Tuve que tomar un par de horas para ordenar los enredos de mi mente. Me sentía como si acabara de despertar de una pesadilla solo para descubrir que la realidad era aún peor, caminaba lentamente porque necesitaba procesarlo todo… respirar, calmarme, pensar en cada paso, cada palabra, cada decisión que estaba a punto de tomar, con todo lo que implicaba no había espacio para errores.
Othus, sabio como siempre, se retiró a su estado de hibernación sin hacer nada más, dejándome sola con mis pensamientos, mis dudas… y mi culpa. Me dirigí a la guardia, aunque no tenía muy claro qué buscaba allí, solo que necesitaba movimiento y enfoque, pero luego recordé mi primera misión, tenía que hablar con él, con Draven.
No sabía cómo iba a convencerlo. No sabía siquiera si eso era posible, de solo pensarlo todas las respuestas y caminos conducen a un NO, pero no iba a rendirme por eso, lo que sí sabía con certeza era que el peor intento es el que no se hace. Y por eso, aun con el corazón tambaleante, me encaminé directamente a sus aposentos.
A esa hora, probablemente ya se habría retirado de su turno. Cuando llegué a la zona de los dormitorios, el pasillo estaba casi desierto, silencioso, solo con el eco de mis propios pasos acompañándome… y el caos dentro de mí. Zareth.
No podía dejar de pensar en él, su nombre aparecía una y otra vez en mi cabeza como una herida abierta, recordaba todo lo que vivimos desde el principio, sus ojos impares, su voz, sus errores… y los míos. Quería lamentarme, gritar, llorar… pero no podía, al menos no en este momento en que la situación exigía frialdad. Solo había tiempo para tener una mente clara y por eso, mis sentimientos… una vez más… debían ser enterrados por un bien mayor. Por su vida.
Me detuve frente a la puerta de Draven, estaba un poco nerviosa, tragué saliva y espere un poco, luego levanté la mano para tocar, pero al momento la bajé, di un paso hacia atrás, luego uno hacia adelante. Aiya no se ni siquiera por dónde empezar. Caminé de un lado al otro frente a la entrada como si estuviera poseída.
— ¡Agh, por qué me pongo tan nerviosa! — susurré en voz baja, llevándome ambas manos al rostro, luego al cabello, tirando de él con frustración.
— Es solo Draven… — murmuré. Ya me ha dejado claro que… que si alguna vez quiso matarme, era para enseñarme. Para prepararme. Somos amigos ahora… ¿cierto?
Pero nada de eso calmaba mi ansiedad, sólo me ponía mas nerviosa por no tener la certeza si estoy en la posición de pedir un favor, y uno tan grande como este. Justo cuando volvía a alzar la mano para tocar, el pestillo giró y la puerta se abrió.
Me congelé.
Draven apareció al otro lado con el ceño ligeramente fruncido, el cabello suelto y revuelto, sin su uniforme habitual, vestido con ropas sencillas y descalzo. Claramente ya estaba listo para descansar.
— ¿Por qué estás divagando frente a mi puerta? — preguntó con su tono seco y directo, aunque su mirada no era fría, solo... preocupada.
Me tomó completamente por sorpresa. Literalmente, salté en mi lugar.
— E-e-emm... — intenté hablar, pero mis palabras se enredaron como si mi lengua se negara a colaborar.
¿Por dónde se suponía que debía empezar? ¿“Hola, vine a pedirte que traiciones al reino por un persa envenenado al que casi mato yo misma”? Sí, seguro, gran idea.
— ¿Puedo hablar contigo por un momento...? — logré decir al fin, en un tono más bajo del que pretendía.
Draven me observó, leyendo entre líneas. Frunció el ceño un poco más, yo jamás había ido a su habitación, mucho menos a esas horas. Él probablemente sabía, sin necesidad de que se lo dijera, que aquello era grave.
Se asomó con cautela al pasillo, como asegurándose de que nadie nos viera, y luego abrió un poco más la puerta.
— Entra.
Asentí con la cabeza y crucé el umbral. Él cerró tras de sí con suavidad, el repentino sonido del pestillo encajando fue como un disparo en mi conciencia de que ahora no había vuelta atrás.
Draven me ofreció un pequeño banco de madera junto al escritorio mientras él se sentaba sobre su cama con la espalda ligeramente encorvada, los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas. El ambiente en la habitación era cálido, silencioso, y sin embargo, yo sentía frío. Un sudor helado me bajaba lentamente por la frente, resbalando por mi sien mientras mantenía la mirada fija en mis propias manos, como si en ellas pudiera encontrar el valor que me faltaba.
— ¿Y bien? — Draven rompió el silencio con un tono seco, aunque no brusco —. ¿Qué te trae a mi habitación a estas horas?
Su pregunta me desarmó. No era que no estuviera preparada, es que las palabras que había ensayado en mi cabeza se desmoronaron como un castillo de arena. Cielos… solo quiero poder hablar bien y que esto no suene tan estúpido como lo siento.
— Yo… — empecé, titubeando —. Necesito tu ayuda. Pero es algo… personal y… difícil.
Me mordí el labio inferior, frustrada conmigo misma. Sabía que si me tomaba demasiado tiempo, su paciencia empezaría a desvanecerse, y sin embargo no podía evitarlo.
— No voy a adornarlo con palabras bonitas donde no las hay — continué con más firmeza —. Es riesgoso, bastante riesgoso.
Draven no dijo nada, pero me escuchaba con atención. Lo conocía lo suficiente como para saber que su mente ya estaba trabajando, que estaba conectando piezas, haciéndose preguntas… pero esperaba. Me estaba dando espacio para que lo explicara todo por mi cuenta, sin querer gradecí ese gesto silencioso más de lo que podía admitir.
— Hay una persona — dije finalmente —. Tiene un daño interno severo, sus órganos están... congelándose lentamente, pero no es todo, esa condición se mezcló con un veneno extremadamente potente, uno que lo está deteriorando por dentro a un ritmo alarmante.
Sentí el cambio inmediato en su expresión. Ya no solo escuchaba, ahora estaba alerta.
— ¿Dónde está esa persona? — preguntó, aguzando los ojos.