... hacia el territorio persa. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿Sería el resultado de tantas pérdidas, tanta muerte, tanto dolor acumulado? Tal vez. Pero esa sensación no era un delirio o no lo parecía.
Me quedé inmóvil, por largos minutos, intentando descifrar esa energía desconocida que aún palpitaba en el ambiente. Finalmente, cansada, me recosté bajo un árbol. El cielo estaba tranquilo, pero había un presentimiento extraño en el aire y me quedé dormida. Entre mis sueños, estaba la muerte de Othus, en medio de cristales que se rompían, con la mirada que me lanzó antes de caer. Luego se quebró ese cristal y soñé con la puñalada que le di a Zareth, con su expresión de sorpresa y resignación.